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NO TENEMOS EL MISMO DIOS: UNA PRUEBA SENCILLÍSIMA

Recibimos y respondemos

«Rvmo. Sr. Director:

Me agradaría sobremanera que alguno de los valerosísimos articulistas de sì sì no no se encargara de comentar, en uno de los próximos números de la revista, la toma de posición de Su Santidad Juan Pablo II, quien afirmó públicamente y de manera inequívoca que cristianos, judíos y moros adoran al mismo e idéntico Dios, aunque bajo nombres diferentes, razón por la cual deben sentir que también la religión los hermana y los hace iguales en todo. Dejando aparte por el momento la enormidad de tamaña afirmación, que me turbó sobre todo encarecimiento, hago y les hago a ustedes humildemente una pregunta: a juzgar por lo que nos dicen al pie la letra los libros sagrados de las tres principales religiones monoteístas, ¿de veras tienen algo en común el Dios Padre de los cristianos, el Yahvé de los hebreos y el Alá de los musulmanes, aparte el hecho de imponer los tres a sus creyentes este mandamiento fundamental: “Yo soy tu único Dios y no te está permitido adorar a ningún otro Dios fuera de mi”?

Le doy las gracias por anticipado y le presento mis más devotas salutaciones en Cristo».

Carta firmada

Considerando que “libros sagrados”, es decir, libros escritos bajo el influjo de la inspiración divina, lo son nada más que los custodiados por la Iglesia Católica (Antiguo y Nuevo Testamento), hay un modo sencillísimo, sin necesidad de molestarse en consultarlos, de conocer y mostrar que nosotros, los cristianos, no tenemos “el mismo Dios” que judíos (la actual, que no cree en Jesucristo) y musulmanes: invitar a un judío o a un sarraceno a recitar el acto fe que recita todo cristiano y con el cual profesa las dos verdades principales de la fe cristiana, indispensables para la salvación: “Dios mío, creo firmemente todo lo que revelasteis y la santa Iglesia nos propone. Y creo expresamente en vos, único y verdadero Dios en tres personas iguales y distintas, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y creo en Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó y murió por nosotros, el cual retribuirá a cada uno, según sus meritos, con la vida o la pena eterna. Quiero vivir siempre según esta fe. ¡Señor! aumentad mi fe.

Ningún judío o mahometano aceptará recitar este acto de fe, bien porque ninguno de ellos le reconoce autoridad alguna a la Iglesia, a la cual encomendó el Verbo encarnado la custodia y explicación infalible del “deposito de la fe”, ya porque el primero rechaza como una herejía, y el segundo como una “blasfemia” (cf. Alcorán, azora 1, aleya 110), que Dios, siendo uno en naturaleza, sea también trino en personas, y que Jesucristo sea el Hijo de Dios verdadero (los musulmanes enseñan también, por añadidura, que no fue crucificado en realidad).

Está claro que, al no poder recitar el mismo acto de fe, cristianos, moros y judíos no tienen el mismo Dios ni la misma fe. La astucia ecuménica, que no engaña a nadie (excepto a algunos pobres cristianos), estriba en oscurecer las dos verdades principales de la fe cristiana, como si fuesen marginales y no necesarias para la salvación, limitándose a destacar la unidad de naturaleza en Dios, que es el único punto común a las tres religiones “monoteístas”.

Pero, si bien se mira, los cristianos tampoco tenemos el mismo “monoteísmo” que el judaísmo y el Islam, porque mientras el monoteísmo de éstos afirma que Dios es uno en naturaleza y uno también en cuanto a la persona, el monoteísmo cristiano, en cambio, lo confiesa uno en naturaleza y trino en personas.

Así que no nos dejemos engañar. Es tiempo de fe (casi heroica) y de fidelidad. Y tampoco es menester escrutar los libros sagrados (los verdaderos, se entiende) para permanecer fieles; basta el catecismo de San Pío X, que resume exacta y límpidamente la fe constante de la Iglesia, que se funda solidamente en los libros sagrados, además de en la tradición.

De todos modos, remitimos, para un tratamiento más amplio, a sì sì no no, 15 de octubre de 1990, pp. 1 y ss.; 28 de febrero de 1991, pp. 1 y ss., y 15 de junio de 1991, pp. 1 ss.

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