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Abril 2005

PRIMERÍSIMOS PLANOS DEL MOVIMIENTO CARISMÁTICO

Un culto satánico infiltrado en el catolicismo

No es la primera vez que nuestro periódico se interesa por el "movimiento carismático" o "pentecostalismo católico", un movimiento que, con la complicidad de la jerarquía actual, sobre todo del cardenal Suenens, infiltró en el catolicismo el perverso culto de una «iluminación iniciática cuyo punto de llegada es una forma de unión con Satanás» (1). Tal culto lo integran las prácticas o experiencias de algunas sectas protestantes, estadounidenses principalmente, aunque su origen es inglés, puesto que se remonta a John Wesley, fallecido en 1791, fundador de la secta protestante denominada "Metodismo" (cf. infra, J. Vennari, op. cit., pág. 93). Estriba en el llamado "bautismo del Espíritu": un hereje le "impone las manos" a una persona cualquiera, quien debe limitarse a hacer un acto de fe en el poder del "Espíritu". La persona "bautizada" advierte de inmediato que ha sido iniciada porque recibe el "don" (carisma, en griego) del "Espíritu": empieza a veces a hablar en lenguas desconocidas; se siente ocultamente cambiada en mejor (así se cree, al menos); nota en el acto, dentro de sí, el ímpetu del "espíritu" (‘the rush of the spirit’; Vennari, op. cit., págs. 117-119). «La ‘fe’ carismática está hecha de intuición, de sentimiento, de experiencia interior; es una ‘fe’ inmanente y subjetiva. No se trata de ‘gustar’ para creer, sino de ‘sentir’ para creer. El alma toma el camino de la sensibilidad, y es ahí donde el demonio está al acecho» (cf. el artículo de sì sì no no citado, pág. 5).

Este "bautismo del espíritu" es una parodia de sacramento, y no puede provenir de Nuestro Señor, como es obvio. Lo transmite un "iniciado" mediante un rito, tomado de los pentecostalistas protestantes, que sirve de "vehículo"; produce una eficacia automática, típica de las "místicas" diabólicas (ivi): «En cuanto el alma cruza con la iniciación el umbral del universo carismático (universo oculto) puede pasar cualquier cosa. Se comienza con dones inefables: entusiasmo y ardor ferviente, liberación de los complejos, de los vicios como el tabaco o el alcoholismo, don de profecía, de curación, de glosolalia (o xenoglosia: hablar una lengua extranjera ignota), etc.; se sigue con una evolución paralela a la de la droga (puesto que "la efusión del Espíritu" en el seno del movimiento carismático es una auténtica droga espiritual: comporta una degradación progresiva del alma, una aniquilación paulatina de la vida de la fe), y se termina con francachelas sensibles y sensuales, y a veces se remata en la locura» (v. el art. cit., pág. 6).

Un acontecimiento interconfesional del 2000, en los Estados Unidos

¡Bien sabemos que la gracia, la verdadera, no viene así a nosotros, ni obra de ese modo, ni produce como efecto final suyo la degradación y la destrucción del alma!

Puesto que la influencia de los "carismáticos" perdura entre los católicos, o, por mejor decir, no deja de extenderse, frente a la pasividad culpable de la jerarquía, que parece ver en la expansión de este "culto" ni más ni menos que una forma apreciable, en ciertos aspectos, de "neoevangelización", nos parece oportuno ofrecer a la consideración del lector, a título de ejemplo, algunos fragmentos tomados de un libro de John Vennari, un autor católico fiel a la tradición de la Iglesia y a la Misa llamada de San Pío V, quien quiso participar como mero observador, para documentarse en directo, en una reunión gigantesca de carismáticos o pentecostalistas católicos en los Estados Unidos (2).

Se trata de un auténtico reportaje, abonado con numerosas fotografías, que se publicó inicialmente en una serie de artículos del periódico mensual norteamericano Catholic Family News (de Agosto del 2000 a Enero del 2001).

El autor aguantó durante varios días el acontecimiento denominado Celebrate Jesus 2000, que tuvo lugar en la ciudad de San Luis (Missouri), del 22 al 25 de Junio del 2000, en un enorme emplazamiento deportivo cubierto (TWA Dome, Cúpula TWA). El acontecimiento lo había organizado la universidad franciscana de Steubenville, también en los Estados Unidos. Dicha manifestación era la última de una serie consagrada a promover "la unión interconfesional", es decir, ecuménica, bajo el sello del denominado "bautismo del Espíritu". Y, en efecto, hubo en ella una nutrida representación de protestantes entre los "predicadores". El público, en cambio, unas 15000 personas, estaba integrado por católicos en un 90-95 % (op. cit., págs. 9, 10 y 20). Pero cedamos la palabra a nuestro autor, quien, al referir asimismo algunos episodios de manifestaciones "carismáticas" que se verificaron antes del 2000, nos pone ante los ojos los aspectos más crudos y auténticos del "movimiento carismático", que muchos parecen no advertir aún.

«Al entrar en la Cúpula TWA para asistir al inicio de las manifestaciones, me hallaba caminando tras una mujer corpulenta, vestida con un traje minúsculo, la cual ostentaba un voluminoso tatuaje verde en forma de llama que le trepaba por la pierna izquierda. Exhibía en el antebrazo izquierdo, a modo de brazalete, otro tatuaje verde, que recordaba una corona floral. ¿ Con excepción de las ropas exóticas de los "danzarines carismáticos", dicha indumentaria práctica y descocada, no muy púdica que digamos, era lo corriente entre los 15 000 carismáticos, casi todos católicos, que se agolpaban en la enorme cancha» (op. cit., pág. 17). La tarde anterior al comienzo de las "sesiones", el arzobispo de San Luis, Su Exc. Mons. Justin E. Pigali, había celebrado una misa de apertura en la Cúpula TWA (ivi).

El programa comprendía numerosas conferencias y eventos simultáneos, pero la atracción central la constituían las sesiones vespertinas, que se celebraban en la Cúpula a las siete de la tarde, por lo común ante una explanada atiborrada de gente. Aquí dominaban los "predicadores" protestantes, expertos manipuladores de asambleas exaltadas, y se verificaba el "bautismo" colectivo "en el espíritu". El autor recalca que no había nada de católico en todas estas sesiones (op. cit., pág. 18).

Es de notar que entre los protagonistas se contaba también la música, presente por doquiera, incluso en las reuniones colaterales y menores: orquestillas, orquesta principal, duetos, órganos eléctricos, instrumentos varios, etc. Una música que obligaba siempre a bailar batiendo rítmicamente las palmas y agitando los brazos, de manera igualmente rítmica, levantados en alto (ivi). Se trataba, como es obvio, de músicas y danzas rituales, sabiamente dosificadas, obsesivas en general tanto por el ritmo cuanto por la cadencia, que se acompañaban de cantos y tendían a provocar un aturdimiento progresivo, y que asumían llegado el momento un ritmo de aquelarre de derviches: respondían a la perfección a la función que desempeñaban las distintas componentes del culto diabólico que se estaba celebrando.

Se realizaban también "sesiones de tarde para la juventud". Un "ministro de los jóvenes", el protestante pentecostalista Bob Weiner, «pronunció un discurso de acicate a la mezcla interconfesional, henchido de errores protestantes». Incitó a todos los jóvenes a precipitarse al tablado y a darle la vida a Jesús [¡!]. La mayoría obedeció, y el predicador declaró que, a consecuencia de este sacrificio suyo (se habían ofrecido a Jesús sólo con correr a los pies del "predicador"), se les habían perdonado los pecados. «Era una parodia del sacramento de la confesión», comenta Vennari (op. cit., pág. 19). Otra "sesión" la dirigía un fraile franciscano, un tal E. Stan Fortuna, que vestía cogulla y llevaba los cabellos rabultados, recogidos en una coleta; cantante, guitarrista y tamborilero, experto en "rap católico", alternaba los instrumentos con los "sermones", que impartía en el lenguaje adulterado y semianalfabeto de los hippies (ivi). Su "catequesis", a la que apodaba "mística", se adaptaba al ritmo constante de una música sensual, tenebrosa (ivi).

"La risa del espíritu", o, mejor dicho, de Satanás

Es menester dejar sentado, a título preliminar, que el "bautismo del Espíritu" colectivo se convirtió en una praxis de las sectas pentecostalistas católicas (nos parece que hablamos con propiedad llamándolas así) después de lo que pasó, en 1977, en Kansas capital (Missouri, EE.UU.). John Vennari refiere las palabras conmovidas (!) de un tal Kevin Ranaghan, uno de los pioneros del "pentecostalismo católico" en los Estados Unidos: «Aún veo -a veces incluso la siento realmente- ‘la explosión del Espíritu Santo’ que tuvo lugar en la gran conferencia ecuménica de Kansas capital, ante unas 50.000 personas. Eob Munford, ministro protestante, se hallaba predicando en medio del estadio y, de repente, el espíritu se nos echó encima, así... una explosión de alegría, un aplauso, una alabanza frenética, exultante, por parte de la masa, que duró alrededor de 17 minutos» (op. cit., págs. 10-11). Un fenómeno espontáneo y fuera de control.

En dicha conferencia, que había sido convocada por iniciativa de los católicos, se habían reunido por vez primera «los pentecostalistas clásicos, los neopentecostalistas y los pentecostalistas católicos». También participó en ella activamente el cardenal Suenens, quien ya se había hecho responsable, en 1975, de la "aprobación eclesiástica" del movimiento carismático por parte del Papa (op. cit., pág. 99; sobre Suenens, cf. el final de esta recensión). Los promotores católicos interpretaron "la explosión de alegría" incontrolada que hemos referido como un signo de favor que Dios daba «en pro de la unificación de toda la cristiandad... más allá de las barreras constituidas por las confesiones particulares» (op. cit., pág. 11). Así, pues, el movimiento carismático se las echaba de «elemento unificador de los verdaderos creyentes en Cristo» (op. cit., pág. 14). Naturalmente, añadimos nosotros, siguiendo la letra y el espíritu del concilio Vaticano II, que, como sabemos, incita a cada paso a los católicos al "diálogo" para la unificación, a iniciativas comunes con los herejes en todos los campos. Por eso nos parece que no hay que sorprenderse mucho de que los carismáticos católicos «crean que el ‘cuerpo místico de Cristo’, es decir, ‘la Iglesia’, sea un conglomerado de confesiones, todas cristianas al mismo título: católicos, baptistas, metodistas, presbiterianos, anglicanos...» (op. cit., pág. 69). No es mucho de sorprender que adoptaran el punto de vista de las propias sectas protestantes. Muchos católicos, como hijos que son del Vaticano II y de sus falsas doctrinas, creen hoy que la "Iglesia de Cristo" comprende tranquilamente todas las "denominaciones" cristianas.

Sentado esto, vengamos a la "risa sagrada o del espíritu" (‘Holy Laughter’). En el acontecimiento de San Luis participaban asimismo tres ministros protestantes del llamado «revival de la risa del espíritu», practicado por la secta carismática denominada Toronto Blessing ("Rendición de Toronto", ciudad del Canadá). ¿De qué se trataba?

«La Toronto Plessing es una secta ultra-protestante a la que se podría definir como ‘carismática a la décima potencia’. ‘Enseña’ que el espíritu se manifiesta no sólo individualmente con la glosolalia y las rotaciones del cuerpo, sino, además, con alaridos, chillidos agudos y penetrantes, rodaduras sobre el pavimento, ladridos, gruñidos y una risa colectiva de tipo histérico... La práctica de esta 'risa sagrada o 'del espíritu' se está difundiendo en la Iglesia Católica por conducto del movimiento carismático. La alienta Monseñor Vincent Walsh, un ‘carismático’ que obra valiéndose de la protección de Bevilacqua, el cardenal de Filadelfia» (op. cit. pág. 21).

Observemos a esta secta en acción durante el happening de San Luis, y fijémonos en la conducta de John Arnott, un predicador de la Toronto Plessing, quien se inició en el "bautismo del fuego sagrado" en Argentina, de manos de un adepto local, un tal Caludio Freidzon (op. cit., pág. 22; nótese bien: en Argentina, país teóricamente católico). Este Arnott, retratado en la pág. 35 del libro, comenzó diciendo que quería obediencia ciega del público. A continuación, expuso su "teología", que negaba, en primer lugar, la divinidad de Cristo, pues decía que Nuestro Señor se la había «dejado en el cielo». Ni siquiera era verdadero hombre: era un hombre especial, revestido de la "consagración" del "Espíritu Santo" (op. cit., pág. 23). Todas estas "revelaciones" falsas y heréticas sobre Nuestro Señor (en el fondo, no son más que antiguas herejías cristológicas, como siempre) dijo Arnott que las había recibido de Dios en persona, naturalmente. Los católicos de entre el público lo escuchaban sin rechistar. Ahora bien, siguió diciendo, todo el mundo puede recibir una "consagración" en el "espíritu" semejante a la que recibió Jesús. Así nos haremos todos "ministros". Las manifestaciones animalescas formaban parte de las "consagraciones" y servían para reprimir nuestro orgullo, para desarrollar la humildad y vulnerabilidad de cada uno (op. cit., pág. 25). Para ser verdaderos cristianos -tronaba Arnott- era menester «hacer la experiencia del Dios vivo, una auténtica revolución» (op. cit., pag. 26).

«Mientras Arnott peroraba, el ‘espíritu’ estaba ya manos a la obra: sonidos incontrolados comenzaban a serpear entre la masa. Al principio, sólo amenes y aleluyas aquí y allá; después, carcajadas en voz baja, cocoricós, gritos, gemidos prolongados, risas histéricas. A veces el estruendo se hacia tan grande, que no se podía oir al orador pese a los amplificadores de que disponía). En cierto momento, Arnott comenzó a invitar a alguno que otro a levantarse (a una joven, p. ej.), al tiempo que le decía al hombre que se sentaba a su lado; ‘Imponle las manos’. Hecho eso, el predicador se volvía a la masa ordenándole que rezara , y gritaba: ‘Dales más, Señor, más’. La masa lo repetía al unísono. Y Arnott les mandaba: ‘Decidlo con autoridad! ¡Dales más, Señor!’. La masa obedecía con entusiasmo, inclusive siete monjas ‘católicas’, pertenecientes a una orden ‘carismatico-franciscana’.

Hacia el final de la sesión todo el público estaba en pie, con los brazos abiertos de par en par, muchos con los ojos cerrados, como en trance, mientras que Arnott, con voz baja y suasoria, hipnótica, invocaba al ‘espíritu’ a fin de que ‘bajara’ sobre los presentes. En cierto momento, un ritmo lento, marcado por sonidos como ‘uup, uup, uup’, que semejaban los gruñidos de un chimpancé en la selva, comenzó a difundirse por la explanada, a modo de estrambótico fondo para las palabras de Arnott. Luego, de repente, la cantinela de este último aumentó de volumen, y lo mismo sucedió con los sonidos salvajes e incontrolados que procedían de la masa: alaridos, farfullos 'en lenguas', gritos prolongados. ‘¡Espíritu Santo, visítales, ahora!’, comenzó a gritar Arnott, y ordenó que cada cual lo invocase con autoridad para que bajara sobre su vecino: ‘¡Ven, Espíritu Santo! ¡Confiérenos tu poder, tu autoridad, tu fuego!’. Todos obedecían, sin exceptuar a las monjas mencionadas líneas arriba.

Llegados a este punto, tras estas invocaciones, fue cuando la masa estalló en una cacofonía tan desgarradora e impía que se hace imposible cualquier descripción. Recuerdo a un hombre que repetía, gritando en rápida sucesión: ‘¡gu-gu-ga-ga-daif - - gu-gu-ga-ga-daif!’, como si fuera, por decirlo así, un feroz cazador de cabezas. La gente se tambaleaba, se desmayaba se desplomaba. El aúlle y la grita no paraban de aumentar. Una mujer, tumbada boca arriba y con las piernas en alto, no hacía más que revolcarse por el suelo, ya sobre un costado, ya sobro el otro, presa de una risa incontrolable. La masa parecía completamente dominada por la histeria. Había incluso quien gritaba ‘¡socorro!’, come si fuese víctima de íncubos (...). Cuando me iba, vi a la entrada de la cúpula al padre Harold Cohen, uno de les curas católicos organizadores y protagonistas del acontecimiento , deshecho en sonrisas, que le imponía las manos, a la manera de los carismáticos, a una de las monjas susomentadas, quien acababa de salir de aquella sima del averno. A la monja se la veía tranquilísima... Al momento siguiente me encontré al lado de las monjas que había visto en la cúpula durante la ceremonia. Se marchaban contentas, más alegres que unas castañuelas. De buena gana les habría preguntado: ‘¿No creen ustedes que todo eso es pura locura?’. Pero la pregunta se me atravesó en la garganta» (op. cit., págs. 29-31).

Danzas de eclesiásticos, cuestaciones inoportunas, liturgia carismática en la misa del Novus Ordo

Nos parece que hemos bosquejado un cuadro suficientemente claro del "asqueroso carnaval" (Vennari, op. cit., pág. 108) que tuvo lugar en San Luis con la autorización del ordinario competente. La continuación de dicho acontecimiento se desarrolló a imitación de la "sesión" consagrada al revival de la "risa sagrada", aunque con ritos menos animalescos. Nuestro autor asistió a serenatas a la luz de las antorchas, al "rezo en lenguas" o "en el espíritu", a sesiones de sedicentes "curaciones", a diferentes y variopintos "descensos del espíritu" sobre los desventurados participantes, y lo atormentó hasta la extenuación la presencia continua de la música con el correspondiente acompañamiento de danzas rituales. Como es obvio, no pudo asistir a todo; pero, de cualquier manera, oyó varios "sermones", que se caracterizaban en su totalidad, incluso los de los oradores formalmente católicos, por una oposición constante a la verdadera doctrina de la Iglesia (buenos extractos de la cual aduce con harta oportunidad, para demostrar la absoluta ilicitud del movimiento carismático).

Algunas imágenes merecen fijarse en la memoria, sobre todo algunos aspectos, comenzando por el ceremonial (si se le puede llamar así) del happening del 2000 y de otro parecido que se celebró en 1997, en Pittsburg (Pennsylvania, EE.UU.). El autor lo ilustra bien con fotografías increíbles, dolorosas. Se ve en ellas a obispos (con mucha cruz pectoral), sacerdotes, frailes, monjas, que participan activamente en las músicas, en los cantos, en los bailes colectivos de los "carismáticos", bajo la acción del "bautismo del espíritu". En Pittsburg, la Hermana Nancy Kellar, una de las líderes del pentecostalismo católico americano (a quien nadie ha visto jamás en hábito de monja, según el autor), protagonista en San Luis de una apasionada exaltación del ecumenismo (op. cit., págs. 71-72), «rodeó con los brazos al obispo, Su Exc. Mons. Sam Jacebs, y ejecutó con él unas figuras de danza; luego dieron ambos unos pases de can-can tan moderados cuanto cursis» (op. cit., pág. 37).

En San Luis, «los predicadores protestantes comenzaron, en cierto momento, a imponer las manos a los católicos, que se arremolinaban frente al estrado. Stephen Hill [uno de ellos] agarraba a las personas por la cabeza y gritaba con vez estentórea: ‘¡La nueva consagración! ¡La nueva consagración! ¡Fuego! ¡Fuego!’. Tras lo cual ‘el ungido’ del ‘espíritu’ caía al suelo, y permanecía allí durante un tiempo. Al final, toda la superficie circundante estaba alfombrada de cuerpos desplomados... Entre los ‘bautistas’ figuraba Monseñor Sam Jacebs, obispo católico ‘carismático’, ordinario de la diócesis de Alejandría, en Luisiana (EE.UU.)» (op. cit., pág. 52), el mismo que había protagonizado el baile recién recordado.

La misa de clausura del acontecimiento la celebró también, en la bóveda TWA, el arzobispo de San Luis, que no es un carismático, con mitra y báculo pastoral. Apareció la orquesta de los días precedentes en la procesión final que siguió, y empezó a tocar a ritmo de rock'n'pop un clásico protestante, "Los días de Elías" (que había sido tocado al menos 50 veces durante los días anteriores), con el resultado de que la procesión degeneré rápidamente en una frenética danza colectiva en cuanto el arzobispo abandonó solemnemente el lugar con la cabeza del certejo (op. cit., pág. 109).

Hay que recordar, asimismo, la insistente y pública petición de dinero a los participantes, típica de las congregaciones protestantes, pese a que todo participante había debido pagar una cuota de inscripción de 65 dólares; la petición condujo de hecho a la interrupción de la misa de clausura (en el memento de la colecta), que sólo se reanudó después de que el celebrante, Mons. Rigali, efectuara una enérgica y colérica llamada al orden (op. cit., págs, 107-108). Tocante a la santa misa, es imposible emitir cuanto refiere el autor a propósito del susomentado Mons. Jacobs, obispo de Alejandría, Luisiana. Se cuenta entre les introductores de elementos carismáticos en la liturgia (naturalmente, merced al experimentalismo autorizado por el Vaticano II). Entre estos elementos figura la gloselalia, que dicho obispo practica del modo siguiente: «El obispo adoptó una pose solemne durante la consagración, en la elevación de la hostia y en la del cáliz, e inició la ‘plegaria en lenguas’, que vomitó así sobre les fieles: ‘Ham di iah hei dah sham a lam iada...’. Estos respondieren a su vez con un gruñido de palabras privado de cualquier significado y que semejaba uno de esos horrendos mantras orientales. La mayoría de les fieles recibió luego la comunión en la mano» (op. cit., pág. 117; la ‘plegaria en lenguas’ sustituía al sonido de las campanillas que anuncia ambas elevaciones).

La impostura de la glosolalia y de la profecía "carismáticas"

John Vennari cita, a propósito de la glosolalia, el testimonio de un ex pastor presbiteriano, ex carismático también, que se salvó gracias a su conversión al catolicismo, quien sostiene que se trata de un engaño en toda regla. Nada tiene que ver, pues, con la conocida forma de posesión diabólica que estriba en hablar en trance una lengua desconocida para el sujeto que habla, pero verdadera, auténtica (es el diablo quien habla a través del poseso, valiéndose por lo común de una lengua antigua).

La práctica de las "lenguas" resulta ser la siguiente en las asambleas de los pentecostalistas: un participante anuncia algo en una "lengua" que nadie entiende, mientras que otro hace de "intérprete", traduciendo a renglón seguido para la masa el presunto "mensaje" del "espíritu". Nadie verifica nada. El ex presbiteriano, que recelaba de este modo de obrar, decidió efectuar unos cuantos experimentos:

1) Fingió a veces que tenía algo que decir en "lenguas", y emitió sonidos que luego se aprendió de memoria. Advirtió que el "intérprete" daba (se inventaba) en cada nueva ocasión "traducciones" diferentes de los mismos sonidos (que nada significaban en sí mismos, por le demás).

2) Puesto que conocía el griego y el hebreo, se aprendió de coro el salmo nº 23 [22]: Es Yavé mi pastor; nada me falta, y lo recitó durante una sesión, mientras fingía hablar "en lenguas". El "intérprete" no comprendió ni jota del verdadero sentido, come es obvio, pero dijo que se trataba de un mensaje del cielo que decía, sobre poco más e menos, le siguiente: «Hijos míos, no os retraigáis, ¡eh vosotros, hombres de poca fe! Dad dinero para ese ala extra de la casa de vuestro pastor y yo es bendeciré, etc.». Naturalmente, el trujimán era une de los mejores amigos del pastor en cuestión. Así comenzó a entender el ex presbiteriano que en todo el asunto pentecostalista había algo que no cuadraba... (op. cit., págs. 66-67). Parecen escenas sacadas de una página de Voltaire, aunque son, por el contrario, hechos de experiencia (Voltaire se habría divertido mucho en las asambleas de los pentecostalistas. He aquí cómo describió el presunto don de la glosolalia y/o profecía de que se jactaban les cuáqueros, en una asamblea en la que participó durante un viaje que hizo de joven a Inglaterra, en la primera mitad del siglo XVIII. Había 400 hombres y 300 mujeres, que permanecieron sentados en profundo silencio durante un cuarto de hora. «Al cabo, se levantó uno de ellos, se quitó el sombrero y, tras algunos visajes y unos cuantos suspiros, soltó, medio con la boca, medio con la nariz, un auténtico galimatías, que creía sacado del evangelio, pero del que ni él ni nadie entendía nada...» (3).

Tocante a las cacareadas profecías de los pentecostalistas, no pasaban de "pías banalidades" por lo común, que cualquiera habría podido decir: une de la masa se adelantaba, cogía el micrófono y rompía a hablar en tono inspirado, como si Dios en persona estuviera comunicándose por su conducto. He aquí un ejemplo: «Dondequiera que estéis, quienesquiera que seáis, sabed que el poder de mi Espíritu Santo es siempre el mismo; conferídselo a los demás... llevadle con vosotros, proclamadlo, etc.» (op. cit., pág. 114).

La carencia de verdadera profecía y de auténtica glosolalia nada resta, come es natural, a la naturaleza intrínsecamente diabólica de la iniciación llamada "bautismo del espíritu". Esta naturaleza se destaca aún más por todo el acompañamiento de histerismo colectivo y de engaños sabiamente administrados que la caracteriza.

El aquelarre litúrgico del carismático cardenal Suenene

Las últimas anotaciones las reservamos para el cardenal Suenens, a cuya nefasta obra de "reforma" de la Iglesia le dedica John Vennari, muy oportunamente, la parte final de su librito (págs. 135-175). Como se recordará, el cardenal facilitó la penetración de les carismáticos en la Iglesia. No vaciló siquiera en celebrar una liturgia sacrílega, de tipo pentecostalista, según se desprende del testimonio poco conocido, u olvidado, del protestante George Macleod, primado de la Iglesia de Escocia a la sazón.

«Ochenta líderes carismáticos se encentraron en junio de este año 1976 en Malinas, Bélgica. Una relación dice que ‘la sagrada comunión se distribuía a diario’. Un miércoles por la tarde tuve el privilegio de hallarme presente al sacramento en la capilla privada del cardenal, en su residencia. Predicó sobre el capítulo quince de San Juan, nos saludó y abrazó a todos, y cada uno de nosotros recibió de él el pan y el vino. El viernes siguiente, en la catedral, nos reunimos para la sagrada comunión. Un protestante de Irlanda del Norte leyó la Epístola; un jesuita leyó un pasaje del evangelio de San Juan; Tom Smail, un presbiteriano, echó un valiente sermón. El cardenal partió el pan y nos ofreció de nuevo el pan y el vino. En ese ministerio se manifestaron el don de profecía, el de lenguas y el de interpretación [de la Sagrada Escritura, dictada por el "Espíritu", suponemos]; un rezo libre y abierto, una salmodia en y con el Espíritu. Al final, todos nosotros -profesores, curas, pastores y el cardenal- cantamos y bailamos adelante y atrás por la nave de la catedral [de Malinas], cogidos de la mano, unidos nuestros corazones en el espíritu de Ntro. Sr. Jesucristo resucitado, que insuflaba en ellos tanto amor y alegría. Jamás habría creído que llegaría a ver tamaño milagro y a participar en él. El cardenal era el cardenal Suenens» (4). El "todos nosotros" del reverendo protestante debe de referirse a los ochenta líderes carismáticos" (nótese: líderes carismáticos) congregados en Malinas. De la relación se recaba la impresión, acaso equivocada, de que en la catedral sólo estaban ellos en aquel momento, o pocos más.

Así, pues, el cardenal Suenens, quien, entre otras cosas, fue el primero en introducir la praxis de la comunión en la mano, estaba iniciado en el culto satánico del "bautismo del Espíritu". Eso se desprende con claridad, nos parece, de la liturgia sacrílega y blasfema, "pentecostalista", del innoble aquelarre litúrgico que no vaciló en celebrar con los herejes y cismátices (un grupo particularmente selecto), en la catedral de Malinas, un año antes de ir a Kansas capital para participar activa y entusiásticamente en la gigantesca y monstruosa reunión pentecostalista que se dio allí.

Speculator

Notas:

(1) sì sì no no (edic. española): El movimiento carismático. Una forma "democratizada" de iniciación diabólica, pág. 1.

(2) Jonh Vennari, Close-ups of the Charismatic Mouvement (Primeros Planos del Movimiento Carismático), Tradition in Action, I.c., P.P. Box 23.135 Los Ángeles, California, 90.023 www. TraditionInAction.org.

(3) Voltaire, Lettres Philosophiques, ed. R. Naves, París, Garnier, 1956, p. 8: Enfin un d'eux se leva, ôta son chapeau, et, après quelques grimaces et quelques soupirs, débita, moitié avec la bouche, moitié avec le nez, un galimatías tiré de l'Evangile, à ce qu' il croyait, et ni lui ni personne n'entendait rien...

(4) Carta publicada en Faith, nov.-dic., 1976, p. 28, citada por Michael Davies, Pope Paul's New Mass (La Nueva Misa del Papa Pablo), Kansas City: Angelus Press, 1992, p. 216; autor este último, citado por J. Vennari, op. cit., pp. 60-161.

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NOTAS DE UN CATÓLICO PERPLEJO

Extravagancias en los catecismos

Hablaré ahora de algunas extravagancias con que se topa uno en la catequesis y en los catecismos.

Hace tiempo, un cura se desplazaba de un lugar a otro predicando una nueva cristiandad, en la cual «se combatirá esa preciosa trascendencia que hace de Dios un monarca (...). De haber nacido en una familia cristiana, el catecismo que hubieseis estudiado no habría sido más que un mero esqueleto de la fe (...). Nuestra cristiandad parecería neocapitalista en la mejor de las hipótesis». El cardenal Suenens exigió a voz en grito, después de haber reformado la Iglesia a su sabor, «la apertura al más vasto pluralismo teológico». En 1973, en la archidiócesis de Paris, el Padre Feillet impartió un curso de doctrina para adultos, en el cual afirmo repe­tidamente que «Cristo no venció a la muerte. Murió a manos de ella. Cristo fue vencido en el plano de la vida, como lo seremos todos nosotros también. El caso es que la fe carece de justificación; debe ser un grito de protesta contra el universo feneciente, como hemos dicho, un grito que brote de la percepción del absurdo, de la conciencia de la condenación y de la rea­lidad de la nada».

E1 francés Pierres Vivantes (Piedras Vivientes) procura por todos los medios no explicar nada clara y distintamente, salvo el hecho de que no quiere tener nada que ver con la Tradición. Usa el método comparatista de la disciplina denominada “Historia de las de las Religiones”: cuando menciona los dogmas, los trata como creencias particulares de una sección de la humanidad, a la que el propio libro se digna llamar “cristianos” (¡favor que nos hace!), con lo que los pone al mismo nivel que a los judíos, los protestantes, los budistas y hasta los agnósticos y ateos.

a. Se ruega a los catequistas en muchos cursos que hagan elegir a los muchachos una religión cualquiera, no importa cual. Será bueno para ellos que escuchen incluso a los “incrédulos”, pues tendrán mucho que aprender de estos. Lo importante es la pertenencia a un grupo, la ayuda recíproca entre compañeros de clase, la habituación a las dificultades futuras. Pierres Vivan­tes pone como ejemplo edificante a la comunista Madeleine Delbrel; otro “santo” es Martin Luther King, junto con Marx y Proudhon, considerados “grandes defensores” de la clase obrera. Pierres Vivantes no es un libro de educación cívica, de historia u otras materias profanas, sino que se las echa de catecismo católico. He aquí como trata el pecado original: «E1 pecado original es una enfermedad congénita (...) una enfermedad que proviene de los orígenes de la humanidad». No me alargo sobre otras bobadas.

b. A mi hija Clara, que frecuenta la Dominican Secondary School de Wicklow, es decir, una escuela “católica” (?), la obligan a estudiar la historia de las religiones con criterios “comparatistas”. Fue la única que eligió a Jesucristo como objeto de estudio. No les cuento todo lo que me veo obligado a rectificar en la enseñanza que recibe. Es una auténtica vergüenza.

c. E1 texto para catequistas Behold the Man (“Detrás del hombre” - con imprimatur, como es obvio) reza así: «Jesús no pretendió legar a la posteridad un sistema moral, político, sexual o de cualquier otro tipo. Insistió en el amor recíproco». Después de haber explicado, enmendándole la plana al Génesis, que el vestido apareció mas tarde, «como signo de rango social o de dignidad (...) una propues­ta de simulación», declara que «ser puros significa estar en orden, ser fieles a la naturale­za (...). Ser puros significa estar en armonía, en paz con los hombres y con la tierra; signi­fica estar de acuerdo con las fuerzas de la naturaleza sin resistencia ni violencia (...) ¿Es compatible con la pureza de los cristianos una pureza del tipo dicho? No solo lo es, sino que resulta necesaria para una verdadera pureza humana y cristiana. Jesucristo jamás negó o rechazó ninguno de los descubrimientos y adquisiciones que son fruto de las grandes investigaciones de la humanidad. Todo lo contrario; vino a conferirles una extensión extraordinaria: No he venido a destruir, sino a completar».E1 texto aduce como pretexto, en sostén de su tesis, la figura de la Magdalena: «En tal contexto, la pura es la Magdalena por amar tan profundamente»; tesis que, en cierto sentido, podría reputarse por correcta. ¡Lástima, con todo, que se silencie el perdón de los pecados y la exhortación de Jesús a no pecar más! Los autores se preguntan: «¿Se pueden mantener relaciones sexuales con una muchacha?». Respuesta: «Plantear el problema en estos términos es indigno de un hombre verdadero, de un hombre que ama, de un cristiano. ¿No significa la imposición de una camisa de fuerza, de un yugo intolerable?». Los catequistas no enseñaban eso en mis tiempos, ¡todo lo contrario! Siempre lo he dicho: ¡nacer en Italia fue mi ruina! Es broma, naturalmente.

d. Las cosas van peor aun en Canadá, tanto en el ámbito político, por los ataques sistemáticos anticlericales y radicales contra los valores éticos de la familia, eclesial: se trata de hechos denunciados hasta por periódicos católicos irlandeses. Algunos catecismos canadienses no tratan más que de las relaciones sexuales, y con letras muy gordas: “Sexualidad vivida en la fe”; “Promoción sexual”, etc. Uno de ellos (siempre con el impri­matur) insta a los jóvenes a que «rompan con todo, para que redescubran su personalidad, a la que todos estos lazos traen sofocada, y se liberen de las coerciones impuestas por la sociedad o la familia». Los redactores de estas inmundicias se justifican citando el evangelio, y sos­tienen que también Cristo consumó tamañas rupturas al revelarse como Hijo de Dios; por eso es deseo suyo que le imitemos.

e. Si mis hijos se viesen obligados a manejar tamaña inmundicia de texto, y si yo tuviera acceso a alguno de sus autores, inclusive el obispo que le dio el imprimatur y que tan indignamente apacienta su rebaño, me olvidaría de ese precepto de la caridad que obliga a soportar a los hermanos molestos y los trataría como el seráfico Padre trató a fray Juan de Florencia. Pero ¿cuando tendremos un Papa que barra fuera de la Iglesia esta escoria?

f. Las obras de misericordia espiritual son seis en el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica: instruir, aconsejar, consolar, confortar, perdonar y sufrir con paciencia (n° 2447). Pero ¿no eran siete: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo y rogar a Dios por los vivos y difuntos? (compendio del catecismo de San Pío X). ¡Que cu­rioso! En el Nuevo Catecismo falta precisamente “corregir al que yerra”; y “rogar a Dios por los vivos y difuntos” (que ya no esta de moda) se sustituye por “confortar”. ¡Y todavía hay quien osa sostener que nada ha cambiado, que seguimos transitando por la senda de la Tradición!

Teorías teológicas

¡Cuántas teorías “teológicas”, y de qué jaez, se han desarrollado en el seno de la Igle­sia después del concilio! Un sacerdote de mi parroquia, precisamente el viejo cura de la igle­sia de Kilcoole, exhibió sus dudas sobre el dogma de la Asunción en la homilía de la misa de dicho nombre. Como hacen todos los “modernistas”, no negó directamente el hecho, pero puso de manifiesto que las Escrituras no hablan de el (olvidándose de que existe una santa tradición), y dijo que era probable que Pío XII hubiese sido mal aconsejado. Es habitual en estos cobardes tirar la piedra y esconder la mano para no incurrir en sanciones eventuales, bien que impro­bables. El decano de la Facultad de Teología de Estrasburgo, ya citado en otra ocasión, quien parangonó la presencia de Nuestro Señor en la misa a la de Wagner en el festival de Bayreuth, se enoja cuando oye definir la eucaristía como “un signo eficaz”. Afirma «que es ridículo (...) no podemos seguir diciendo ciertas cosas; carece de sentido en nuestros días».

A propósito de la eucaristía, asistí hace pocos años a una retransmisión de la televisión pública irlandesa dedicada a la “querelle” (disputa) que se suscitó porque el presidente irlandés había participado en una función anglicana y comulgado en ella pese a ser católico. No les cuento lo que tuve que presenciar: teólogos y seglares, comprometidos en la iglesia local, negaron la presencia real de Cristo; una misionera católica (por desgracia) declaró, echando mano de una antiguo caballo de batalla protestante, que admitir la presencia real de Cristo en la eucaristía sería como decir que cada vez que comulgamos hacemos acto de caniba­lismo (!).

Tanto abundaron las memeces heréticas que hasta la Conferencia Episcopal hubo de correr a poner remedio, acaso bajo presión de Roma, y dar a la luz una circular titulada One Bread One Body (Un solo pan, un solo cuerpo). No se que efecto tuvo este documento, ya que a menudo los acatólicos, sobre todo los acatólicos de parejas mixtas, siguen comulgando en iglesias católicas. Pero ¿quien controla?, ¿quien sanciona? Por otra parte, el texto del documento nada tiene de satisfactorio: «‘Distribución sacramental - Casos excepcionales [¡que son la regla, en reali­dad!] - Otros cristianos en la eucaristía católica’: 1. A los cristianos ortodoxos se les puede admitir a la sagrada comunión, a título de excepción, si la piden espontáneamente y tienen las debidas disposiciones; es de rechazar toda sugestión de proselitismo. 2. A los cristianos de otras denominaciones que se vean impotentes para contactar con un ministro de su comunidad y lo deseen por propia iniciativa, puede admitírseles a la sagrada comunión en una iglesia católica, en circunstancias excepcionales, de una necesidad grave y apremiante, después de cons­tatar que comparten nuestra fe en la naturaleza del sacramento y tras recibir el consentimiento del obispo local, o de su delegado. E1 caso de necesidad podría extenderse a las veces a un tiempo de alegría o de dolor en la vida de un individuo o de una familia».

La Iglesia ha considerado siempre las cátedras teológicas y la ley canónica como órganos de su magisterio, o al menos de su predicación. Al presente, es casi seguro que ninguna universidad católica, o poco menos, enseña ya la fe ortodoxa de la Iglesia. Smulders, de la Facultad Teológica de Amsterdam, sospecha que San Pablo y San Juan inventaron el concepto de Jesús hijo de Dios, con lo que rechaza el dogma de la Encarnación. Schillebeeckx expuso las mas afrentosas ideas en la universidad de Nimega: se invento la “trans-significación”, con la consiguiente supeditación del dogma a las condiciones de cada periodo histórico; también impartía una explicación social y temporal de la doctrina de la salvación. Kung, en Tubinga, antes de que le prohi­biesen la enseñanza de la teología católica, impugnó el misterio-trinitario, la Virgen María, los sacramentos, y describió a Jesús como un narrador de historias, carente de estudios teológicos (¡pobre Iglesia!). Snackenburg, de la universidad de Wurtzung, acusa a San Mateo de haber alterado la confesión “Tu eres el Cristo” para dar patente de autenticidad al primado petrino. Rahner, ya difunto, minimizaba la Tradición en sus clases en la universidad de Mónaco de Bavie­ra; negaba la Encarnación, al menos virtualmente; hablaba del Señor como de un hombre concebido de manera natural; negaba el pecado original, la Inmaculada Concepción, y recomendaba el plura­lismo teológico. Kung, Schillebeeckx y Rahner fueron los peritos mas consultados y seguidos por los obispos “del Rin”, todos del partido “modernista”, vencedor en el pasado concilio.Los últimos Papas han recordado a veces los límites de las competencias teológicas, pero es­tos  teólogos no han sufrido jamás sanción alguna, aun siendo gravísimo lo que enseñaban y siguen enseñando. A monseñor Lefebvre lo excomulgaron ­por sostener la Tradición y consagrar cuatro obispos para mantener viva su obra al servicio de las almas necesitadas, aunque se declaró siempre y hasta el final fiel a la Iglesia y al Papa; mientras que los susodichos teólogos y muchos otros, que no enseñan ya la doctrina católica, sino todo lo contrario, siguen sien­do miembros de pleno derecho de la Iglesia. ¡Qué cosas tan extraordinarias puede hacer el “plu­ralismo” en sentido único! A Monseñor Capucci, el obispo melquita a quien el ejercito israelí cogió con las manos en la masa cuando transportaba armas para los palestinos en su auto, lo as­cendieron y trasladaron a Roma como castigo; a Monseñor Gaillot (espero recordar el nombre con exactitud), obispo francés, defensor declarado de la sodomía, que enseñaba doctrinas abier­tamente contrarias al magisterio, lo removieron de su sede, pero en realidad, es libre de andar por el mundo predicando sus inmoralidades y “herejías”. Monseñor Milingo, que se casó en una secta sincretista del Extremo Oriente, puede desempeñar su ministerio después de haber hecho acto de arrepentimiento (¡y menos mal!). E1 obispo Lefebvre, en cambio, fue excomulgado. Es probable que se considerara su desobediencia mucho más grave, porque no quiso someterse a las “novedades”, contrarias a la Tradición, del concilio Vaticano II, el único dogma verdadero e intocable de la “iglesia” actual: No obstante, al concilio Vaticano II se le consideró un concilio pastoral y no dogmático precisamente en razón tanto de la intención de los padres conciliares como de los dos pontífices que lo iniciaron y concluyeron declarándolo magisterio “auténtico”. También Ratzinger lo afirmó, hablando a la Conferencia Episcopal Chilena: “La verdad es que el mismo concilio no definió dogma alguno y quiso conscientemente expresarse a un nivel más modesto, como mero concilio pastoral”. ¡No obstante eso, se ha convertido en el intocable “becerro de oro” y en el único autentico dogma de la catolicidad moderna!

El Santo Oficio

Antaño existía el Santo Oficio, pero con la renovación que trajo el concilio era impensa­ble un tribunal que vigilara y tutelara la fe: eso habría bloqueado el pluralismo. La transformación del dicasterio romano fue fundamental. La Congregación para la Doctrina de la Fe no es ya un organismo que vigile y sancione, sino que se ha convertido en un coordinador de la investigación teológica . De hecho, se autodefinió Oficina para la investigación teológica. En realidad, las posiciones asumidas por la congregación susomentada carecen de un impac­to inmediato, porque las decisiones que toma eventualmente no las impone ya, sino que las deja al albedrío de los pastores y teólogos. Comprendí así por qué algunos clérigos me respondían: “esas son las opiniones de Ratzinger o del Papa, pero no del obispo tal o del teólogo cual”.

La Conferencia Episcopal Francesa, con Lustiger en primera fila, criticó con dureza al Papa cuando promulgó el Nuevo Catecismo, porque lo consideraba una injerencia indebida y un retorno al pasado. La susodicha Conferencia Episcopal no es nueva en duras críticas a la Santa Sede y en presiones contra ésta. A comienzos de 2001, cuando de una posible reconciliación de la Hermandad San Pío X con Roma, el episcopado francés, guiado por los cardenales Lustiger, Billié y Eyt, se desencadenó contra el Vaticano; se difundió la noticia de que 65 obispos franceses estaban prontos a desobedecer si la Santa Sede recono­cía a la dicha Hermandad. El cardenal Eyt, obispo de Bordeaux -que murió poco después-, escribió también un famoso comunicado. E1 cardenal Martini, jesuita, un año antes de jubilarse, criticó al Pontífice, reo de mantener un fuerte centralismo romano, y propugnó una reforma del Papado. Es casi cómico constatar que fue precisamente el Papa Juan Pablo II quien lo nombró arzobispo de Milán (a propósito: ¿no tenían los jesuitas el 4º voto de ‘obediencia al Sumo Pontífice’?).

Se llegó al punto de una crisis grave cuando el pontífice actual obligó a los obispos tedescos, con una severidad que no se había mostrado nunca antes con una Conferencia episcopal, a retirar su sostén a los consultores católicos que asistían indirectamente incluso a las mujeres que querían abortar [sì sì no no, 15 de mayo de 2001, pp. 1-3, edic. ital.]. No puedo pasar por alto la recogida de firmas en las parroquias austríacas contra la doctrina del Papa Wojtyla, considerada demasiado tradicionalista y anticuada.

El ecumenismo

Experimento un sentimiento de rechazo al oír pronunciar las voces “teólogos”, “teología” y “ecumenismo”. No consigo asimilar la concepción actual de ecumenismo por más esfuerzos que haga. Dijo Juan XXIII al emprender esta peligrosísima aventura, acaso movido por su bondad natural (os ruego me permitáis añadir que la bondad y la capacidad no siempre corren parejas): “Busquemos lo que nos une, no lo que nos separa”. A1 susodicho programa se le puede responder que no es mío, sino que lo tomo en préstamo: ¿Cómo reaccionaría un pa­ciente si el médico le hiciera el siguiente diagnostico: “Mire, usted tiene un grave tumor en preocupe: el 90% restante de su cuerpo esta sano”? Las diferencias que nos separan de los “hermanos separados” son tan grandes y tan variadas, que es imposible aun­que no pasa nada: También son gravísimas las diferencias con los “ortodoxos”, aunque meno­res en número que las que median con los protestantes.

Hay muchos puntos que estimo contradictorios y nada claros en la encíclica Ut unum sint, pero, por motivos de espacio, me detendré solo sobre algunos de ellos:

a. «Los teólogos católicos deben proceder, en el dialogo ecuménico, con amor a la verdad, con caridad y con humildad, sin dejar de permanecer fieles a la doctrina de la Iglesia al investigar con los hermanos separados [cita del decreto conciliar sobre el ecumenismo] (...)».

Caridad para con el interlocutor, humildad para con la verdad que se exigir revisiones de afirmaciones y de actitudes.Por lo que toca al estudio de las divergencias, el concilio exige que toda la doctrina se exponga con claridad. Pide al mismo tiempo que el modo y el método de enunciar la fe católica «no constituyan un obstáculo para el dialogo con los hermanos» (Ut unum sint, n° 36).

Me permito observar humildemente que en este pasaje se echan de ver tres discrepancias: 1) los teólogos católicos deben investigar con los hermanos separados, aunque sin dejar de ser fieles a la doctrina de la Iglesia, etc.; 2) en la humilde búsqueda de la verdad, los teólogos podrían descubrir que deben revisar ciertas afirmaciones y actitudes; 3) la manera y el método de enunciar la fe católica no debe constituir un obstáculo para el dialogo.

¿Qué significa todo eso? ¿Significa que la verdad que se descubre podría exigir revisiones de afirmaciones y actitudes? ¿Qué podría descubrirse que parte de la teología católica es errónea? ¿Que debemos asimismo andar con ojo y silenciar algún punto de nuestra doctrina para no obstaculizar el dialogo con los hermanos separados?

b. Paso al segundo punto:

«[...] es por el deseo de obedecer realmente a la voluntad de Cristo por lo que me reconozco llamado, en tanto que obispo de Roma, a ejercer tal ministerio [...]. Que el Espíritu San­to nos de su luz e ilumine a todos los pastores y teólogos de nuestras iglesias, a fin de que podamos buscar, juntos evidentemente, la manera en que este ministerio pueda realizar un servi­cio de amor reconocido por unos y otros» (Ut unum sint, n° 95).

¿Adonde quiere ir a parar este discurso? ¿Acaso se tiene en mente reformar asimismo el minis­terio petrino, para dar gusto a los acatólicos? ¿La unidad a toda costa? Este también me parece un discurso ambiguo: salta a los ojos que se revalida nuestra doctrina, pero luego se premia con un azucarillo a los acatólicos. Como de costumbre, se le da la razón a Dios y al diablo. ¿Cual es la verdad? ¿Cristo quiso el ministerio petrino o no? En caso afirmativo, esto debería poner punto final a la discusión, mal que les pese a los hermanos separados. ¿Que hay que dis­cutir, investigar o reformar?

c. Tercer punto: el Papa afirma, igual que el pasado concilio, y en contra por completo de la doctrina precedente, que las comunidades o iglesias de los hermanos separados están unidas a la Iglesia Católica, si bien de manera imperfecta, por lo que también ellas son Iglesia (nº 42). En otro pasaje llama iglesias hermanas a las ortodoxas (nº 55). Pero si están unidas a la Iglesia Católica, bien que imperfectamente, ¿cómo pueden ser hermanas suyas? Los hermanos no son una sola cosa por muy semejantes que sean, sino individuos distintos. No sé si el Papa opina, por un lado, que la Iglesia Católica y las ortodoxas son hermanas, y, por el otro, que, sin perjuicio de ello, forman parte todas ellas de una iglesia universal, superior a la propia Iglesia Ca­tólica (teología que ya había desarrollado la High Church de la iglesia anglicana, la cual se autoincluye en el grupo y denomina “iglesia romana” a nuestra Iglesia Católica para diferenciar­la de la verdadera Iglesia Católica, que agrupa a las tres confesiones), o si, por el contrario, opina otra cosa.

Continuará

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