UN HEREJE EN SUS TRECE: EL PRIOR ENZO BIANCHI
En una entrevista concedida al Corriere della Sera, el 20 de agosto de 2003, Enzo Bianchi, prior de la Comunidad de Bose, con motivo de su nuevo ensayo Cristianos en la sociedad, no ha tenido apuro en declarar una serie de afirmaciones políticamente correctas, dentro de la actual fiebre ecuménica, pero sin duda alguna inaceptables desde el plano teológico.
La entrevista se titula: Bianchi: ‘Cristianos, ya no tengáis miedo de los demás’. Muchos no aceptan la existencia de otras morales a pesar del cambio del Concilio.
1.- Bose, comunidad mixta y ecuménica («setenta monjes, hombres y mujeres, mayormente católicos, aunque también hay ortodoxos y protestantes»), la compara Bianchi a los «desiertos en los que se refugiaron determinados monjes del siglo IV como reacción al hecho de que su Fe se había convertido en religión oficial del Imperio Romano: acontecimiento que inauguró el poder temporal de la Iglesia, paralelo al cual se ha ido sucediendo una secular decadencia en la vida espiritual».
Comentario
a) Históricamente es falso que la razón por la que los primeros monjes se retiraron al desierto sea la presentada por Bianchi.
b) La idea de que el poder temporal de la Iglesia sea o haya sido en sí algo negativo no tiene ningún fundamento en la tradición teológica católica.
c) Igualmente es absurdo afirmar que este poder haya sido la causa de una “secular decadencia en la vida espiritual”; esta decadencia existe sólo en la imaginación de Bianchi: la lista de los santos, místicos, teólogos, poetas medievales se hace interminable de suerte que hablar de decadencia parece más bien una broma de mal gusto ( a no ser que Dante, Santo Tomás de Aquino o Santa Catalina de Siena sean considerados como ejemplos de “decadencia espiritual”).
2.- A continuación Bianchi afirma que «la época constantiniana» del poder temporal se ha acabado con el Concilio Vaticano II y que «la Iglesia, fuera ya de una posición defensiva respecto al mundo, es el punto de referencia. Hasta el Papa Juan, y sobre todo durante los últimos siglos, más concretamente a partir de la Reforma, la Iglesia ha mantenido siempre un espíritu apologético, de lucha contra el mundo, para acabar sintiéndose asediada, siempre con enemigos a lo lejos: desde la herejía protestante al laicismo de la Revolución francesa, llegando hasta el comunismo. Con el Papa Juan esta actitud se acaba y comienza a haber un verdadero diálogo con la sociedad [?], un diálogo que este Pontífice mostraba como un compromiso de confianza con el otro, distinguiendo entre el error y la persona».
Comentario
El inicio de la frase es interesante pues señala que hasta el Vaticano II la Iglesia luchaba contra el mundo, mientras que acabado el Vaticano II ya no lucha. Así pues se admite que hay como dos “Iglesias”, separadas por una ruptura clara: la Iglesia “antigua”, la de siempre y que siempre luchó contra el mundo, y la Iglesia del Vaticano II que, al contrario, ya no lucha. Mas esto equivale a reconocer que el Concilio Vaticano II constituye una quiebra en el cuerpo de la Tradición: la Iglesia “conciliar” ha roto su vínculo vital con ella pues ha dejado de hacer algo que había hecho siempre y que siempre fue considerado, con el Evangelio como fundamento, santo y necesario: luchar contra el mundo.
Por lo tanto una de dos: o bien la Iglesia, durante casi dos mil años, se ha equivocado pues el Vaticano II nos ha descubierto una verdad que, incomprensiblemente, se había ignorado siempre, ajena al depositum fidei, y por lo tanto hay que seguir al Concilio (o a Bianchi), o bien el Concilio se ha alejado de forma culpable de la Tradición de siempre.
El prior Bianchi entra seguidamente en la aventura del reino de los sofismas, haciendo el falso razonamiento que sigue: “la Iglesia ha mantenido siempre un espíritu apologético de lucha contra el mundo, acabando por sentirse a veces asediada”.
La frase “acabando por sentirse” es realmente una perla de “relectura” de la historia: para Bianchi no ha habido enemigos de los que ha sido necesario defenderse; la Iglesia nunca ha estado rodeada y amenazada por la herejía, por la gnosis, por las falsas religiones, por los poderes de este mundo, por los cismas, etc... no. La Iglesia, para entendernos, no ha tenido nunca enemigos; nadie la ha odiado ni ha deseado destruirla; ¡sólo ha tenido enemigos imaginarios! Así que Papas y teólogos han sido unos paranoicos, unos depresivos que, nos preguntamos la razón, veían enemigos por todas partes. Es normal que con una interpretación tan absurda de la historia se llegue a pensar que la Iglesia ha acabado por “sentirse [¡sic!] asediada”.
No han sido los enemigos los que han asediado a la Iglesia sino que la Iglesia se ha imaginado enemigos, sintiéndose asediada. ¿Cómo se puede refutar una idea así? No se puede refutar una fantasía, una representación imaginaria de la historia que ha perdido cualquier contacto con la realidad objetiva de los hechos. Sólo la simple lista de los que, según Bianchi, fueron los enemigos imaginarios de la Iglesia (enemigos que Bianchi identifica sin dudarlo con la “sociedad”) nos deja estupefactos:
- Los protestantes, amigos declarados del Papa, de la Misa y de la doctrina católica (los insultos que Lutero profiere contra el Papa en determinados escritos, especialmente en «Cómo se debe instituir a los ministros de la Iglesia», son literalmente indecibles.
- El laicismo de la Revolución francesa, curioso eufemismo para señalar el episodio más despiadado y más diabólico de la persecución masónica contra el Catolicismo en Francia y en todos los países conquistados (a no ser que Bianchi no haya leído nada sobre el genocidio de los católicos en la Vendée, contra los cuales se llegó a pensar, sin llegar a hacerlo evidentemente por razones técnicas, en utilizar el gas y el envenenamiento de las aguas para exterminarlos (Al respecto se puede consultar El genocidio de la Vendée de R. Secher y Los falsos mitos de la Revolución francesa de J. Dumont).
- El comunismo: por supuesto, ¡qué tontos estamos! Nos olvidábamos de otro enemigo imaginario, una doctrina política que (¡oh coincidencia!) asesinó en la Unión Soviética al menos a 200.000 sacerdotes y que (¿tal vez por error?) ha buscado con todas sus fuerzas, en todas partes donde se ha aupado con el poder, a hacer desaparecer el Cristianismo valiéndose de cualquier medio, incluyendo la tortura y las matanzas.
Con el Papa Juan, nos dice Bianchi, comienza el “diálogo con la sociedad” (es decir con los enemigos ya citados, un diálogo con la confianza como base.
¿Acaso ignora Bianchi que Jesucristo ha fundado la Iglesia para enseñar e instruir y no para dialogar? Se trata de un principio sencillo: la religión cristiana no es una doctrina entre otras de origen puramente humano, no representa una posición filosófica susceptible de ser objeto de discusión como cualquier otra opinión humana. Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero, ha revelado completamente lo que hay que considerar como verdadero, y por mediación de la Santa Iglesia, su Cuerpo Místico, instruye a todos los hombres. El diálogo puede existir entre intelectuales y librepensadores, pero no entre la única religión y los que, con orgullo, la rechazan. «Corregir a los pecadores» y «enseñar al que no sabe» ¿no son quizá ya obras de caridad? ¿No constituye un deber de todos los cristianos anunciar la Buena Nueva de la Salvación que nos ha traído Jesucristo?
3.- «Actualmente muchos cristianos son conscientes de ser una minoría aunque pretenden que se les escuche como si fueran mayoría, queriendo incluso a veces constituir un grupo de presión, un grupo influyente de cara a la sociedad civil, en lugar de aceptar que hay no solamente muchas religiones sino también numerosas éticas y morales».
Comentario
Qué triste es oír no a un seglar cualquiera, o a un diputado ateo y socialista del Parlamento Europeo, sino a un monje que se dice católico, incluso un monje que es prior, prorrumpiendo en acusaciones tan superficiales.
Parece, según Bianchi, que los cristianos, por ser minoritarios, deben renunciar a luchar para que el mundo que les rodea asuma lo más posible, al menos en un plano moral, político y social, los principios de la religión católica.
Tal visión de las cosas no sólo carece de fundamento teológico sino que tampoco se mantiene en la buena dirección del sentido común puro y simple: en efecto los cristianos, bien sean mayoría o minoría, tienen todo el derecho, e incluso el deber moral, de organizarse para que sean tenidos en cuenta sus planteamientos y para orientar a la sociedad civil por lo que debe optar, y al actuar así no hace otra cosa que cualquier otro componente de un sistema democrático.
En la hipótesis de que una mayoría no cristiana impusiera una ley a favor de la selección eugenésica de los recién nacidos, ¿qué pretendería el prior de Bose que hicieran los cristianos? ¿Qué se resignen y renuncien a luchar por la verdad solamente porque son minoría? Llegamos al absurdo total ante la ausencia, al menos aparente, del sentido común y la buena fe.
A continuación Bianchi sugiere a los cristianos que “acepten la existencia no sólo de muchas religiones sino también de numerosas éticas y morales”. La frase aunque parece clara no lo es. ¿Qué entiende Bianchi por “aceptar”? Si quiere decir admitir, reconocer, confesar, no podemos más que estar de acuerdo con él; habría que ser muy cerrado, ciertamente, para no darse cuenta del relativismo moral y religioso que nos rodea. Si por “aceptar” Bianchi considera tales actuaciones como algo bueno, positivo, algo que no hay que combatir, en ese caso la frase es inaceptable, pues significaría renunciar a la vocación apostólica y misionera del Cristianismo, a su universalidad intrínseca, dicho de otra forma, significaría no creer ya. Además hay que decir que más bien que contemplar la presencia de “numerosas éticas y morales” lo que contemplamos es el derrumbamiento espantoso, durante estos últimos decenios, de la santa moral católica, así como la crisis sin precedentes del ethos cristiano que impregnaba en otros tiempos a toda la sociedad; somos testigos de la destrucción, en particular dentro de la juventud, de toda idea moral, de un deslizarse hacia la barbarie que tiene algo de apocalíptico (los datos sobre el aborto, el divorcio y la droga confirman esto). ¿Cómo un católico puede “aceptar” tal catástrofe? ¿Cómo puede aparentar que todo va bien y tener su corazón en paz?
4.-«Desgraciadamente la Iglesia habla a menudo un lenguaje muy alejado de los hombres de hoy, que sigue siendo muy moralista y que a veces tiene una connotación demasiado severa y poco misericordiosa».
Comentario
De las críticas generalizadas hacia los cristianos se pasa a las críticas dirigidas contra la Iglesia, acusada de hablar “un lenguaje muy alejado de los hombres de hoy”. Mas nos gustaría preguntar a Bianchi, ¿qué significa “hombres de hoy”? ¿Se trata de hombres especiales, diferentes a los de ayer, de una nueva especie? ¿Tal vez ha cambiado la esencia de la vida espiritual y moral de un hombre? ¿O tal vez no es ya cierto que podemos hacer resplandecer la Verdad inmutable en toda su belleza y ante todos los hombres, de ayer y de hoy, si tienen el deseo, la humildad y la voluntad de someterse a ella? El lenguaje es el lenguaje, tiene su gramática, su sintaxis, su estructura lógica: si se usa correctamente no puede dejar de ser comprendido; lo que no tiene sentido es hablar de lenguaje “próximo” y de lenguaje “alejado”, más bien hay que hablar de verdad y de mentira. Y así, si el lenguaje de la Iglesia aparece como “lejano” a los hombres de hoy no es a causa de una limitación o de un error de la Iglesia por predicar verdades ya superadas, sino que es a causa de los hombres, de sus costumbres, de sus ideas que, por su propia culpa, se han alejado de la Iglesia y de la Fe. No hay duda de que si mi forma de vida se opone a aquella que la Iglesia, tras las huellas de Cristo, ha propuesto siempre a los cristianos, el lenguaje de la Iglesia se me antojará “alejado”. De cualquier forma a nadie le está permitido invertir esta relación de causa a efecto.
Sin embargo el prior nos hace comprender el fondo de su pensamiento: el lenguaje de la Iglesia no conviene, pues tiene una connotación “demasiado moralista”, “demasiado severa y poco misericordiosa”; expresiones que una vez traducidas parecerían querer decir que la Iglesia debe, por ejemplo, dejar de condenar a los homosexuales y a los divorciados, que debería ser más flexible en lo concerniente a la moral conyugal, y en primer término la contracepción. Éste es el “moralismo” que aleja a la Iglesia de los “hombres de hoy” que querrían sin duda verse reafirmados, y no condenados, respecto a la legitimidad de sus deplorables costumbres de las que además se consideran los únicos jueces. Y así una Iglesia que deja claro, por ejemplo, lo ilegítimo de la homosexualidad, no es en absoluto “poco misericordiosa”, por el contrario pone en práctica «la caridad de la verdad»: exhorta no por moralismo sino para conducir a los homosexuales, también ellos, a la salvación eterna. Es cierto que si preferimos agradar al mundo escogeremos la falsa cercanía “caritativa” de numerosos pastores que se muestran abiertos y “flexibles” en el tema de la moral (siendo además la destrucción de la idea de una moral objetiva que la Iglesia puede enseñar con autoridad uno de los ejes centrales del modernismo y de los modernistas de hoy en día).
5.- «Comprobamos en la actualidad este extraño hecho: en la Iglesia se producen grandes concentraciones, reuniones importantes, pero no hay un debate interno ni de opinión pública; todavía hoy algunos tienen miedo de hablar, de decir que no están de acuerdo. Todo eso impide esta libertad que haría sentir a los demás que vivir en cristiano es una buena nueva».
Comentario
El ataque a la Santa Iglesia Católica se hace más preciso y pormenorizado. La acusación es la siguiente: la Iglesia no es todavía una institución totalmente democrática. El verdadero escándalo, para Bianchi, es que no existe una “opinión pública”.
¿Pero qué quiere decir cuando él reivindica una opinión pública dentro de la Iglesia? No se nos da una explicación. Lo que sabemos es que en realidad no hay nada más fácil de manipular ni menos digno de confianza que la opinión pública. ¿Tal vez Bianchi preferiría que la Iglesia tomase sus decisiones apoyándose en sondeos y encuestas hechos por ciertas empresas?
Por ejemplo, ¿decidir si hay que continuar o no la lucha contra el aborto a partir de la decisión de un jurado popular o de los participantes en un concurso televisivo? Tal vez debamos recordar al prior de Bose que existe en la actualidad una gran producción literaria (por ejemplo los trabajos de Talmon o de Zarcone) sobre el tema de la “democracia totalitaria”, las relaciones entre Rousseau, el padre moderno de la idea de democracia, y los sistemas totalitarios nazi y bolchevique. Además, ¿es posible que ignore Bianchi –o lo que es peor que no crea– que, de fide, la Iglesia es una institución divina y no simplemente humana y que Jesucristo Nuestro Redentor ha querido que sea una monarquía? Pastor Aeternus y los demás textos del Concilio Vaticano I, que establecen dentro de lo dogmático el Primado y la Infalibilidad, ¿no están ya en vigor en la comunidad de Bose?
Ya que Bianchi sale en defensa de la democracia en la Iglesia, que nos explique entonces cómo es posible que sea prior en Bose desde 1970 sin interrupción; efectivamente es más bien raro, dentro de un régimen democrático, estar en el poder durante tantos años seguidos; dada la simpatía que el prior muestra por la democracia, nos parece que es lógico pensar que habrá aprobado en su monasterio unas reglas especialmente avanzadas dentro del sentir democrático.
Que no nos venga ahora a decirnos que “todavía hoy algunos tienen miedo de hablar, de decir que no están de acuerdo”. La increíble libertad de un prior que muestra cómo hace uso de ella para recriminar a la Iglesia con acusaciones tan graves, lo que demuestra en primer lugar que las consecuencias que hay que sufrir por actitudes de este tipo son mínimas o inexistentes (sin hablar del “neo-monacato” que Bianchi se ha inventado, quedando los tres votos religiosos reducidos al de castidad).
En segundo lugar la Iglesia no es un club, una asociación cultural, un aula universitaria, en resumidas cuentas un lugar en donde se dialoga y en donde cada cual defiende sus opiniones personales dentro de una agradable anarquía, lugar en el que todo puede ser debatido o cuestionado (eso puede ocurrir y ocurre en muchas sectas protestantes). Así pues lo justo es formular críticas con toda prudencia y medida. De todas formas la Iglesia nunca ha predicado la obediencia ciega a la autoridad eclesiástica: por ejemplo ahí está la quaestio, de extraordinaria importancia, que Santo Tomás consagra en la Summa sobre el deber del fiel de reprender, incluso públicamente, a sus pastores cuando éstos ponen en peligro la salvación de las almas y el depositum fidei. Por lo tanto debo, e incluso debo, no estar de acuerdo y desobedecer a la Autoridad eclesiástica, incluso la suprema Autoridad, si ésta me aparta de los contenidos de la Fe de los que me consta que son objetivamente católicos, o si esa Autoridad los pone en duda. Pero esta libertad cristiana no tiene nada que ver con la “libertad de perdición” que tan apasionados tiene hoy tanto al mundo como a Bianchi.
6.- «Hay dos cosas que el Cristianismo debe aceptar: la primera es que nuestra Fe afirma que cualquier ser humano es imagen y semejanza de Dios, que cada hombre tiene el don del Espíritu Santo. Eso significa que en cada hombre, de cualquier cultura o religión que sea, habita el Espíritu Santo y, por lo tanto, su búsqueda de Dios está, de alguna forma, acompañada por el Espíritu. Así pues hay en él ciertamente determinadas verdades, hay una palabra de Dios que penetra sus Escrituras, lo que ha buscado y ha encontrado».
Comentario
La primera afirmación falsa sostiene a todas las demás; aquí está la demostración:
Todo ser humano es imagen y semejanza de Dios. Cada hombre tiene pues el don del Espíritu Santo. Consecuentemente en cada hombre habita el Espíritu Santo. Por lo tanto su búsqueda de Dios está de alguna forma acompañada por el Espíritu; así que en él hay ciertamente determinadas verdades, hay una palabra de Dios que penetra sus Escrituras (¡obsérvese la ‘E’ mayúscula!), lo que ha buscado y encontrado.
Todo se apoya en una confusión especialmente grave: asimilar el hecho de haber sido creados “a imagen de Dios” y el de recibir el don del Espíritu Santo. No sabemos en qué fuentes bíblicas ni en qué documentos de la Tradición se basa para fundamentar tal asimilación. En efecto, si fuera verdad que incluso después del pecado original el hombre es creado no sólo a imagen sino también a semejanza de Dios, es decir en estado de gracia y con el don del Espíritu Santo, no se comprendería por qué la necesidad de la Encarnación, de la Pasión y Muerte de Jesús, Nuestro Salvador. Todo el Cristianismo se volvería vano, y en consecuencia toda la vida sacramental, comenzando precisamente por el Bautismo, que no sería ya necesario para borrar el pecado original. ¿Nos encontramos aquí frente a una teología que intenta negar la realidad del pecado original? No lo sabemos. Pero si fuera éste el caso estaríamos en presencia de una verdadera herejía (desgraciadamente tenemos que decir que esto ha sido siempre un caballo de batalla del modernismo), estaríamos ante una violación del depositum fidei.Por encima del sofisma que venimos de exponer, esta exaltación acrítica y superficial de las religiones no cristianas se enfrenta tanto contra innumerables pasajes de la Escritura (ver el terrible pasaje de Romanos 1, 18-26) como contra la Tradición de la Iglesia, que ha sido constante hasta Nostra Aetate, documento conciliar que no tiene ningún fundamento ni en la Escritura ni en la Tradición (por ejemplo San Agustín que en los primeros libros de la Ciudad de Dios define a las religiones paganas como “culto de demonios”), y se enfrenta contra el sentido común: en efecto, ¿cómo puede afirmar Bianchi la existencia del Espíritu Santo en cultos y formas religiosas (de ayer y de hoy) particularmente repugnantes y obscuras, supersticiosas y sacrílegas, que incluso preferible es no describirlas? ¿Qué decir, como único ejemplo, de las prácticas de ciertas sectas satánicas, de obscuros e indecibles rituales practicados por personas que rinden, con una verdadera “fe invertida”, un auténtico culto religioso al Príncipe de las tinieblas? Sería realmente absurdo pensar que pueda haber una asistencia del Espíritu Santo en esos casos. Pero la cuestión clave es otra: ya que Bianchi habla de “admitir” ciertas cosas, ¿puede probarnos que esa opinión (el Espíritu Santo guiando y “asistiendo” también a los cultos y escrituras religiosas no cristianas) fue siempre aceptada por la Iglesia, que la Iglesia siempre ha pensado de forma tan optimista en cuanto a la relación entre el Espíritu Santo y las falsas fés o religiones? ¿No se trata más bien de una novedad teológica, inaudita y reciente, que no tiene más fundamento que los textos más discutibles y discutidos del Vaticano II?
7.- «La segunda cosa [que el Cristianismo, según Bianchi, debe “admitir”] es que, ya que la verdad plena es escatológica (la Iglesia no posee la verdad, pero es poseída por la Verdad que es Cristo y hacia esa verdad camina en la espera de la segunda venida de Cristo al final de los tiempos), para encontrar más verdad tengo necesidad de compararla con la verdad de los demás: su verdad ayuda a la mía. No hay que tener miedo en este diálogo. Por ejemplo, sin ningún sincretismo, el budismo puede ser leído por el cristiano como una gran lucha contra la idolatría, en la que hay una búsqueda de Dios de una calidad y de un refinamiento no siempre presentes entre los cristianos. Así pues conocer el budismo y dialogar con él puede conducirme a estar siempre más cerca de Dios».
Comentario
Si la “Verdad plena es escatológica”, la Revelación divina no lo es: Cristo es «el que inicia y consuma le Fe» (Hebr. 12,2), y su Iglesia posee todas las verdades que Dios ha querido revelar al hombre y que son necesarias para su salvación; no tiene necesidad de mendigar “más verdad” a quien sea, y por supuesto nunca a las falsas religiones: «No tenéis más que un Señor, Cristo» (S. Mateo 23, 8-10). Y de hecho, en el ejemplo que nos da, Bianchi tiene necesidad de moverse del plano de la verdad objetiva al plano del conocimiento religioso subjetivo. ¿Acaso un cristiano tiene realmente necesidad de lavar sus ropas en el Ganges y aprender del budismo (una forma evidente de ateísmo y nihilismo) a no tener una concepción “idólatra” de Dios? Afirmarlo sería sencillamente ridículo si no fuese una ofensa a Nuestro Señor Jesucristo, a su Iglesia y a la tradición mística bimilenaria que nos precede.
Está claro que en lo que concierne a esta segunda “cosa” la Iglesia no tiene, al menos en esto, realmente nada que “admitir”. De hecho admitiría un error que ella misma ya ha condenado (cf. San Pío X, Pascendi): la herejía de los modernistas que, negando el hecho histórico de la Revelación divina, reducen ésta a una toma de conciencia progresiva y natural de lo divino por el hombre. Solamente en esta óptica herética puede decirse como Bianchi que un católico puede encontrar “más verdad” comparando con “lo que ha buscado y encontrado” un “creyente” de otra religión.
Finalmente ya que Bianchi encuentra que a los cristianos les falta “calidad y refinamiento” religiosos (que deberían aprender del budismo), le decimos con toda franqueza que su cristianismo (al menos en lo que se desprende de su artículo) es un pseudocristianismo dialógico en el que no aparece la necesidad de la santidad y adoración del Señor, al cual no hay que convertirse incesantemente y cuyo testimonio consiste simplemente en buscar y ofrecer vagamente “la libertad, la justicia y la paz”, programa humano idéntico al que puede tener un masón, un comunista, un ecologista o un anti-mundialista, programa idéntico al que reivindican los jacobinos ateos o deístas. Nos encontramos frente a una religiosidad que quiere tranquilizar y adormecer las conciencias, envolviéndolas en sonidos de melodías ecuménicas y dulzonas, acompañando el “sueño profundo” de los cristianos con la incesante letanía de la palabra “paz” y haciendo olvidar a todos que a veces la verdad vale más que la vida.
La esperanza en la vida eterna, esperanza que Bianchi quisiera que resonase con más fuerza en el corazón del Cristianismo, es sin ninguna duda el mensaje central que hay que anunciar al mundo; en esto el prior tiene razón pero a condición de que no se olvide de que esta esperanza se basa en la aceptación del Evangelio, reconociendo a Jesús como verdadero Dios y verdadero hombre, en una humilde y sincera obediencia a la enseñanza de la Iglesia de siempre (¡y no la de los cuarenta últimos años en que se vuelve modernista!) y en el principio inquebrantable según el cual nunca se puede buscar a Cristo sin la Cruz.
[1] Por supuesto los conceptos expresados por Bianchi no están transcritos entre comillas en este artículo-entrevista; no podemos por lo tanto saber con exactitud si su pensamiento ha sido expresado siempre con fidelidad, aunque es lógico pensar que haya sido así de una forma general.