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EL MENSAJE OCULTO (AUNQUE NO DEMASIADO) DE LAS CELEBRACIONES CON MOTIVO DEL CUADRAGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA CONSTITUCIÓN SACROSANCTUM CONCILIUM

Últimamente han aparecido en la prensa de signo católico diversas declaraciones con motivo del cuadragésimo aniversario de la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium sobre Sagrada Liturgia. En el presente artículo vamos a examinar dos de esas declaraciones, dentro de las más importantes e interesantes. La primera es de Su Excelencia Monseñor Piero Marini, Maestro de ceremonias en las celebraciones papales, publicada en su día por el Osservatore Romano el 6 de diciembre de 2003[i]; la segunda fue publicada por la Civiltà Católica el 20 de diciembre de 2003, firmada por el Padre Giraudo, S. J.

Una mentira

Monseñor Marini comienza mintiendo cuando afirma: “Hay que reconocer que el deseo de situar a la liturgia en un primer plano es altamente significativo, deseo que llevó a promulgar como primer documento del Vaticano II la Constitución Sacrosanctum Concilium. El Papa Pablo VI, plenamente consciente del valor y de la significación de este momento, se erigió en intérprete de la alegría de toda la Iglesia: En esto reconocemos el respeto debido a la escala de valores y deberes. Dios en un primer plano... la liturgia como primera fuente divina que debe ser comunicada”[ii].

En realidad la aprobación del documento sobre Sagrada Liturgia, como primera etapa del Concilio, se debió a otros motivos. En efecto “tras la primera Congregación general, en la mañana del 13 de octubre de 1962, cuando apenas los Padres se habían ausentado de la sala, tuvo lugar la reunión del Consejo de Presidencia, formado por diez Cardenales nombrados por el Papa. En esta reunión los representantes de la Alianza europea, los Cardenales Frings, Liénart y el holandés Alfrink, apoyaron firmemente la proposición del episcopado holandés (Padre Schillebeecks) de someter en primer lugar a discusión el esquema sobre Sagrada Liturgia, dejando para más tarde el estudio de la Constitución dogmática sobre la Revelación. El consejo de Presidencia aprobó tal proposición. Más tarde fueron recibidos por el Papa en audiencia privada, el lunes 15, y los diez obtuvieron sin dificultad alguna el visto bueno a su decisión que fue comunicada a la Asamblea al empezar la segunda Congregación general, el 16 de octubre”[iii].

De esta forma se postergó la discusión de los cuatro primeros esquemas elaborados durante la fase preparatoria del Concilio (además del esquema sobre las fuentes de la Revelación había un esquema sobre la defensa del depositum fidei, otro sobre el orden moral cristiano y finalmente uno sobre la castidad, el matrimonio, la familia y la virginidad), esquemas que serán más tarde rechazados in toto por ser “demasiado esolásticos”, “poco pastorales”, con pocas citas bíblicas, en desacuerdo con la mentalidad de nuestro tiempo, etc. La discusión en primer lugar de la Constitución sobre Sagrada Liturgia fue la segunda victoria del frente neomodernista (la primera fue el rechazo del voto para la formación de las comisiones). Si se decidieron por el debate de esta Constitución en primer lugar fue porque aparecía, respecto a las otras, como la menos “conservadora”; nada que ver con “el deseo de situar a la liturgia en un primer plano”.

Un criterio no católico

Hay un punto sobre el que Monseñor Marini insiste de forma especial y que nos parece importantísimo. Veamos su explicación: “Remontarse a la Constitución Sacrosanctum Concilium significa acercarse no sólo a un documento conciliar sino también al fruto maduro de esa larga y esforzada marcha que ha llevado a la Iglesia Católica hasta las fuentes mismas de su liturgia para poder efectuar una reforma general y detallada del culto litúrgico (SC, 21)”[iv]. Más tarde vuelve sobre el tema y dice. “Para comprender la Constitución sobre la Liturgia hay que saber de qué fuentes ha brotado su verdadero espíritu. La Constitución ha sido realmente modelada en las fuentes bíblicas y patrísticas de las que ha brotado... La Sagrada Escritura ha sido tomada como regla y criterio para comprender la liturgia y reformar su práctica. Si la Sagrada Escritura es la fuente de donde brota la renovación litúrgica, la práctica litúrgica primitiva de las Iglesias de los Padres, es decir la pristina Sanctorum Patrum norma, debe ser considerada como norma y regla inspiradora de esta reforma. La práctica litúrgica de las Iglesias de los Padres constituye la forma original de la liturgia cristiana, junto a la cual la vida litúrgica de la Iglesia de cualquier época debe modelarse y estructurarse. Por esa razón la liturgia debe volver a su sencillez original”[v].

Así pues el sentido de la reforma litúrgica es éste: volver a las fuentes primitivas de la liturgia que serían la Sagrada Escritura y la práctica litúrgica de los Padres de la Iglesia, ignorando en su conjunto (de hecho ya lo habíamos advertido aunque estamos “contentos” de que Monseñor Marini nos lo haya hecho ver) todo lo que la Iglesia ha decidido, prohibido o estipulado desde entonces (es decir ¡durante 1500 años!). Está claro que todo lo que ha ocurrido desde aquella época dorada de los orígenes hasta el “renacimiento” del Vaticano II es considerado como una especie de “edad media” obscurantista, que no ha sabido guardar y transmitir la verdadera liturgia, de suerte que todo eso no ha sido considerado como digno de constituir una fuente para la renovación litúrgica. Ha tenido lugar como una especie de paréntesis, todo menos legítimo, de quince siglos de aportaciones litúrgicas, como si el Vaticano II constituyese el despertar tras un largo período en el que “el espíritu litúrgico auténtico” hubiese estado como adormecido.

No nos detendremos en estas consideraciones ya que la Iglesia ha juzgado estas actitudes a través del magisterio de S. S. Pío XII: “Volver con el espíritu y el corazón a las fuentes de la sagrada liturgia es ciertamente algo sabio y laudable, pues el estudio de esta disciplina, remontándose a sus orígenes, es de una utilidad considerable para penetrar con más profundidad y cuidado la significación de los días festivos, el sentido de las fórmulas al uso y de las ceremonias sagradas; pero no sería sabio ni loable reconducir todo a la antigüedad. Y así, por ejemplo, sería desviarse del recto camino querer que el altar volviese a su forma primitiva de mesa, o suprimir radicalmente el negro de los colores litúrgicos, o bien hacer desaparecer de los templos los cuadros religiosos y las imágenes (el Padre Santo no pudo encontrar mejores ejemplos...). Y así también ningún católico que se precie de este nombre puede, bajo el pretexto de volver a las antiguas fórmulas empleadas en los primeros Concilios, marginar las expresiones de la doctrina cristiana que la iglesia, bajo la inspiración y guía del Espíritu Santo, ha creado en épocas más recientes, bajo obligación de guardarlas, con gran proveo para las almas... cuando se trata de la sagrada liturgia, si alguien quisiera volver a los antiguos ritos y costumbres, rechazando las normas introducidas por la acción de la Providencia, apelando a que las circunstancias han cambiado, tal actitud no sería evidentemente fruto de una solicitud sabia y justa. Tal forma de pensar y actuar sería revivir esta excesiva y malsana pasión por las cosas antiguas que movía al Concilio ilegítimo de Pistoya”[vi].

Por lo tanto el Concilio utilizó un criterio no católico para la reforma litúrgica, considerando como necesario volver a la Sagrada Escritura y a los Padres de la Iglesia para reencontrarse con el verdadero espíritu de la liturgia, olvidado total o parcialmente en la liturgia de los siglos posteriores, Misa tridentina incluida. Insistimos sobre este punto porque si se ha visto necesario remontarse a los Padres de la Iglesia y a la Sagrada Escritura para reencontrarse con el verdadero espíritu litúrgico, eso significa que durante 1500 años que han transcurrido entre tanto, ¡el Espíritu Santo no ha asistido a su Iglesia! Este modus cogitandi que intenta demostrar que el Concilio ha vuelto a descubrir esa pureza que sólo existió en los primeros tiempos de la vida de la Iglesia, nos da la impresión que se asemeja al pensamiento del Siglo de las Luces que no ha dudado en presentar como Edad Media (edad de en medio) todo lo ocurrido entre el Siglo de las Luces y la gloriosa época clásica, considerando este “intermedio” como un tiempo obscuro, negativo, incapaz de expresar al espíritu humano. Esto nos recuerda también el cisma protestante que acusó a la Iglesia de haberse olvidado del espíritu de los primeros tiempos y de la Sagrada Escritura, reivindicando a favor propio la fidelidad a las fuentes.

Una utilización personal

Este criterio, tan ensalzado él, de retorno a los Padres de la Iglesia y a la sencillez de los orígenes, ha sido utilizado de forma harto personal. En efecto, se ha llevado a cabo una prudente selección entre las tradiciones patrísticas. Por ejemplo, nadie se atreve a recordar que un Papa del siglo III, san Eutiquiano, escribió lo siguiente: “Nullus praesumat tradere communionem laico faeminae ad referéndum infirmo” (“Que nadie permita que un laico o una mujer lleven la Comunión a un enfermo”)[vii]. ¡Por lo tanto nada de ministros, o ministras, extraordinarios de la Eucaristía! Nadie se acuerda tampoco del ayuno guardado en las largas vigilias de las primeras comunidades cristianas por aquellos que deseaban acercarse el día siguiente a la Sagrada comunión. Nadie habla de los iconostasios que fueron frecuentemente usados para velar a los ojos del cuerpo el Misterio que sólo podía ser contemplado por los ojos de la Fe. ¿Por qué todas estas tradiciones de los Padres que se encuentran substancialmente presentes en la Misa tridentina (y decimos substancialmente ya que si es cierto que no hay ya iconostasios existe sin embargo la obligación de recitar el Canon en voz baja, y si han desaparecido las largas vigilias, todavía queda un ayuno eucarístico importante...), han desaparecido tales tradiciones en la Nueva Misa? Por ejemplo, ¿a qué tradición litúrgica patrística se vincula el Ofertorio del nuevo rito, cuando lo que parece es más bien un himno a los labradores (con todo el respeto que nos merecen)?

En resumen: tendremos un criterio no católico si pretendemos que durante siglos y siglos el verdadero espíritu litúrgico se ha difuminado u olvidado en la Iglesia, lo que hará que no tengamos un verdadero retorno a las tradiciones patrísticas. Y si esto no fuese suficiente se acusa también a los que permanecen fieles a la Misa tridentina de no aceptar el Espíritu (¿cuál?) que mueve a la Iglesia. En efecto, este último criterio, traído a colación por Pío XII, aunque ignorado por el Concilio y por la reforma de Pablo VI, de nuevo es sacado a la luz, como por encanto, para acusar a los católicos opuestos al rito de Pablo VI, quienes en realidad no son susceptibles de tal acusación ya que no es el acto de reforma en sí lo que no aceptan, sino el hecho de que la reforma de Pablo VI no se conforma a un punto fundamental que ha sido admirablemente expresado por Pío XII: “la Sagrada Liturgia está en unión íntima con los principios doctrinales enseñados por la Iglesia como principios de verdad manifiesta, por el hecho mismo de que debe conformarse a los principios de la Fe católica emanados del Magisterio Supremo para asegurar la integridad de la religión revelada por Dios”[viii]

Santa “pasividad”

Monseñor Marini saca a colación también la cuestión de la participación activa de los fieles. Habla de “la condición de extrema pasividad a la que se veían reducidos los fieles al participar en la llamada Misa tridentina”[ix]. Es cierto que Monseñor se lamenta también de los excesos de espontaneidad y creatividad actuales y recomienda a la “pastoral litúrgica” que “vuelva a ofrecer una liturgia que sea un tiempo propicio para la acogida y la interiorización de la Palabra de Dios, escuchada y meditada en la oración”[x].

Que la liturgia sea lo que afirma Monseñor Marini nos parece más bien novedoso. La Santa Misa no es el lugar en donde se medita y se interioriza la Palabra de Dios. El recogimiento, el silencio, la dignidad en el comportamiento no tienen ese fin. Su objetivo es “hacer pensar en la majestad de este sacrificio, llevar el espíritu de los fieles, mediante los signos visibles de piedad y religión, a la contemplación de las excelsas realidades escondidas en este sacrificio”[xi]. En cuanto a la pasividad de los “pobres” fieles que participan en la Misa tridentina, responderemos con Pío XII que la verdadera participación de los fieles consiste en “inmolarse como víctimas”[xii] y tener un “ardiente deseo de configurarse estrechamente con Jesucristo que ha sufrido crudelísimos dolores (...), ofreciéndose con y por Jesucristo, Sumo Sacerdote, como una hostia espiritual”[xiii]. Por eso es necesario que un sagrado silencio sea el protagonista de las celebraciones, en especial durante la Consagración. Pío XII nos recuerda que no todos encuentran esta disposición interior de la misma forma. Y así es posible que asistamos también “meditando piadosamente los misterios de Jesucristo, llevando a cabo otros ejercicios de piedad y otras oraciones que, aunque difieran de los ritos sagrados por la forma, sin embargo se conforman con ellos por su naturaleza”[xiv].

Bendita sea pues la pasividad de la Misa tridentina que nos recuerda otra santa “pasividad”, la de la Santísima Virgen en la Anunciación y al pie de la Cruz. ¿Qué tendría que haber hecho la Virgen en el Calvario? Contemplaba y adoraba a su divino Hijo mientras Él se inmolaba por la salvación del mundo y la gloria del Padre; la Virgen unía su alma virginal a la ofrenda de la “Víctima pura, santa e inmaculada”. Por eso cuando se peguntaba al santo Padre Pío cómo había que asistir a la Santa Misa, no dudaba en señalar a la Virgen al pie de la Cruz como modelo sublime e incomparable. ¡Aquí está la verdadera educación litúrgica, no se trata precisamente de participación activa y de corresponsabilidad ministerial!

Cualidades del “presidente”

He aquí una última perla de Monseñor Marini concerniente a la “presidencia litúrgica”: “las condiciones de los signos exigen sobre todo cualidades en la presidencia de la celebración. El que preside (!) frente a la asamblea no es alguien a quien solamente se mira, sino alguien a quien se aprueba y juzga en el cumplimiento de su función in persona Christi. Y sin embargo esta presidencia no se puede ejercer sin tener en cuenta las cualidades de la asamblea, y sin ser capaz de responder a las expectativas del pueblo de Dios”[xv]. Aquí tenemos al sacerdote transformado en un presidente que debe ser algo psicólogo para captar las impresiones y los juicios de la asamblea que le observa, un poco sociólogo para responder a las expectativas del pueblo de Dios y quizá incluso un poco modelo de pasarela ¡ya que todo el mundo lo mira! Dios nos libre de estos “presidentes” y por el contrario nos dé santos sacerdotes que se identifiquen con el misterio de pasión, muerte, redención, expiación y adoración que celebran.

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El segundo artículo al que hemos aludido está firmado por el Padre Cesare Giraudo S. J.[xvi]. Este artículo ha sido ya objeto de un excelente comentario[xvii]; nos vamos a permitir algunas puntualizaciones respecto a la estructura general del mismo.

Una ridiculización injusta e interesada

La primera parte está consagrada a una pretendida reconstitución histórica de las celebraciones de la Santa Misa antes de la reforma litúrgica. Algunos párrafos nos darán una idea del tono de esta “evocación”. “La fisionomía de la celebración en esos años es siempre la misma... Los fieles están sentados en la nave a la que una reja, a menudo con dos portezuelas casi siempre cerradas, separa del espacio reservado al sacerdote. Más allá de esta reja... durante los oficios, los seglares no pueden acceder, sobre todo las mujeres... Y los hombres, ¿dónde están?, nos preguntamos. Miramos y los vemos al fondo de la iglesia, apoyados contra la puerta y como pegados a la pared... Sea como fuere, no son muchos los hombres. Los hemos visto entrar en pequeños grupos, a menudo tarde. Están allí, junto a la cancela de la iglesia, un tanto aburridos, de pie, con ganas de salir... El sacerdote, ante el altar, dando la espalda a los fieles, dice la Misa en latín, casi siempre en un tono de voz tan bajo que ni el monaguillo llega a oírlo... Los gestos del celebrante están bien calculados, medidos. Cuando dice Dominus vobiscum separa los brazos y los junta enseguida, cuando bendice parece que a veces corta el aire con la mano, con ángulos geométricos. La Misa está ordenada por un conjunto de normas precisas que cada sacerdote conoce a la perfección. Todos celebran de la misma forma. No hay liugar para ninguna improvisación... El sacerdote que describimos está tan habituado a hacerlo que es él quien lo hace todo: las lecturas, por supuesto en latín, las oraciones, en latín, limitándose con frecuencia a mover los labios...”[xviii].

¿A quién interesa esta descripción que va de lo dramático a lo satírico y cuyas evidentes exageraciones se unen a puntos de verdad mal comprendidos e injustamente ridiculizados? ¿Por qué ha querido unirse, por ejemplo, la imagen de esos hombres que iban a la Misala Iglesia en los detalles mínimos de la celebración, aunque presentado como un factotum y moviéndose como un robot...? El fin de esta descripción es acentuar el contraste con lo que a continuación se señala: “Entonces (en tiempos de los Padres de la Iglesia) las cosas eran diferentes. Entonces los fieles participaban activamente en la Misa. Entonces celebraban la Misa con su sacerdote. Entonces los fieles comprendían lo que se decía en las lecturas, lo que el sacerdote rezaba en las oraciones, en especial en la plegaria eucarística... En tiempos de Jerónimo, en las iglesias de Roma, el Amén retumbaba como el trueno entre las nubes. Los fieles asentían con fuerza porque habían comprendido bien lo que el presidente de la asamblea decía a Dios Padre en su nombre”[xix] distraídos, aburridos, y la del sacerdote obediente a

Conclusión: en tiempos de los Padres los fieles participaban con entusiasmo porque comprendían; después los fieles se distrajeron, aburridos, porque no comprendían nada. En tiempo de los Padres el sacerdote era “un presidente de la asamblea” implicando al pueblo; después dio la espalda al pueblo, ¡qué mal educado!, y se puso a hacerlo todo él solo, ¡dejando a los fieles que se aburriesen!

Un modelo revolucionario

“Sin embargo hay que reconocer que entonces (antes de la reforma de Pablo VI) los sacerdotes decían la Misa con gran devoción y los cristianos oían la Misa con piedad sincera”[xx], admite el jesuita Giraudo. ¡Qué generosidad! Los cristianos han conseguido, durante más de quince siglos, a sacar frutos piadosos de la Misa y los sacerdotes han llegado a celebrar con devoción a pesar de las malas disposiciones litúrgicas de la Iglesia. Estos “héroes” reciben hoy la recompensa de sus esfuerzos al resistir frente al desvío litúrgico de todos estos siglos, ¿y saben ustedes un poco cómo ha sido? Evidentemente gracias a la Constitución Sacrosanctum Concilium que “sin duda alguna ha abierto unos horizontes que estaban cerrados desde hacía un largo tiempo”[xxi]. Es el mismo esquema adoptado por Monseñor Marini en el artículo analizado anteriormente. Es el esquema utilizado por todos los novatores que se ven obligados a justificar sus obras ante la historia como fidelidad a los orígenes, sobre todo porque los frutos de sus obras constituyen para ellos un testimonio adverso.

Giraudo, forzado por ciertas evidencias (algo no ha funcionado, admite en el último párrafo de su artículo) se ha visto obligado, también él, a preparar el terreno para una elegante pars destruens, con el fin de ridiculizar la posición de los que frente a la situación actual “culpan a la reforma litúrgica y oponen de forma polémica el Misal de Pío V frente al Misal de Pablo VI... claman para que vuelva el uso del latín... querrían de nuevo ver el altar junto a la pared o muro...verían con agrado la reposición de las rejas incluso en las nuevas iglesias (respecto a este último punto diremos que nos bastaría con que las nuevas iglesias se parecieran un poco más a lugares de culto y no a salas cinematográficas y que las rejas se conservasen al menos en las antiguas iglesias)[xxii]. Así pues no es posible volver hacia atrás ya que el pasado es peor que el presente: tal es el mensaje subliminal pero insistente de todo el discurso (mensaje claramente dirigido también y especialmente a las altas jerarquías que, in alto loco, se habrían propuesto una “reforma de la reforma”). Las causas de la situación actual sólo pueden encontrarse en una mala interpretación, en una traición de las intenciones reales de la reforma.

No hay revolución digna de este nombre que no haya procedido de esta forma: demolición-burla del reciente pasado; presunto retorno a una época dorada; supuesta irreversibilidad del proceso. Y todo esto naturalmente en nombre del pueblo.

Si la Civiltà Católica ha perdido su ponderada actitud científica hasta el punto de adoptar un modelo típico de lenguaje revolucionario, está claro que el descontento respecto a la reforma litúrgica actual y los daños que ha provocado están a punto de alcanzar niveles alarmantes.

Lanterius



[i] El artículo está tomado del Prólogo escrito por Monseñor Marini para el libro Renovación litúrgica – Documentos de base, Centro Nacional de Pastoral litúrgica, París, Ediciones du Cerf, Colección litúrgica nº 14, 2004.

[ii] Una “consigna” siempre actual para la pastoral litúrgica que debe ser tomada en cuenta junto a un compromiso renovado, Osservatore Romano, 6 de diciembre de 2003, pg. 7.

[iii] F. Spadafora, La Tradición contra el Concilio, Roma Volpe Editore, 1989, pgs. 38-39.

[iv] Una “consigna” siempre actual... cit.

[v] Ibidem

[vi] Pío XII, Encíclica Mediator Dei, 20 de noviembre de 1947

[vii] PL., V. 163-168

[viii] “Lex credendi legem statuat supplicandi”, Mediator Dei, cit.

[ix] Una “consigna” siempre actual...” cit.

[x] Ibidem

[xi] Concilio de Trento, ses. XXII, c. 5

[xii] Pío XII, Encíclica Mediator Dei, cit.

[xiii] Ibidem

[xiv] Ibidem

[xv] Una “consigna” siempre actual... cit.

[xvi] La Constitución Sacrosanctum Concilium: el primer gran don del Vaticano II. La Civiltà Católica, 20 de diciembre de 2003, pgs. 521-533

[xvii] Puede encontrarse en www.unavox.it.

[xviii] La Constitución Sacrosanctum Concilium... cit. pgs. 521-523.

[xix] Ibidem

[xx] Ibidem, pg. 523

[xxi] Ibidem, pg. 525

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