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PALADINES DE UN “MITO HECHO PEDAZOS”: LOS NEOMODERNISTAS Y EL EVOLUCIONISMO

Un sacerdote nos escribe lo siguiente:

«Estimado Sr. Director:

Le envío una vez más unos recortes de periódico: en uno (Il Giornale, 4 de noviembre del 2005) el cardenal Poupard y un tal monseñor Gianfranco Basti aceptan el evolucionismo (con lo que, a mí parecer, se equivocan de medio a medio) amparándose en las palabras que pronunció Juan Pablo II en uno de sus discursos: «el evolucionismo es más que una hipótesis». Creo recordar que, en tal discurso, el difunto Papa hacía referencia asimismo a una declaración de Pío XII, aunque torcía con violencia su sentido.

Como usted mismo podrá leer, el artículo termina con estas palabras de monseñor Basti: «hace decenios que la propia Biología ha superado la tesis de la pura casualidad de tipo estocástico [?], que se abandonó por ser científicamente insostenible» (1).

Estimado Sr. Director: vamos de mal en peor: la apostasía silenciosa invade el mundo entero, a despecho de las ‘masas oceánicas’ que aplauden al Papa en la plaza de San Pedro. ¡Qué ilusión!

Suyo afmo.».

Carta firmada por un sacerdote

Pío XII y el evolucionismo

La frase de Juan Pablo II a que se refiere monseñor Basti figura en su el Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias (L'Osservatore Romano, ed. italiana, 24 de octubre de 1996). Lo veremos con todo detalle.

Nos ocupamos de dicho Mensaje en sì sì no no del 15 de diciembre de 1996, pp. 3 y ss. Pusimos de relieve que el mensaje en cuestión simplificaba la enseñanza de Pío XII y le hacía decir, en punto al evolucionismo, lo que en realidad no había dicho jamás.

Simplificaba la doctrina de Pío XII porque éste, en la encíclica Humani Generis:

1) Condenaba sin reservas el evolucionismo ateo y materialista.

2) Negaba las pretensiones del evolucionismo teísta, pues no admitía que hubiera pruebas científicas de la evolución: el evolucionismo teísta pretendía y sigue pretendiendo “bautizar” la evolución (Parente-Piolanti-Garofalo, Dizionario di teologia dogmatica, Studium, voz “evoluzionismo”) por el hecho de admitir la creación directa del alma por parte de Dios y la intervención de Éste, directa o indirecta, en todo el proceso evolutivo; pero Pío XII aplazaba el juicio de la Iglesia sobre el evolucionismo para cuando la ciencia pudiera suministrar «resultados definitivos y seguros».

He aquí el texto de la Humani Generis relativo al evolucionismo teísta:

«Toca ahora hablar de aquellas cuestiones que, aunque pertenezcan a las ciencias positivas, están más o menos relacionadas con las verdades de la fe cristiana. No pocos piden insistentemente que la religión católica tenga en cuenta lo más posible tales ciencias; cosa ciertamente digna de alabanza cuando se trata de hechos realmente demostrados, pero que ha de recibirse con cautela cuando es más bien cuestión de ‘hipótesis’, aunque se funden éstas de algún modo en la ciencia humana, con las que se roza la doctrina contenida en las Sagradas Letras o en la tradición. Y si tales opiniones conjeturales se oponen directa o indirectamente a la doctrina revelada por Dios, entonces semejante postulado no puede ser admitido en modo alguno.

Por eso el magisterio de la Iglesia no prohíbe que, según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología , se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, de la doctrina del ‘evolucionismo’, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y preexistente -pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios-; pero de manera que con la debida gravedad, moderación y templanza se sopesen y examinen las razones de una y otra opinión, es decir, de los que admiten y los que niegan la evolución, y con tal que todos estén dispuestos a obedecer al juicio de la Iglesia, a quien Cristo encomendó el cargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe». Y aquí Pío XII remite en una nota a su Alocución a la Academia de Ciencias, del 30 de noviembre de 1941 (AAS, vol. XXIII, 1941, p. 506), en la cual había dicho: «Las múltiples investigaciones tanto de la paleontología cuanto de la biología y la morfología sobre otros problemas relativos a los orígenes del hombre no han aportado hasta ahora nada positivamente claro y cierto. No queda, pues, sino dejar al por venir la respuesta a la pregunta de si un día la ciencia, esclarecida y guiada por la Revelación, podrá dar resultados seguros y definitivos sobre un asunto tan importante». Inmediatamente después, Pío XII deplora en la Humani Generis que «algunos, empero, con temerario atrevimiento, traspasan esta libertad de discusión [¡es todo lo que la encíclica concede!] al proceder como si el mismo origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuera cosa absolutamente cierta y demostrada por los indicios hasta ahora encontrados y por los razonamientos deducidos de ellos, y como si en las fuentes de la revelación divina nada hubiera que exigiese en esta materia la mayor moderación y cautela».

Esta última frase muestra a las claras que la reserva de juicio de Pío XII sobre el evolucionismo “teísta” era más negativa (non licet) que positiva.

La tergiversación

Se leía lo siguiente en el Mensaje de Juan Pablo II a la Pontificia Academia de las Ciencias:

«Mi predecesor Pío XII había afirmado ya en la encíclica Humani Generis (1950) que no había oposición [¡sic!] entre la evolución y la doctrina de la fe sobre el hombre y su vocación, con tal que no se perdiesen de vista algunos puntos firmes (cf. AAS 42, 1950, pp. 575-576.).

Habida cuenta del estado de las investigaciones científicas: en aquella época así como de las exigencias propias de la teología, la encíclica Humani Generis reputaba a la doctrina evolucionista por una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la doctrina opuesta».

Con esto se hacía decir a Pío XII lo que no había dicho. En efecto, todo el mundo puede comprobar que, contrariamente a lo que se lee en el Mensaje, Pío XII no dice en la Humani Generis de ninguna manera que la doctrina evolucionista sea “una hipótesis seria”,  sino que dice que constituye una hipótesis que aún hay que ponderar y juzgar “con la necesaria seriedad” (lo cual, salta a la vista, no es lo mismo); no dice que sea una hipótesis “digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la hipótesis opuesta”,  sino que, por el contrario, reprende a los evolucionistas teístas, quienes dan por demostrado “el origen del cuerpo humano de una materia viva y preexistente (...) como si en las fuentes de la revelación divina nada hubiera que exigiese en esta materia la mayor moderación y cautela”. Todo eso equivale a decir que “la hipótesis opuesta” es más conforme con las fuentes de la divina revelación que el evolucionismo teísta (2). De aquí la exigencia de ponderar “con la necesaria seriedad” la hipótesis evolucionista, que, aunque sea teísta, exige “dar de lado a las convicciones precedentes, que se basaban en las Escrituras, la doctrina de los Padres y la enseñanza habitual de la Iglesia” (E. Ruffini, Responsabilitá dei paleoantropologi cattolici, en L'Osservatore Romano del 3 de junio de 1950).

Un primer paso a favor del evolucionismo

Tergiversada de tal guisa la Humani Generis de Pío XII, el Mensaje de Juan Pablo II se permitía dar un paso adelante en favor del evolucionismo:

Hoy, cerca de medio siglo después de la publicación de la encíclica [de Pío XII], nuevos conocimientos [¿cuáles ?] inducen a no considerar ya la teoría de la evolución como una hipótesis». Y después de haber afirmado de manera absolutamente gratuita que esta “teoría” se había impuesto a causa «de la convergencia, no buscada ni provocada»,  de los resultados de los trabajos efectuados en diversos campos (¿de veras?; ¿pero no es, por lo común, una costumbre de los evolucionistas el plegar los hechos a su teoría, llegando incluso a cometer fraudes, una tentación a la que no se sustrajo ni siquiera el jesuita Teilhard de Chardin?) (3), se preguntaba: «¿Cuál es la importancia de semejante teoría? Encarar esta cuestión significa entrar en el campo de la epistemología. Una teoría es una elaboración metacientífica distinta de los resultados de la observación, pero afín a éstos. Gracias a ella un conjunto de datos y de hechos independientes entre sí pueden enlazarse e interpretarse en una explicación unitiva (4). La teoría demuestra su validez en la medida en que es susceptible de verificación; se la valora constantemente a nivel de los hechos; cuando no la demuestren ya los hechos, manifiesta sus límites y su inadecuación. Debe entonces ser repensada».

Este razonamiento no es de lo más claros, la verdad sea dicha, pero creemos haber comprendido que a la “teoría de la evolución” no hay que considerarla ya una hipótesis, sino nada menos que una “teoría”. Ahora bien, puesto que la teoría, como reconoce el mismo Mensaje, debe también verificarse “a nivel de los hechos”, igual que la hipótesis, y ser “repensada” si llega el caso, no nos parece que el evolucionismo haya ganado mucho con tal promoción. Lo único que se consigue con eso es animar a la prensa a publicar titulares como el siguiente: Fe y ciencia / Satisfacción por las palabras del Papa, que rehabilitan la teoría de Darwin - Con alma o sin ella, ¡gracias mono! (La Nazione, 25 de octubre 1996).

Otro paso adelante y otra tergiversación

Con base en esta fragilísima premisa, Giovanni Basti se consideró autorizado a dar otro paso hacia adelante.

Juan Pablo II -recuerda- definió el evolucionismo como “más que una hipótesis”; Ahora bien, «una hipótesis puede ser verdadera o falsa -explica Basti-, y decir que es más que una hipótesis significa que hay pruebas [¡sic!] a favor de la evolución que hacen tender hacia una teoría científica bastante consolidada». Así, al Mensaje de Juan Pablo II, que había tergiversado a la Humani Generis, se le tergiversa ahora en la interpretación de monseñor Basti, con lo que el evolucionismo se vuelve “una teoría científica bastante consolidada” en virtud de no se sabe qué “pruebas” (5).       

Recuperación desesperada de “un mito hecho pedazos”

Sólo que ni siquiera la palabra de un Papa es suficiente para crear ex nihilo pruebas científicas a favor de una hipótesis que ya hace tiempo naufragó contra el escollo de la fijeza de las especies: «La ausencia de eslabones entre especie y especie no es una excepción: es la regla universal. Cuanto más han ido los investigadores en busca de formas de transición de una especie a otra, tanto más desilusionados han quedado», tuvieron que admitir los 160 científicos evolucionistas de todo el mundo que se reunieron en Chicago en 1980 (tomado de la revista científica Newsweek, del 3 de noviembre de 1980) (6). Y, más recientemente, el Corriere della Sera publicó, el 25 de agosto de 1992, un reportaje hecho en Londres titulado Científicos en congreso: no descendemos del mono/ Desafío a Darwin sobre la evolución. Se trataba del congreso anual de aquella misma asociación británica para el progreso de la ciencia donde se expuso por vez primera la teoría de la evolución; el desafío era del científico inglés Richard Milton, autor de Los hechos de la vida: el mito del darwinismo hecho pedazos. El Corriere della Sera añadía: «Milton no está solo en su desafío: muchos otros científicos han puesto ya en duda la tesis de Darwin».

En medio de esta atmósfera de “después de Darwin” (por decirlo con el genetista giuseppe Sermonti y el paleontólogo Roberto Fondi) es donde los eclesiásticos “aquejados de teilhardosis” (Teilhard de Chardin -recordémoslo- fue un mitómano del evolucionismo) creen “abrir” la Iglesia al mundo recogiendo los trozos de un “mito hecho pedazos”. Con razón escribía Sermonti lo siguiente:

«Las tentaciones del modernismo son peligrosas. Se corre el riesgo de capitular ante la modernidad precisamente cuando ésta está pasando de moda; de hacerse darwiniano cuando Darwin va de capa caída, y de basar la ética en el origen simiesco del hombre cuando esto se halla ya desmentido» (Il Tempo, 10 de julio de 1987) (7).

Notas del traductor:

(1) Un proceso estocástico es un proceso debido al azar, casual, aleatorio. Es falso que la Biología no considere a la evolución un proceso estocástico, pues el darwinismo y el neodarwinismo no hacen derivar la evolución de ninguna ley natural, sino que la consideran un mero producto del azar.

(2) Es fácil probar que la hipótesis creacionista del cuerpo humano es más conforme con la revelación divina que el evolucionismo teísta:

«No cabe duda alguna respecto de la creación de la nada del alma humana. Pero ¿es posible alejarse del sentido obvio del Génesis tocante a la formación del cuerpo? Es evidente que la narración bíblica presenta antropomorfismos (Dios formando a Adán del polvo de la tierra); los mismos Padres lo advirtieron; no obstante, todos afirmaron la intervención directa, particular, de Dios hasta en la formación del cuerpo humano a partir de la materia inorgánica (Card. E. Ruffini, La teoria dell'evoluzione). En realidad, el antropomorfismo es una metáfora: expresa algo que se infiere de los términos empleados. Cuando la Biblia habla del brazo de Dios, p. ej., todos entienden que se refiere a su omnipotencia.

Aquí la idea que se expresa es la siguiente: Dios creó el cuerpo y el alma del hombre.

Creación de la nada. El hagiógrafo se sirve de la metáfora susodicha para poner de relieve el elemento doble que se halla presente en el hombre: el cuerpo que se deshace (“eres polvo -dirá Yavé- y en polvo te convertirás”) en el suelo “del que fuiste tomado” (Gen 3, 19), y el soplo divino que da la vida, soplo divino que vuelve a Dios, que perdura más allá de la tumba.

Si se excluye la intervención especial, directa, de Dios para la formación del cuerpo, el antropomorfismo no expresa nada. Las mismas observaciones valen para la formación particular, directa, del cuerpo de Eva a partir de algo tomado del costado de Adán. Fue por eso por lo que el concilio de Colonia (1860), que fue aprobado por la Santa Sede, condenó la opinión de los que abandonaban el cuerpo de Adán a la pura evolución natural hasta el punto adecuado para la infusión del alma.

Y la Comisión Bíblica, por su parte, sancionaba lo siguiente el 30 de junio de 1909 (Enchiridion Biblicum, n. 338): «no puede ponerse en duda el sentido histórico-literal de los tres primeros capítulos del Génesis cuando se trate de los hechos que tocan a los fundamentos de la religión cristiana, entre los cuales figuran la creación particular del hombre y la formación de la primera mujer a partir del primer hombre»,  con lo cual condenaba la evolución mitigada que había sido adoptada entretanto por algunos autores católicos (S. G. Mivart en 1871 , M. D. Leroy en 1891, Zahm en 1896).

[...] Desde el punto de vista científico, el evolucionismo sigue siendo una mera hipótesis de estudio e investigación (cf. Lecomte de Nouy; el prof. Cotronei, Trattato di Zoologia e Biologia (Roma, 1949), al paso que las modernas investigaciones sobre el hombre fósil condenan el esquema que los evolucionistas habían fijado (cf. S. Sergi, en Biasutti, Razze e popoli della terra, Turín, 1941, pp. 127 ss.): simio, sinántropo (en el pleistoceno inferior); Hombre de L. N. (en el pleistoceno medio); Homo sapiens (en el pleistoceno superior o más tarde, en conexión con las razas humanas actuales).

En efecto, restos de hombres, tipo Sapiens, anteriores al Neanderthal se hallaron en Swanscombe (Inglaterra), en Keilor (localidad de Melbourne, Australia), en Crimea, en Kanam y Olirgesailie (África Oriental), en Olmo y Quinzano (Italia), y recientemente (1947) en Fontéchevade (Francia); por no hablar del Homo sapiens de Piltdown en Inglaterra (1912), que probablemente sea, junto con Kanam, el hallazgo fósil humano más antiguo, con lo que se verifica así la hipótesis de una transformación regresiva en la especie humana» (E. Ruffini, L’Osservatore Romano, ed. italiana, 3 de junio de 1950).

El texto sagrado enseña claramente el monogenismo: toda la humanidad desciende de Adán y Eva por vía de generación: Gen 2, 7-30; 4, 20; la verdad revelada del pecado original se vincula a tal hecho (Gen 3; Rom 5, 12-21); lo recuerda expresamente la encíclica Humani Generis (M. Flick, en Gregorianum n.28, 1947 §§555-63; F. Ceuppens, en Angelicum n.24, 1947 §§20-32). El poligenismo es contrario a la fe (Enchiridion Biblicum, nº 617).

(3) Sobre la posible implicación de Teilhard de Chardin en el fraude de Piltdown, véase Guy van Esbroeck, Pleine lumiére sur l'imposture de Piltdown, París, Les Éditions du Cèdre, 1973, así como M. Bowden, Los Hombres-simios/ ¿Realidad o ficción?, Terrassa (Barcelona): Clie, 1984. En este último libro pueden verse pruebas sobre el escamoteo de fósiles del “hombre de Pekín” en el que, al parecer, estuvo implicado Teilhard de Chardin (10 esqueletos desaparecidos en 13 días misteriosamente) y sobre otros fraudes, científicos (uno de los más sonados fue, sin duda, el de Haeckel, que no vaciló en falsificar ilustraciones de embriones humanos para así “demostrar” una ley que se había sacado de la manga, según la cual “la ontogenia recapitula a la filogenia” (que se presentó durante mucho tiempo como una prueba de la evolución).

(4) Nótese lo absurdo de esta explicación: no existen teorías científicas, pues una teoría es algo metacientífico; más aún: toda teoría falsea la realidad, pues enlaza unos hechos y datos independientes entre sí; esto es: la teoría no descubre una relación o un lazo entre hechos o datos, pues no existe tal cosa (los hechos y los datos son independientes entre sí), sino que es la propia teoría la autora de tal relación o lazo, es la teoría la que vuelve interdependientes unas realidades perfectamente desvinculadas entre ellas. Dicho con otras palabras: las leyes de la naturaleza no existen, sino que son creadas por las teorías.

(5) Las pruebas en que se basa el evolucionismo son sólo indicios, o sea, no son pruebas en el sentido fuerte del vocablo, tal y como reconocen sus mismos partidarios; pero, al decir de éstos, la interpretación evolucionista y sólo ella es la que encaja con los hechos, con todos los hechos, por lo que lo científico es aceptarla.

A esto pueden hacerse dos objeciones:

a) No es cierto que el evolucionismo sea una interpretación que encaje con los hechos, pues las discontinuidades del registro fósil refutan la hipótesis evolucionista; en efecto, Darwin había predicho que el numero de formas de transición entre las especies era mucho mayor que el número de éstas, por lo que el registro fósil sería abundantísimo en restos de formas intermedias. Pero, por desgracia para la mitología evolucionista, los fósiles de formas intermedias siguen sin aparecer por ningún lado bastante más de un siglo después de que Darwin y Wallace formularan su hipótesis.

b) El evolucionismo supone que la vida apareció espontáneamente, fruto del azar, a partir de materia inerte, hace millones de años: «De acuerdo con nuestros conocimientos actuales, la vida comenzó hace unos 3.500 millones de años, cerca de mil millones de años después de la formación de la tierra [...] Comenzó en los océanos, cuando un conjunto de ingredientes atmosféricos se vio sometido a altas temperaturas y a los rayos, produciendo los precursores de los aminoácidos. Los aminoácidos, que son los elementos componentes de las proteínas, se acumularon en los océanos. En este ‘caldo orgánico’, combinaciones de aminoácidos y otros materiales orgánicos formaron moléculas complejas. El paso más importante de la evolución fue la formación de cierta molécula que podía autorreplicarse [...]

Una vez que el material podía replicarse, la vida estaba lista para comenzar su singladura» (Robert Plomin, J., C. DeFries y G. E. McClearn, Genética de la conducta, Madrid: Alianza Editorial, 1984, pp. 55-56).

Pero la generación espontánea de la vida no es de recibo en Biología después de los trabajos de Louis Pasteur, quien demostró experimentalmente que, por vía natural, la generación de la vida a partir de la materia inerte es imposible.

(6) A pesar de reconocer las discontinuidades presentes, los evolucionistas sostienen que dichas discontinuidades no prueban nada porque «[...] el registro de fósiles es muy incompleto y hemos de aceptar que numerosísimas especies y aun grupos enteros de organismos desaparecieron sin dejar rastro» (Diether Sperlich). Las razones que aducen en sostén de esta aseveración son las mismas que alegó Darwin en los capítulos VI y X de su obra El origen de las especies.

No obstante, el biólogo Douglas Dewar desarrolló en 1947 un método para medir el grado de representatividad del registro fósil. Gracias a dicho método pudo comprobarse que «el registro fósil, contrariamente a las afirmaciones de los evolucionistas, está lo suficientemente completo, y que si hubieran existido formas de transición, éstas deberían ya haberse hallado» (Santiago Escuain, “Las discontinuidades del registro fósil”. En Oree T. Gish y otros, Creación, Evolución y el registro fósil, Terrassa (Barcelona): Clie, 1988, pp. 91-99.

En conclusión, el registro fósil no sólo no brinda datos en sostén de la mitología evolucionista, sino que la refuta.

(7) La posición del evolucionismo teísta no es cómoda: por un lado, el evolucionismo que propugnan los teístas es contrario a las fuentes de la Revelación, y, por el otro, se opone asimismo al darwinismo, como que pugna con el materialismo metódico de éste y con su interpretación de la evolución en función del azar; se trata, pues, de una posición rechazada por las dos partes en conflicto, los creacionistas y los neodarwinistas.

Por último, interesa consignar que la teoría de la evolución no era una novedad cuando Darwin y Wallace la formularon, pues el primero que habló de una evolución biológica que lleva de los peces al hombre fue el filósofo griego Anaximandro, discípulo Tales de Mileto (nació en el 610 a. de C., según Hipólito, obispo de Roma).

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