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LA MISA “PROTESTANTIZADA” Y EL PRECEPTO DE GUARDAR LAS FIESTAS

RECIBIMOS Y RESPONDEMOS

«Rvdo. Sr. Director.:

Hace muchos años que leo su periódico con más que atención, como que constituye un precioso repaso, que se efectúa sin cesar, de teología dogmática y moral.

Es habitual en sì sì no no que se “impugne” el Novus Ordo Missae constantemente y con fuerza, pero se echa de ver, a mi juicio, que dicha impugnación está viciada de falta de motivación, pues yo diría que todo se queda en afirmaciones genéricas, sin que se aduzcan motivos precisos con claridad y distinción.

Se aconsejaba claramente, hace unos años, en la revista que usted dirige (no soy capaz de recordar ni el tiempo, ni el artículo, ni el articulista: sólo recuerdo el hecho), se aconsejaba, decía, media hora de meditación (o una hora), lecturas bíblicas u otros píos ejercicios en lugar de la asistencia a la santa misa dominical celebrada según el NOM porque... era ésta una misa completamente irregular. Les escribí en

una carta: ¡demuestren ustedes y declaren abiertamente que son inválidas todas las misas según el NOM y entonces su argumentación será de recibo! En caso contrario, nos hallamos ante un enorme “desfase”, porque nada puede compararse con una misa válida (y obligatoria, por añadidura), ni sustituirla. Argumentaba yo a la sazón: una cosa es una misa protestantizada o protestantizante (pongamos que, como mucho, tocante al estilo, los modos, las omisiones y las intenciones), y otra muy distinta una misa protestante, es decir, inválida, o, mejor dicho, una no-misa. Media un abismo entre ambas.

No recibí respuesta (no la exigía, pero la esperaba), ni se corrigió en ningún artículo posterior el error, la grandísima equivocación, en que habría incurrido quien hubiese seguido el consejo susomentado (sigue en pie la obligación de rectificarlo, porque podría haber personas que aún se atuvieran a él; mas no se encuentra enmienda alguna de éste en el quincenal que usted dirige, o, al menos, así me lo parece a mí).

Ahora bien, resulta que en un número reciente de sì sì no no encuentro un pasaje en que se habla de herejía en relación con la misa según el NOM, un texto en, que se tilda a ésta de herética. Me refiero al número de Si Si No No (15 de junio del 2006), pág. 2, primera columna (articulista: Lanterius). Leí el artículo en cuestión siete u ocho veces, incluso más, para hallar en las líneas, entre las comas, una sola palabra de demostración del error doctrinal (en las palabras o en los hechos) relativo a la misa nueva, porque en eso estriba la herejía (si hubiera alguna, sería menester especificarla con claridad meridiana, porque se trataría de algo grave en grado superlativo; y ojalá que dicha especificación se hiciera, en tal caso, con alguna palabra de más en vez que de menos...). El articulista, en cambio, abunda hasta la prolijidad, en su glosa al pasaje susocitado, en la misma opinión que expresa éste, si bien no con palabras que demuestren objetivamente la existencia del error de herejía. Todo se reduce a la anécdota que cuenta Monseñor Marini, sin pasar de ahí. En efecto, tesis: “el rito nuevo es herético”; prueba: en el rito viejo el celebrante se arrodillaba y adoraba la hostia antes de la ostensión de ésta a los fieles; luego se arrodillaba otra vez. Comentario mío: ¿todo el rito es una herejía porque omite una genuflexión? Me pregunto: ¿dónde está la herejía, el error doctrinal en las palabras o en los hechos?

El pasaje que sigue a la “prueba” a título de aclaración ulterior parece, perdóneme que se lo diga, puro delirio verbal: “es herético porque el celebrante, dado que se arrodilla sólo después de la ostensión, en realidad (?) pide el consentimiento a la comunidad antes (?) de proceder a la consagración”.

¡Qué no se dice o inventa! ¡Cómo se vuelven las cosas del revés! Me gustaría pensar en un lapsus mentis et calami. Añado que se trocó ni más ni menos que en desilusión el deseo que abrigaba de hallar un pensamiento preciso en sì sì no no sobre el NOM (un deseo que se había suscitado al empezar la lectura, pues me decía: - ¡Esta vez es la buena!).

Otra cosa más: no niego nada de lo bueno y válido que se dice en el mismo artículo; por poner nada más que un ejemplo: la ocurrencia feliz del “nuevo rito” para el Papa Ratzinger (sedentario comparado con su predecesor) (*). Son preciosas asimismo la reflexión y la cita sobre el intenso valor espiritual de la repetición de los gestos en la liturgia.

He escrito movido por un vivo sentimiento de fraternidad cristiana y sacerdotal. Espero que sirva de algo. Gracias por su atención. Un recuerdo fuerte y recíproco en la santa misa. Le saludo y deseo toda clase de bienes en la Trinidad toda».

Carta firmada por un sacerdote

Estimado hermano en el sacerdocio:

Precisemos, ante todo, que en el artículo en cuestión no salió de nuestra pluma la palabra “herejía” tocante al Novus Ordo Missae, sino de los labios de Monseñor Marini, o, por hablar con más exactitud, Monseñor Marini la puso en labios de su interlocutor “lefebvriano” junto con la argumentación delirante que usted señala con toda razón (pero que otra vez nos atribuye a nosotros por error).

Nuestro, en cambio, es el comentario al «bonito cuentecillo de Marini estilo Hemingway», un comentario en el cual reprobábamos la opinión del “lefebvriano” y dudábamos de que hubiese sido emitida alguna vez (al menos en los términos usados por Monseñor Marini): «evidentemente, Marini desea hacer pasar a todos esos ‘lefebvrianos’, como él los llama, por una masa de imbéciles perturbados, visto que hacen del problema de la reforma litúrgica nada más que una cuestión de genuflexiones...». Hemos de confesar que con usted se salió con la suya, al menos a juzgar por su carta.

En realidad, si el “lefebvriano” dijo algo sobre el asunto, no lo hizo de la manera “delirante” que le atribuía Marini. Los denominados “lefebvrianos”, quienes reposaban tranquilamente sobre el regazo de su santa madre, la Iglesia, hasta el pasado concilio, como se vieron en la necesidad de salvaguardar su fe, tuvieron que procurarse conocimientos especializados sobre las diferencias que oponen la doctrina católica a la luterana tocante a la santa misa.

Uno de los puntos principales es el siguiente: mientras que la Iglesia católica enseña que, en la misa, Nuestro Señor Jesucristo se hace realmente presente sobre el altar en virtud de las palabras pronunciadas por el sacerdote en el momento de la consagración, para los luteranos, en cambio, no son las palabras de la consagración, sino la fe de los presentes, lo que produce durante la “cena” cierta presencia espiritual de Cristo; de ahí la mudanza introducida por los ecumenistas en el nuevo rito “católico”.

En el rito romano tradicional, llamado impropiamente “misa de San Pío V”, el sacerdote se arrodilla de inmediato y adora a su Dios después de la primera consagración, consciente de tener entre sus manos, no ya el pan, sino el verdadero cuerpo de Cristo; se levanta a continuación, eleva la hostia consagrada y la presenta a la adoración de los fieles; por último, la adora de nuevo luego de haberla depositado sobre el corporal, que trae a la memoria la síndone y la realidad de aquel cuerpo divino, (el procedimiento se repite, mutatis mutandis, con la consagración del vino).

Todo eso cambia en la misa según el rito nuevo: como si nada hubiera cambiado en virtud de las palabras consagratorias, el sacerdote, sin el menor gesto de adoración, eleva la hostia de inmediato y la muestra a los presentes; luego la pone, no sobre el corporal, sino sobre la patena, y sólo entonces se arrodilla (hace lo mismo, mutatis mutandis, con el cáliz de la sangre de Cristo).

¿Qué dedujeron los protestantes de tamaña mudanza? Que la Iglesia católica le daba la razón a Lutero contra el concilio de Trento: es la fe de los presentes, no las palabras de la consagración, lo que hace a Cristo espiritualmente presente durante la cena; por eso el sacerdote presenta primero la hostia a los fieles en el nuevo rito, y sólo después arrodilla y adora. Ésta es la inferencia de los protestantes, quienes a causa de estos cambios y de otros no se hacen ya escrúpulo de usar el rito de Pablo VI en su “cena”, mientras que les horrorizaba la “misa papista”, es decir, el rito romano tradicional. Los católicos engañados y de buena fe, por el contrario, no comprendieron la gravedad de este cambio “ecuménico” (como tampoco la de los otros), o bien superaron su espanto diciéndose que, al fin y al cabo, la transubstanciación depende de las palabras consagratorias, no de los signos de adoración por mucho que se multipliquen o disminuyan éstos. Lo cual no empiece, sin embargo, para que se dé en el nuevo rito un deslizamiento objetivo hacia la doctrina luterana, así como un alejamiento igual, también objetivo, de la doctrina católica sobre la santa misa –como le hicieron notar enseguida a Pablo VI los cardenales Ottaviani y Bacci–, con lo que se expone a las nuevas generaciones católicas al peligro de “protestantización” de su mentalidad.

Estimado hermano en el sacerdocio, coteje ahora lo que acabamos de ilustrar con lo que Marini pone en la boca de su “lefebvriano”, y le resultará evidente la mira chancera y denigratoria del “cuentecillo” –anécdota que le refirió al periodista. También quedará persuadido de que quien “inventó” y “volvió del revés” las cosas o fue Monseñor Marini con artería, o el “lefebvriano” (que quizás se expresó chapuceramente, pero Marini habría debido ser perfectamente capaz de comprenderlo), o el entrevistador –¿por qué no? –, que quizás se dejó llevar del “estro” periodístico; pero, en cualquier caso, nosotros no somos responsables de nada.

La argumentación relativa al rito nuevo de la misa no debe versar sobre su validez o invalidez. También son válidas las misas de los ortodoxos cismáticos, pero no por ello está legitimado un católico para asistir a ellas. Válidas eran, asimismo, las misas celebradas por los curas “juramentados” durante la Revolución Francesa, mas los católicos, dicho sea en su abono, se abstenían de ellas y se limitaban a escuchar de cuando en cuando alguna misa de un cura “refractario”.

En realidad, como enseña igualmente el catecismo de San Pío X (nº 217), peca gravemente quien no oye misa los días de precepto «sin que medie un verdadero impedimento»; en caso contrario, «excusa de la obligación de oír misa cualquier motivo medianamente grave, como el que se da en caso de que la asistencia a misa nos produzca una incomodidad notable, o de que derive de ella, para nosotros u otras personas, un daño corporal o espiritual» (E. Jone, OFM Cap. -Compendio di teologia morale, n° 200). Así, pues, el verdadero problema no es si la misa celebrada según el rito nuevo es válida o inválida, sino si redunda o puede, redundar en daño espiritual de quien la oye (esta sola posibilidad basta).

Nos parece que la respuesta ya figura en su carta cuando usted habla de misa “protestantizada o protestantizante”. Y aun cuando usted no estuviera convencido de ello, eso mismo denunciaron enseguida a Pablo VI, con competencia y conocimiento de causa, los cardenales Ottaviani y Bacci: «El Novus Ordo Missae, considerados los elementos nuevos, susceptibles, con todo, de una valoración diversa, que se sobreentienden o están implicados en él, se aleja de manera impresionante, así en conjunto como en los detalles, de la teología católica de la santa misa tal como fue formulada por la sesión XXII del concilio tridentino, el cual, al fijar definitivamente los ‘cánones’ del rito, erigió una barrera infranqueable contra cualquier herejía que atacara la integridad del misterio» (carta de presentación del Breve examen crítico del Novus Ordo Missae).

Ahora bien, una misa “protestantizada” (en sí misma) y “protestantizante” (de la mentalidad de quien la oye) anula la obligación de oír misa los domingos y fiestas de guardar.

La Iglesia, en efecto, obliga a escuchar misa “según el rito católico” (Roberti, Dizionario di teologia morale, voz “santificación de las fiestas”); pero un rito “protestantizado” no puede llamarse tal. Además, un rito “protestantizante” pone al fiel en “peligro de sufrir un grave daño (...) moral”, que es una de las causas más fuertes que excusan de la obligación del precepto de oír misa los días festivos (ivi). Y al tratarse, por otra parte, de un peligro para nuestra fe y la de nuestros seres queridos, de los cuales somos responsables ante Dios, hemos de decir que quien tenga conciencia de este peligro, y en la medida en que la tenga, lejos de cumplir el precepto de la Iglesia, comete un pecado contra la fe.

Bien sabe usted que el creyente tiene, ante todo, la obligación de custodiar y cultivar la fe, porque ella constituye la raíz y el fundamento de su salvación eterna; de ahí que el mismo derecho natural le prohíba hacerla peligrar (cf. Enciclopedia Cattolica, voz “fe”). Sabe usted, asimismo, que es por eso por lo que la Iglesia ha vedado siempre a los católicos participar en las misas de los acatólicos, aunque sean válidas. Por ello, un católico que se halle en un país ortodoxo cismático y no pueda acudir a un lugar de culto católico, no sólo está exento de asistir a misa los días de precepto, sino que, además, si participara en la misa de los cismáticos (válida, repetimos), no dejaría de cometer un pecado contra la fe (y ello en virtud del derecho divino natural, lo que significa que lo cometería también aun cuando las leyes eclesiales hubiesen cambiado por motivos ecuménicos).

Usted escribe que nos lee más que atentamente desde hace años, y se lo agradecemos. Parece, no obstante, que se le pasó por alto cuanto escribimos sobre el nuevo rito de la misa, que aquí sólo en parte estamos repitiendo. Nosotros no nos contentamos en manera alguna con afirmaciones generales, sino que adujimos más de una vez los “motivos precisos”, que usted exige con toda razón, de nuestros juicios negativos. Lo prueban los numerosos artículos impresos sobre ese asunto a partir del primer año de nuestra publicación. Como no podemos resumirlos todos, nos limitaremos aquí a lo esencial, si bien tal cosa debería ya constarle claramente por cuanto referimos más arriba.

No reputamos por herético al nuevo rito, sino por gravemente ambiguo, favorecedor de la herejía. Tal rito, en efecto, se estudió con la cooperación discreta (bien que no demasiada) de algunos “expertos protestantes” para que pudiese ser acepto tanto a los católicos cuanto a los protestantes.

En 1965, Monseñor Bugnini, que dirigía los trabajos de la “reforma litúrgica” y gozaba por entonces de toda la confianza de Pablo VI, anunciaba el “deseo” que le animaba de «remover [del nuevo rito] cualquier piedra que pudiera constituir aunque sólo fuera la sombra de un tropiezo o de malestar» para los «hermanos separados» (L'Osservatore Romano, ed. italiana, 11 de marzo de 1965). ¿Y cuáles eran esas piedras de tropiezo y esos motivos de malestar para los “hermanos separados” sino los ritos y gestos que expresaban demasiado claramente las verdades católicas repudiadas por los protestantes y corroboradas por el concilio de Trento? (presencia real y sacerdocio ministerial, carácter sacrificial y propiciatorio de la santa misa, etc.); de ahí la confección de un rito ambiguo, susceptible de una doble interpretación, de un rito que vela las verdades católicas y que por ello puede ser interpretado por el católico a la manera católica, y por el luterano a la manera protestante (1).

Más arriba dimos un ejemplo a propósito de la omisión de la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la consagración. Podríamos poner otros. Aquí, sin embargo, nos interesa destacar que todos, modernistas y no modernistas, están de acuerdo sobre la “protestantización” de la misa.

Hemos citado ya a Bugnini (1965). L’Osservatore Romano del 13 de octubre de 1967 escribía: «La reforma litúrgica ha dado un paso notable hacia adelante en el campo ecuménico y se ha acercado a las formas litúrgicas de la iglesia luterana».

En 1969, los cardenales Ottaviani y Bacci, en su breve carta de presentación del Novus Ordo Missae, notificaron a Pablo VI el coste de la operación ecuménica sobre la misa: el alejamiento del nuevo rito, “de manera impresionante, de la teología católica de la santa misa” y la demolición de aquella “barrera infranqueable” que el concilio de Trento erigió “contra cualquier herejía que atacase la integridad del misterio” (en especial contra la herejía luterana).

Monseñor Lefebvre escribía al Santo Oficio el 26 de febrero de 1978, que el nuevo rito era «una síntesis católico-protestante» (Mons. Lefebvre e il Sant’Uffizio, ed. Volpe, p. 71), y protestaba que «queremos conservar la fe católica mediante la misa católica, no mediante una misa ecuménica, favens haeresim, favorecedora de la herejía , aunque sea válida y no herética» (Mons. Lefebvre, ibid., p. 72). El converso Julien Green definía el nuevo rito como «una imitación harto grosera de la función anglicana, que nos era familiar desde la infancia», y hablaba de misa «recortada, reducida a dimensiones protestantes» (Ce qu’il faut d’amour à 1'homme, ed. Plon, París, 1978).

Monseñor Klaus Gamber, que no era “tradicionalista”, sino sencillamente un experto en liturgia (director de las Ciencias Litúrgicas de Ratisbona y miembro honorario de la Pontificia Academia Litúrgica de Roma), denunció en 1979 la «destrucción» del antiguo rito romano, que se había custodiado sustancialmente intacto a lo largo de los siglos y que todos los Pontífices romanos habían recomendado a la Iglesia«se remonta al Apóstol Pedro» (La reforma de la liturgia romana, ed. Renovación, Madrid 1996, pág. 51 ss.) (2). universal porque

Omitiendo otros muchos testimonios llegamos, por último, al de Jean Guitton, filomodernista e íntimo de Pablo VI (es el autor de Paul VI secret). El 19 de diciembre de 1993 afirmó, en el debate Lumiére 101 de Radio-Courtoisie, que «la intención de Pablo VI respecto a la liturgia, respecto a la denominada vulgarización de la misa, era la de reformar la liturgia católica de suerte que coincidiese, sobre poco más o menos, con la liturgia protestante [...] con la cena protestante». Y más adelante: « [...] repito que Pablo VI hizo todo lo que estuvo en su mano para acercar la misa católica –más allá del concilio de Trento– a

la cena protestante». Guitton respondió lo siguiente a la protesta de un sacerdote: «La misa de Pablo VI se presenta ante todo como un banquete, ¿no es así? E insiste mucho en el aspecto de participación en un banquete, pero mucho menos en la noción de sacrificio, de sacrificio ritual [...] En otras palabras, Pablo VI albergaba la intención ecuménica de cancelar –o, al menos, de corregir o atenuar– lo que había de demasiado [¡sic!] ‘católico’, en sentido tradicional, en la misa, y acercar la misa católica –lo repito– a la misa calvinista» (Una Voce francesa, mayo-junio de 1994) (3). Así, pues, también para Jean Guitton el nuevo rito de la misa está “protestantizado”. La única diferencia estriba en que para los neomodernistas dicha protestantización es una conquista porque, al decir de L’Osservatore Romano del 13 de octubre de 1967, constituye “un notable paso adelante en el campo ecuménico”, mientras que para los católicos fieles, que tales son los denominados “tradicionalistas”, es una revolución litúrgica que plantea gravísimos problemas a la conciencia católica no sólo porque el rito nuevo es un rito protestantizado, sino también porque es, como resulta lógico, un rito “protestantizante” (lo cual es peor todavía). Con una misa «recortada, reducida a dimensiones protestantes –escribía Julien Green– [...] la realidad del sacrificio propiciatorio se está eclipsando discretamente de la conciencia de los católicos, sean sacerdotes o seglares [...] Los viejos curas, que lo llevan en la sangre si se me permite la expresión, no están en un tris de olvidarlo, por lo que celebran misas conformes con las intenciones de la Iglesia. Pero ¿qué decir de los curas jóvenes? ¿En qué creen?» (op. cit., pág. 143).

Estimado hermano en el sacerdocio, reflexione y considere honestamente si la “obligación de reparar” nos corre a nosotros o a quien sigue imponiendo y defendiendo un rito “ecuménico” capaz de demoler, andando el tiempo, la fe católica en la santa misa.

Hirpinus

Notas:

(1) “La nuova Messa é equivoca?”, sì sì no no, ed. italiana, año VI, n° 1, pág. 12.

(2) “Condición ‘única’ pero inaceptable / A propósito de una entrevista del cardenal Mayer”, sì sì no no, ed. española, enero 1992, pp. 1 ss.

(3) Véase sì sì no no, julio de 1994, pág. 5: Una testimonianza al di sopra di ogni sospetto / Jean Guitton e la Messa “protestantizzata”.

[N. del T.]:

(*) El autor de la carta hace referencia a uña entrevista que concedió Marini al diario on line Affari Italiani (20 de marzo del 2006) y en la que respondió lo siguiente a la pregunta «‘¿Qué piensa usted de los lefebvrianos?’: Que quede claro de una vez por todas: deben aceptar cuanto decidió el concilio Vaticano II; en caso contrario no será posible conciliación alguna. ¿Qué quiere esta gente? La mayoría de los fieles se adaptó; sin el nuevo rito, que no fue hijo de la curia sino una obra de aliento internacional, no habrían podido realizarse las celebraciones y los viajes al extranjero del papa Wojtyla. Entonces, ¿por qué no se adaptan? ¿Cuál es la diferencia?».

La redacción de sì sì no no contestó lo siguiente, entre otras cosas:

«Sin embargo, también sobre su competencia litúrgica [la de Marini] le asaltan a uno serias dudas, visto que como prueba de la bondad del rito nuevo no se le ocurre decir otra cosa sino que le permitió al papa Wojtyla recorrer el mundo... Con el respeto debido, esto no nos parece decisivo: si el papa Ratzinger fuese un poco más sedentario que su predecesor, ¿habría que crear también un rito ad hoc para él?».

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