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PRIMERÍSIMOS PLANOS DEL MOVIMIENTO CARISMÁTICO

Un culto satánico infiltrado en el catolicismo

No es la primera vez que nuestro periódico se interesa por el "movimiento carismático" o "pentecostalismo católico", un movimiento que, con la complicidad de la jerarquía actual, sobre todo del cardenal Suenens, infiltró en el catolicismo el perverso culto de una «iluminación iniciática cuyo punto de llegada es una forma de unión con Satanás» (1). Tal culto lo integran las prácticas o experiencias de algunas sectas protestantes, estadounidenses principalmente, aunque su origen es inglés, puesto que se remonta a John Wesley, fallecido en 1791, fundador de la secta protestante denominada "Metodismo" (cf. infra, J. Vennari, op. cit., pág. 93). Estriba en el llamado "bautismo del Espíritu": un hereje le "impone las manos" a una persona cualquiera, quien debe limitarse a hacer un acto de fe en el poder del "Espíritu". La persona "bautizada" advierte de inmediato que ha sido iniciada porque recibe el "don" (carisma, en griego) del "Espíritu": empieza a veces a hablar en lenguas desconocidas; se siente ocultamente cambiada en mejor (así se cree, al menos); nota en el acto, dentro de sí, el ímpetu del "espíritu" (‘the rush of the spirit’; Vennari, op. cit., págs. 117-119). «La ‘fe’ carismática está hecha de intuición, de sentimiento, de experiencia interior; es una ‘fe’ inmanente y subjetiva. No se trata de ‘gustar’ para creer, sino de ‘sentir’ para creer. El alma toma el camino de la sensibilidad, y es ahí donde el demonio está al acecho» (cf. el artículo de sì sì no no citado, pág. 5).

Este "bautismo del espíritu" es una parodia de sacramento, y no puede provenir de Nuestro Señor, como es obvio. Lo transmite un "iniciado" mediante un rito, tomado de los pentecostalistas protestantes, que sirve de "vehículo"; produce una eficacia automática, típica de las "místicas" diabólicas (ivi): «En cuanto el alma cruza con la iniciación el umbral del universo carismático (universo oculto) puede pasar cualquier cosa. Se comienza con dones inefables: entusiasmo y ardor ferviente, liberación de los complejos, de los vicios como el tabaco o el alcoholismo, don de profecía, de curación, de glosolalia (o xenoglosia: hablar una lengua extranjera ignota), etc.; se sigue con una evolución paralela a la de la droga (puesto que "la efusión del Espíritu" en el seno del movimiento carismático es una auténtica droga espiritual: comporta una degradación progresiva del alma, una aniquilación paulatina de la vida de la fe), y se termina con francachelas sensibles y sensuales, y a veces se remata en la locura» (v. el art. cit., pág. 6).

Un acontecimiento interconfesional del 2000, en los Estados Unidos

¡Bien sabemos que la gracia, la verdadera, no viene así a nosotros, ni obra de ese modo, ni produce como efecto final suyo la degradación y la destrucción del alma!

Puesto que la influencia de los "carismáticos" perdura entre los católicos, o, por mejor decir, no deja de extenderse, frente a la pasividad culpable de la jerarquía, que parece ver en la expansión de este "culto" ni más ni menos que una forma apreciable, en ciertos aspectos, de "neoevangelización", nos parece oportuno ofrecer a la consideración del lector, a título de ejemplo, algunos fragmentos tomados de un libro de John Vennari, un autor católico fiel a la tradición de la Iglesia y a la Misa llamada de San Pío V, quien quiso participar como mero observador, para documentarse en directo, en una reunión gigantesca de carismáticos o pentecostalistas católicos en los Estados Unidos (2).

Se trata de un auténtico reportaje, abonado con numerosas fotografías, que se publicó inicialmente en una serie de artículos del periódico mensual norteamericano Catholic Family News (de Agosto del 2000 a Enero del 2001).

El autor aguantó durante varios días el acontecimiento denominado Celebrate Jesus 2000, que tuvo lugar en la ciudad de San Luis (Missouri), del 22 al 25 de Junio del 2000, en un enorme emplazamiento deportivo cubierto (TWA Dome, Cúpula TWA). El acontecimiento lo había organizado la universidad franciscana de Steubenville, también en los Estados Unidos. Dicha manifestación era la última de una serie consagrada a promover "la unión interconfesional", es decir, ecuménica, bajo el sello del denominado "bautismo del Espíritu". Y, en efecto, hubo en ella una nutrida representación de protestantes entre los "predicadores". El público, en cambio, unas 15000 personas, estaba integrado por católicos en un 90-95 % (op. cit., págs. 9, 10 y 20). Pero cedamos la palabra a nuestro autor, quien, al referir asimismo algunos episodios de manifestaciones "carismáticas" que se verificaron antes del 2000, nos pone ante los ojos los aspectos más crudos y auténticos del "movimiento carismático", que muchos parecen no advertir aún.

«Al entrar en la Cúpula TWA para asistir al inicio de las manifestaciones, me hallaba caminando tras una mujer corpulenta, vestida con un traje minúsculo, la cual ostentaba un voluminoso tatuaje verde en forma de llama que le trepaba por la pierna izquierda. Exhibía en el antebrazo izquierdo, a modo de brazalete, otro tatuaje verde, que recordaba una corona floral. ¿ Con excepción de las ropas exóticas de los "danzarines carismáticos", dicha indumentaria práctica y descocada, no muy púdica que digamos, era lo corriente entre los 15 000 carismáticos, casi todos católicos, que se agolpaban en la enorme cancha» (op. cit., pág. 17). La tarde anterior al comienzo de las "sesiones", el arzobispo de San Luis, Su Exc. Mons. Justin E. Pigali, había celebrado una misa de apertura en la Cúpula TWA (ivi).

El programa comprendía numerosas conferencias y eventos simultáneos, pero la atracción central la constituían las sesiones vespertinas, que se celebraban en la Cúpula a las siete de la tarde, por lo común ante una explanada atiborrada de gente. Aquí dominaban los "predicadores" protestantes, expertos manipuladores de asambleas exaltadas, y se verificaba el "bautismo" colectivo "en el espíritu". El autor recalca que no había nada de católico en todas estas sesiones (op. cit., pág. 18).

Es de notar que entre los protagonistas se contaba también la música, presente por doquiera, incluso en las reuniones colaterales y menores: orquestillas, orquesta principal, duetos, órganos eléctricos, instrumentos varios, etc. Una música que obligaba siempre a bailar batiendo rítmicamente las palmas y agitando los brazos, de manera igualmente rítmica, levantados en alto (ivi). Se trataba, como es obvio, de músicas y danzas rituales, sabiamente dosificadas, obsesivas en general tanto por el ritmo cuanto por la cadencia, que se acompañaban de cantos y tendían a provocar un aturdimiento progresivo, y que asumían llegado el momento un ritmo de aquelarre de derviches: respondían a la perfección a la función que desempeñaban las distintas componentes del culto diabólico que se estaba celebrando.

Se realizaban también "sesiones de tarde para la juventud". Un "ministro de los jóvenes", el protestante pentecostalista Bob Weiner, «pronunció un discurso de acicate a la mezcla interconfesional, henchido de errores protestantes». Incitó a todos los jóvenes a precipitarse al tablado y a darle la vida a Jesús [¡!]. La mayoría obedeció, y el predicador declaró que, a consecuencia de este sacrificio suyo (se habían ofrecido a Jesús sólo con correr a los pies del "predicador"), se les habían perdonado los pecados. «Era una parodia del sacramento de la confesión», comenta Vennari (op. cit., pág. 19). Otra "sesión" la dirigía un fraile franciscano, un tal E. Stan Fortuna, que vestía cogulla y llevaba los cabellos rabultados, recogidos en una coleta; cantante, guitarrista y tamborilero, experto en "rap católico", alternaba los instrumentos con los "sermones", que impartía en el lenguaje adulterado y semianalfabeto de los hippies (ivi). Su "catequesis", a la que apodaba "mística", se adaptaba al ritmo constante de una música sensual, tenebrosa (ivi).

"La risa del espíritu", o, mejor dicho, de Satanás

Es menester dejar sentado, a título preliminar, que el "bautismo del Espíritu" colectivo se convirtió en una praxis de las sectas pentecostalistas católicas (nos parece que hablamos con propiedad llamándolas así) después de lo que pasó, en 1977, en Kansas capital (Missouri, EE.UU.). John Vennari refiere las palabras conmovidas (!) de un tal Kevin Ranaghan, uno de los pioneros del "pentecostalismo católico" en los Estados Unidos: «Aún veo -a veces incluso la siento realmente- ‘la explosión del Espíritu Santo’ que tuvo lugar en la gran conferencia ecuménica de Kansas capital, ante unas 50.000 personas. Eob Munford, ministro protestante, se hallaba predicando en medio del estadio y, de repente, el espíritu se nos echó encima, así... una explosión de alegría, un aplauso, una alabanza frenética, exultante, por parte de la masa, que duró alrededor de 17 minutos» (op. cit., págs. 10-11). Un fenómeno espontáneo y fuera de control.

En dicha conferencia, que había sido convocada por iniciativa de los católicos, se habían reunido por vez primera «los pentecostalistas clásicos, los neopentecostalistas y los pentecostalistas católicos». También participó en ella activamente el cardenal Suenens, quien ya se había hecho responsable, en 1975, de la "aprobación eclesiástica" del movimiento carismático por parte del Papa (op. cit., pág. 99; sobre Suenens, cf. el final de esta recensión). Los promotores católicos interpretaron "la explosión de alegría" incontrolada que hemos referido como un signo de favor que Dios daba «en pro de la unificación de toda la cristiandad... más allá de las barreras constituidas por las confesiones particulares» (op. cit., pág. 11). Así, pues, el movimiento carismático se las echaba de «elemento unificador de los verdaderos creyentes en Cristo» (op. cit., pág. 14). Naturalmente, añadimos nosotros, siguiendo la letra y el espíritu del concilio Vaticano II, que, como sabemos, incita a cada paso a los católicos al "diálogo" para la unificación, a iniciativas comunes con los herejes en todos los campos. Por eso nos parece que no hay que sorprenderse mucho de que los carismáticos católicos «crean que el ‘cuerpo místico de Cristo’, es decir, ‘la Iglesia’, sea un conglomerado de confesiones, todas cristianas al mismo título: católicos, baptistas, metodistas, presbiterianos, anglicanos...» (op. cit., pág. 69). No es mucho de sorprender que adoptaran el punto de vista de las propias sectas protestantes. Muchos católicos, como hijos que son del Vaticano II y de sus falsas doctrinas, creen hoy que la "Iglesia de Cristo" comprende tranquilamente todas las "denominaciones" cristianas.

Sentado esto, vengamos a la "risa sagrada o del espíritu" (‘Holy Laughter’). En el acontecimiento de San Luis participaban asimismo tres ministros protestantes del llamado «revival de la risa del espíritu», practicado por la secta carismática denominada Toronto Blessing ("Rendición de Toronto", ciudad del Canadá). ¿De qué se trataba?

«La Toronto Plessing es una secta ultra-protestante a la que se podría definir como ‘carismática a la décima potencia’. ‘Enseña’ que el espíritu se manifiesta no sólo individualmente con la glosolalia y las rotaciones del cuerpo, sino, además, con alaridos, chillidos agudos y penetrantes, rodaduras sobre el pavimento, ladridos, gruñidos y una risa colectiva de tipo histérico... La práctica de esta 'risa sagrada o 'del espíritu' se está difundiendo en la Iglesia Católica por conducto del movimiento carismático. La alienta Monseñor Vincent Walsh, un ‘carismático’ que obra valiéndose de la protección de Bevilacqua, el cardenal de Filadelfia» (op. cit. pág. 21).

Observemos a esta secta en acción durante el happening de San Luis, y fijémonos en la conducta de John Arnott, un predicador de la Toronto Plessing, quien se inició en el "bautismo del fuego sagrado" en Argentina, de manos de un adepto local, un tal Caludio Freidzon (op. cit., pág. 22; nótese bien: en Argentina, país teóricamente católico). Este Arnott, retratado en la pág. 35 del libro, comenzó diciendo que quería obediencia ciega del público. A continuación, expuso su "teología", que negaba, en primer lugar, la divinidad de Cristo, pues decía que Nuestro Señor se la había «dejado en el cielo». Ni siquiera era verdadero hombre: era un hombre especial, revestido de la "consagración" del "Espíritu Santo" (op. cit., pág. 23). Todas estas "revelaciones" falsas y heréticas sobre Nuestro Señor (en el fondo, no son más que antiguas herejías cristológicas, como siempre) dijo Arnott que las había recibido de Dios en persona, naturalmente. Los católicos de entre el público lo escuchaban sin rechistar. Ahora bien, siguió diciendo, todo el mundo puede recibir una "consagración" en el "espíritu" semejante a la que recibió Jesús. Así nos haremos todos "ministros". Las manifestaciones animalescas formaban parte de las "consagraciones" y servían para reprimir nuestro orgullo, para desarrollar la humildad y vulnerabilidad de cada uno (op. cit., pág. 25). Para ser verdaderos cristianos -tronaba Arnott- era menester «hacer la experiencia del Dios vivo, una auténtica revolución» (op. cit., pag. 26).

«Mientras Arnott peroraba, el ‘espíritu’ estaba ya manos a la obra: sonidos incontrolados comenzaban a serpear entre la masa. Al principio, sólo amenes y aleluyas aquí y allá; después, carcajadas en voz baja, cocoricós, gritos, gemidos prolongados, risas histéricas. A veces el estruendo se hacia tan grande, que no se podía oir al orador pese a los amplificadores de que disponía). En cierto momento, Arnott comenzó a invitar a alguno que otro a levantarse (a una joven, p. ej.), al tiempo que le decía al hombre que se sentaba a su lado; ‘Imponle las manos’. Hecho eso, el predicador se volvía a la masa ordenándole que rezara , y gritaba: ‘Dales más, Señor, más’. La masa lo repetía al unísono. Y Arnott les mandaba: ‘Decidlo con autoridad! ¡Dales más, Señor!’. La masa obedecía con entusiasmo, inclusive siete monjas ‘católicas’, pertenecientes a una orden ‘carismatico-franciscana’.

Hacia el final de la sesión todo el público estaba en pie, con los brazos abiertos de par en par, muchos con los ojos cerrados, como en trance, mientras que Arnott, con voz baja y suasoria, hipnótica, invocaba al ‘espíritu’ a fin de que ‘bajara’ sobre los presentes. En cierto momento, un ritmo lento, marcado por sonidos como ‘uup, uup, uup’, que semejaban los gruñidos de un chimpancé en la selva, comenzó a difundirse por la explanada, a modo de estrambótico fondo para las palabras de Arnott. Luego, de repente, la cantinela de este último aumentó de volumen, y lo mismo sucedió con los sonidos salvajes e incontrolados que procedían de la masa: alaridos, farfullos 'en lenguas', gritos prolongados. ‘¡Espíritu Santo, visítales, ahora!’, comenzó a gritar Arnott, y ordenó que cada cual lo invocase con autoridad para que bajara sobre su vecino: ‘¡Ven, Espíritu Santo! ¡Confiérenos tu poder, tu autoridad, tu fuego!’. Todos obedecían, sin exceptuar a las monjas mencionadas líneas arriba.

Llegados a este punto, tras estas invocaciones, fue cuando la masa estalló en una cacofonía tan desgarradora e impía que se hace imposible cualquier descripción. Recuerdo a un hombre que repetía, gritando en rápida sucesión: ‘¡gu-gu-ga-ga-daif - - gu-gu-ga-ga-daif!’, como si fuera, por decirlo así, un feroz cazador de cabezas. La gente se tambaleaba, se desmayaba se desplomaba. El aúlle y la grita no paraban de aumentar. Una mujer, tumbada boca arriba y con las piernas en alto, no hacía más que revolcarse por el suelo, ya sobre un costado, ya sobro el otro, presa de una risa incontrolable. La masa parecía completamente dominada por la histeria. Había incluso quien gritaba ‘¡socorro!’, come si fuese víctima de íncubos (...). Cuando me iba, vi a la entrada de la cúpula al padre Harold Cohen, uno de les curas católicos organizadores y protagonistas del acontecimiento , deshecho en sonrisas, que le imponía las manos, a la manera de los carismáticos, a una de las monjas susomentadas, quien acababa de salir de aquella sima del averno. A la monja se la veía tranquilísima... Al momento siguiente me encontré al lado de las monjas que había visto en la cúpula durante la ceremonia. Se marchaban contentas, más alegres que unas castañuelas. De buena gana les habría preguntado: ‘¿No creen ustedes que todo eso es pura locura?’. Pero la pregunta se me atravesó en la garganta» (op. cit., págs. 29-31).

Danzas de eclesiásticos, cuestaciones inoportunas, liturgia carismática en la misa del Novus Ordo

Nos parece que hemos bosquejado un cuadro suficientemente claro del "asqueroso carnaval" (Vennari, op. cit., pág. 108) que tuvo lugar en San Luis con la autorización del ordinario competente. La continuación de dicho acontecimiento se desarrolló a imitación de la "sesión" consagrada al revival de la "risa sagrada", aunque con ritos menos animalescos. Nuestro autor asistió a serenatas a la luz de las antorchas, al "rezo en lenguas" o "en el espíritu", a sesiones de sedicentes "curaciones", a diferentes y variopintos "descensos del espíritu" sobre los desventurados participantes, y lo atormentó hasta la extenuación la presencia continua de la música con el correspondiente acompañamiento de danzas rituales. Como es obvio, no pudo asistir a todo; pero, de cualquier manera, oyó varios "sermones", que se caracterizaban en su totalidad, incluso los de los oradores formalmente católicos, por una oposición constante a la verdadera doctrina de la Iglesia (buenos extractos de la cual aduce con harta oportunidad, para demostrar la absoluta ilicitud del movimiento carismático).

Algunas imágenes merecen fijarse en la memoria, sobre todo algunos aspectos, comenzando por el ceremonial (si se le puede llamar así) del happening del 2000 y de otro parecido que se celebró en 1997, en Pittsburg (Pennsylvania, EE.UU.). El autor lo ilustra bien con fotografías increíbles, dolorosas. Se ve en ellas a obispos (con mucha cruz pectoral), sacerdotes, frailes, monjas, que participan activamente en las músicas, en los cantos, en los bailes colectivos de los "carismáticos", bajo la acción del "bautismo del espíritu". En Pittsburg, la Hermana Nancy Kellar, una de las líderes del pentecostalismo católico americano (a quien nadie ha visto jamás en hábito de monja, según el autor), protagonista en San Luis de una apasionada exaltación del ecumenismo (op. cit., págs. 71-72), «rodeó con los brazos al obispo, Su Exc. Mons. Sam Jacebs, y ejecutó con él unas figuras de danza; luego dieron ambos unos pases de can-can tan moderados cuanto cursis» (op. cit., pág. 37).

En San Luis, «los predicadores protestantes comenzaron, en cierto momento, a imponer las manos a los católicos, que se arremolinaban frente al estrado. Stephen Hill [uno de ellos] agarraba a las personas por la cabeza y gritaba con vez estentórea: ‘¡La nueva consagración! ¡La nueva consagración! ¡Fuego! ¡Fuego!’. Tras lo cual ‘el ungido’ del ‘espíritu’ caía al suelo, y permanecía allí durante un tiempo. Al final, toda la superficie circundante estaba alfombrada de cuerpos desplomados... Entre los ‘bautistas’ figuraba Monseñor Sam Jacebs, obispo católico ‘carismático’, ordinario de la diócesis de Alejandría, en Luisiana (EE.UU.)» (op. cit., pág. 52), el mismo que había protagonizado el baile recién recordado.

La misa de clausura del acontecimiento la celebró también, en la bóveda TWA, el arzobispo de San Luis, que no es un carismático, con mitra y báculo pastoral. Apareció la orquesta de los días precedentes en la procesión final que siguió, y empezó a tocar a ritmo de rock'n'pop un clásico protestante, "Los días de Elías" (que había sido tocado al menos 50 veces durante los días anteriores), con el resultado de que la procesión degeneré rápidamente en una frenética danza colectiva en cuanto el arzobispo abandonó solemnemente el lugar con la cabeza del certejo (op. cit., pág. 109).

Hay que recordar, asimismo, la insistente y pública petición de dinero a los participantes, típica de las congregaciones protestantes, pese a que todo participante había debido pagar una cuota de inscripción de 65 dólares; la petición condujo de hecho a la interrupción de la misa de clausura (en el memento de la colecta), que sólo se reanudó después de que el celebrante, Mons. Rigali, efectuara una enérgica y colérica llamada al orden (op. cit., págs, 107-108). Tocante a la santa misa, es imposible emitir cuanto refiere el autor a propósito del susomentado Mons. Jacobs, obispo de Alejandría, Luisiana. Se cuenta entre les introductores de elementos carismáticos en la liturgia (naturalmente, merced al experimentalismo autorizado por el Vaticano II). Entre estos elementos figura la gloselalia, que dicho obispo practica del modo siguiente: «El obispo adoptó una pose solemne durante la consagración, en la elevación de la hostia y en la del cáliz, e inició la ‘plegaria en lenguas’, que vomitó así sobre les fieles: ‘Ham di iah hei dah sham a lam iada...’. Estos respondieren a su vez con un gruñido de palabras privado de cualquier significado y que semejaba uno de esos horrendos mantras orientales. La mayoría de les fieles recibió luego la comunión en la mano» (op. cit., pág. 117; la ‘plegaria en lenguas’ sustituía al sonido de las campanillas que anuncia ambas elevaciones).

La impostura de la glosolalia y de la profecía "carismáticas"

John Vennari cita, a propósito de la glosolalia, el testimonio de un ex pastor presbiteriano, ex carismático también, que se salvó gracias a su conversión al catolicismo, quien sostiene que se trata de un engaño en toda regla. Nada tiene que ver, pues, con la conocida forma de posesión diabólica que estriba en hablar en trance una lengua desconocida para el sujeto que habla, pero verdadera, auténtica (es el diablo quien habla a través del poseso, valiéndose por lo común de una lengua antigua).

La práctica de las "lenguas" resulta ser la siguiente en las asambleas de los pentecostalistas: un participante anuncia algo en una "lengua" que nadie entiende, mientras que otro hace de "intérprete", traduciendo a renglón seguido para la masa el presunto "mensaje" del "espíritu". Nadie verifica nada. El ex presbiteriano, que recelaba de este modo de obrar, decidió efectuar unos cuantos experimentos:

1) Fingió a veces que tenía algo que decir en "lenguas", y emitió sonidos que luego se aprendió de memoria. Advirtió que el "intérprete" daba (se inventaba) en cada nueva ocasión "traducciones" diferentes de los mismos sonidos (que nada significaban en sí mismos, por le demás).

2) Puesto que conocía el griego y el hebreo, se aprendió de coro el salmo nº 23 [22]: Es Yavé mi pastor; nada me falta, y lo recitó durante una sesión, mientras fingía hablar "en lenguas". El "intérprete" no comprendió ni jota del verdadero sentido, come es obvio, pero dijo que se trataba de un mensaje del cielo que decía, sobre poco más e menos, le siguiente: «Hijos míos, no os retraigáis, ¡eh vosotros, hombres de poca fe! Dad dinero para ese ala extra de la casa de vuestro pastor y yo es bendeciré, etc.». Naturalmente, el trujimán era une de los mejores amigos del pastor en cuestión. Así comenzó a entender el ex presbiteriano que en todo el asunto pentecostalista había algo que no cuadraba... (op. cit., págs. 66-67). Parecen escenas sacadas de una página de Voltaire, aunque son, por el contrario, hechos de experiencia (Voltaire se habría divertido mucho en las asambleas de los pentecostalistas. He aquí cómo describió el presunto don de la glosolalia y/o profecía de que se jactaban les cuáqueros, en una asamblea en la que participó durante un viaje que hizo de joven a Inglaterra, en la primera mitad del siglo XVIII. Había 400 hombres y 300 mujeres, que permanecieron sentados en profundo silencio durante un cuarto de hora. «Al cabo, se levantó uno de ellos, se quitó el sombrero y, tras algunos visajes y unos cuantos suspiros, soltó, medio con la boca, medio con la nariz, un auténtico galimatías, que creía sacado del evangelio, pero del que ni él ni nadie entendía nada...» (3).

Tocante a las cacareadas profecías de los pentecostalistas, no pasaban de "pías banalidades" por lo común, que cualquiera habría podido decir: une de la masa se adelantaba, cogía el micrófono y rompía a hablar en tono inspirado, como si Dios en persona estuviera comunicándose por su conducto. He aquí un ejemplo: «Dondequiera que estéis, quienesquiera que seáis, sabed que el poder de mi Espíritu Santo es siempre el mismo; conferídselo a los demás... llevadle con vosotros, proclamadlo, etc.» (op. cit., pág. 114).

La carencia de verdadera profecía y de auténtica glosolalia nada resta, come es natural, a la naturaleza intrínsecamente diabólica de la iniciación llamada "bautismo del espíritu". Esta naturaleza se destaca aún más por todo el acompañamiento de histerismo colectivo y de engaños sabiamente administrados que la caracteriza.

El aquelarre litúrgico del carismático cardenal Suenene

Las últimas anotaciones las reservamos para el cardenal Suenens, a cuya nefasta obra de "reforma" de la Iglesia le dedica John Vennari, muy oportunamente, la parte final de su librito (págs. 135-175). Como se recordará, el cardenal facilitó la penetración de les carismáticos en la Iglesia. No vaciló siquiera en celebrar una liturgia sacrílega, de tipo pentecostalista, según se desprende del testimonio poco conocido, u olvidado, del protestante George Macleod, primado de la Iglesia de Escocia a la sazón.

«Ochenta líderes carismáticos se encentraron en junio de este año 1976 en Malinas, Bélgica. Una relación dice que ‘la sagrada comunión se distribuía a diario’. Un miércoles por la tarde tuve el privilegio de hallarme presente al sacramento en la capilla privada del cardenal, en su residencia. Predicó sobre el capítulo quince de San Juan, nos saludó y abrazó a todos, y cada uno de nosotros recibió de él el pan y el vino. El viernes siguiente, en la catedral, nos reunimos para la sagrada comunión. Un protestante de Irlanda del Norte leyó la Epístola; un jesuita leyó un pasaje del evangelio de San Juan; Tom Smail, un presbiteriano, echó un valiente sermón. El cardenal partió el pan y nos ofreció de nuevo el pan y el vino. En ese ministerio se manifestaron el don de profecía, el de lenguas y el de interpretación [de la Sagrada Escritura, dictada por el "Espíritu", suponemos]; un rezo libre y abierto, una salmodia en y con el Espíritu. Al final, todos nosotros -profesores, curas, pastores y el cardenal- cantamos y bailamos adelante y atrás por la nave de la catedral [de Malinas], cogidos de la mano, unidos nuestros corazones en el espíritu de Ntro. Sr. Jesucristo resucitado, que insuflaba en ellos tanto amor y alegría. Jamás habría creído que llegaría a ver tamaño milagro y a participar en él. El cardenal era el cardenal Suenens» (4). El "todos nosotros" del reverendo protestante debe de referirse a los ochenta líderes carismáticos" (nótese: líderes carismáticos) congregados en Malinas. De la relación se recaba la impresión, acaso equivocada, de que en la catedral sólo estaban ellos en aquel momento, o pocos más.

Así, pues, el cardenal Suenens, quien, entre otras cosas, fue el primero en introducir la praxis de la comunión en la mano, estaba iniciado en el culto satánico del "bautismo del Espíritu". Eso se desprende con claridad, nos parece, de la liturgia sacrílega y blasfema, "pentecostalista", del innoble aquelarre litúrgico que no vaciló en celebrar con los herejes y cismátices (un grupo particularmente selecto), en la catedral de Malinas, un año antes de ir a Kansas capital para participar activa y entusiásticamente en la gigantesca y monstruosa reunión pentecostalista que se dio allí.

Speculator

Notas:

(1) sì sì no no (edic. española): El movimiento carismático. Una forma "democratizada" de iniciación diabólica, pág. 1.

(2) Jonh Vennari, Close-ups of the Charismatic Mouvement (Primeros Planos del Movimiento Carismático), Tradition in Action, I.c., P.P. Box 23.135 Los Ángeles, California, 90.023 www. TraditionInAction.org.

(3) Voltaire, Lettres Philosophiques, ed. R. Naves, París, Garnier, 1956, p. 8: Enfin un d'eux se leva, ôta son chapeau, et, après quelques grimaces et quelques soupirs, débita, moitié avec la bouche, moitié avec le nez, un galimatías tiré de l'Evangile, à ce qu' il croyait, et ni lui ni personne n'entendait rien...

(4) Carta publicada en Faith, nov.-dic., 1976, p. 28, citada por Michael Davies, Pope Paul's New Mass (La Nueva Misa del Papa Pablo), Kansas City: Angelus Press, 1992, p. 216; autor este último, citado por J. Vennari, op. cit., pp. 60-161.

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