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NO SE DEBE MEZCLAR LO SAGRADO CON LO PROFANO

La santidad, a la que todo bautizado debiera tender, queda condicionada en la actualidad por una noción de relatividad que examina –con espíritu parcial cuando no hostil– a quienes tienen derecho a la apelación de "Santo". El sistema de referencia es, evidentemente, o quisiera serlo, el Concilio Vaticano II. Y tomemos dos ejemplos de la larga lista de quienes han sido "desantificados", al menos de palabra: san Pío V y san Pío X que, según el uso oral o escrito de los neomodernistas, son siempre sistemáticamente llamados Pío V y Pío X.

Desde los comienzos de la era conciliar, y con la progresiva demolición de la Tradición apostólica, los "conciliadores" del Vaticano parecen haberse preguntado: Teniendo que afrontar los anatemas de algunos Papas santos, que amenazaron a quienes osaran modificar aquello que debe ser integralmente transmitido por continuadores disciplinados de la auténtica Tradición de la Iglesia, ¿cómo vamos a seguir llamando "santos" a aquellos que vamos a desautorizar? Porque si les quitamos la aureola, la amenaza que nos pesa tendrá menos crédito; y así podrá decirse: sí, era un Papa pero, como hombre, con sus propias limitaciones y visiones.

Así, habiendo "desantificado" a los Papas molestos, los neomodernistas se emplearon a "restaurar" la Iglesia, demasiado ahumada –a su modo de ver– por el exceso de cirios e inciensos del pasado. Eso sí, siendo incapaces de utilizar pincel fino y colores cristianos, abrieron las puertas a los Masones [esta palabra viene del francés: "maçon", que significa literalmente "albañil", para designar en un segundo sentido a los miembros de la conocida secta; N. de la R.] de la escuela protestante: éstos, colgados de los andamios de su modernismo, y con los botes y bidones llenos de la cal de las "reformas" a destajo, se dedicaron a blanquear con brocha gorda –para hacerlos desaparecer– los frescos de la santa (¡ella sí!) Tradición apostólica, tal y como se hacía en la Edad Media con las iglesias que se transformaban momentáneamente en lazaretos durante las epidemias (pero mejor habrían hecho blanqueando sus propia cabezas, echándose cal encima, para evitar el contagio de su peste anticatólica). Ahora, en esas paredes encaladas, y expuestas a la publicidad interconfesional de la indiferencia religiosa, se colocan los anuncios ecuménicos de los representantes de las falsas religiones; anuncios de quienes hoy, dos mil años después del nacimiento de Jesús, anunciaado y revelado como Hijo de Dios, siguen hablando de un "dios" hecho a su imagen y capricho.

Y estos hijos de la "Iglesia modernista", después del revocar la fachada de la Tradición de los Padres de la Iglesia, han cambiado el paciente borriquillo evangélico por un rugiente descapotable con matrícula E. E. (Ecumenistas Errantes), para recoger a todos los nómadas de la "fe" que hacen dedo, y llevan una hoja de ruta borrosa que les evita pagar el impuesto del "Permaneced todos en la única Verdad revelada"

Dejado de lado, en el garaje-sacristía, el incómodo equipaje del Primado de Pedro, se pusieron a negociar también con el mismísimo Primado de Cristo, designado en adelante como "Salvador de la humanidad", pero en un 25% junto con el mono-Dios judío, Buda y Mahoma. Mientras, los buenos cristianos de fe católica, que honran a la Tradición negándose a subir a bordo del rugiente descapotable, tienen que pagar una hermosa multa, la del aislamiento, por no querer firmar las infracciones que cometen otros, y por rechazar el alojamiento en los moteles de carretera, que son las nuevas iglesias encaladas donde se come con los unos y se manifiesta con los otros; porque no quieren estar "unidos" en "unidades separadas", como ocurre en los encuentros de Asís.

Hoy por hoy, cuarenta años después, se ven con dentadura postiza de tanto haber masticado doctrinas de piedra; sofocados de tanto haber gritado "¡al lobo!" cuando no se les acercaban sino inofensivos corderos, con la vista gastada por las visiones ecumenistas cual espejismos, visiones por desgracia compartidas por quienes tenían el deber de dar una palmada que los volviera en sí; deformados por la escoliosis fruto de tanta reverencia ofrecida a los altares paganos (pero con las rodillas rosaditas e intactas por no haberlas hincado delante del Santísimo); víctimas de la sordera espiritual; calvos a base de usar continuamente el peine de la vanidad por complacer a los hombres; con el cuello envuelto en un collarín para poder soportar el peso de una cabeza llena de doctrinas teo-a-lógicas; con la nariz alargada por tantas mentiras dadas como verdades, bajo la ilusión anticristiana de que fuera por la buena causa; con los pies deformados de tanto calzar mocasines ecuménicos para las marchas con todos, pero en direcciones distintas y divergentes; con las manos estropeadas en el intento de filtrar la arena de la vida en la búsqueda vana de la pepita de un "dios" adaptado a las exigencias del "hombre moderno" (y así, podríamos describir otras muchas deformidades sobre las que invocar una misericordiosa curación concedida por Dios-Padre).

Los "ecumaniacos" no son obra de Dios, sino criaturas de laboratorio hechas con piezas heteróclitas que, es de esperar, sean pronto rechazadas para poner fin al cristiano-judeo-islámico-budista-protestante-ateísmo.

El porvenir no parece muy rosado: «¡Repinta la vida!» dice un eslogan franciscano (nº 3 de su revista, de marzo 2003), para llamar a otros potenciales pintores de edificios conciliares a proseguir el revocado empezado (siendo siempre la santa Tradición evangélica lo que se ha de revocar).

La ciudad de San Francisco de Asís se ha convertido en una especie de Chernovil contaminante, con desfiles de variopintas banderolas inventadas por el movimiento de liberación de la homosexualidad, mezcladas con banderas comunistas nacidas para ahogar las libertades cívicas y el culto de Dios. Parafraseando a Montesquieu, se puede decir: «Lo que en profundidad falta a los pacifistas, lo dan en longitud», con sus interminables cortejos en los que también participan algunos "hábitos" que tendrían que irse a otra parte (con hábito versión "vaquera" y polo de marca: el hábito "casual").

"¡Santidad en tu bolsillo!" es lo que diría un San Pablo publicitario. Pero prefirió otras exhortaciones, como la Epístola a los romanos, cap. 12, 1-2: «Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; este es vuestro culto racional. Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que procuréis conocer cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta». Y lo que san Pablo nos exhorta que hagamos, lo hemos de "pagar" con monedas contantes y sonantes: para obtener la santidad digna del Paraíso no valen las rebajas interbautismales porque, si buscamos posponer los pagos, podríamos encontrarnos con dolorosos plazos a pagar en el Purgatorio (cuando no – quod Deus avertat! – el rechinar de dientes –o de dentaduras– por toda una eternidad).

¡Santos y Santas que ya no estáis de moda, pero que de seguro estáis en el Paraíso, rogad por nosotros!

Fra Terno

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