Blogia
sisinono

NOTAS DE UN CATÓLICO PERPLEJO (VI)

Ha cambiado la doctrina sobre el primado, pero temo que no para bien.

El concilio Vaticano I (Pastor Aeternus, cap. 1), después de haber recordado la institución del primado «según los testimonios evangélicos», prosigue: «A esta tan manifiesta doctrina de las Sagradas Escrituras, como ha sido siempre entendida por la Iglesia Católica, se oponen abiertamente las torcidas sentencias de quienes, trastornando la forma de régimen instituida por Cristo Señor en su Iglesia, niegan que solo Pedro fuera provisto por Cristo del primado de jurisdicción verdadero y propio sobre los demás Apóstoles, ora aparte cada uno, ora todos juntamente. Igualmente se oponen los que afirman que ese primado no fue otorgado inmediata y directamente al mismo bienaventurado Pedro, sino a la Iglesia, y por medio de esta a el, como ministro de la misma Iglesia.

[Canon] Si alguno dijere que el bienaventurado Pedro Apóstol no fue constituido por Cristo Señor príncipe de todos los Apóstoles, cabeza visible de toda la Iglesia militante, o que recibió directa e inmediatamente del mismo Señor nuestro Jesucristo solo primado de honra, pero no de verdadera y propia jurisdicción, sea anatema».

El Vaticano II (Lumen Gentium, art. 22) sancionó la doctrina de la "colegialidad episcopal", según la cual la Iglesia es bicéfala, puesto que « [...] el orden de los obispos [...] es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal con el Papa, potestad que no puede ejercitarse sino con el consentimiento del Romano Pontífice [correctivo opuesto a la "suprema y plena potestad" que se menciono supra]». Estas ambigüedades y otras requirieron la Nota Praevia con que, apretado por el ala católica del concilio, Pablo VI ratificó la doctrina católica sobre el primado, pero sin corregir el texto ambiguo de la Lumen Gentium.

Y he aquí, por ultimo, el Ut unum sint (nn. 94, 95), donde se lee que el Papa «puede también -en condiciones bien precisas, aclaradas por el concilio Vaticano I- declarar ‘ex cathedra’ que una doctrina pertenece al deposito de la fe [...] Sin embargo, todo eso debe realizarse siempre en la comunión. Cuando la Iglesia Católica afirma que la función del obispo de Roma responde a la voluntad de Cristo, no separa dicha función de la misión confiada al conjunto de los obispos, también ellos ‘vicarios y delegados de Cristo’. El obispo de Roma pertenece a su ‘colegio’ y ellos son sus hermanos en el ministerio». De este modo, el Papa se pone en Ut unum sint, desde una óptica "democrática", al mismo nivel que sus hermanos en el episcopado, sin especificar las competencias respectivas. ¿Que significa que el Papa puede definir ex cathedra pero "siempre en la comunión"? ¿Que puede definir sólo si el cuerpo episcopal está de acuerdo? Paradójicamente, si nos atenemos a la letra de este ultimo documento, quizás el Pontífice actual haya incurrido en la excomunión fulminada por su predecesor Pío IX, en cuanto que Juan Pablo II niega indirectamente poseer un inequívoco primado de jurisdicción y solo se reconoce a sí propio un primado de honor, atándose al cuerpo episcopal. A mi humilde y falible juicio, los últimos Papas, los postconciliares, no han tenido mas remedio que obrar así debido a su voluntad de permanecer fieles a los tres puntos fundamentales del "espíritu conciliar"; esto es: colegialidad, ecumenismo y libertad absoluta de conciencia (que, obviamente, es también origen del pluralismo); de ahí que sus decisiones no hayan sido jamás realmente vinculantes, sino que dejen a las Conferencias Episcopales Nacionales, a las cátedras teológicas, etc., en libertad absoluta de difundir toda suerte de aberraciones; por lo que pasma constatar que, así y todo, algunos espíritus más radicales del ala liberal reputan la encíclica Ut unum sint por excesivamente "conservadora". ¿Qué habrían querido que dijese?

Teorías y praxis ecuménicas

A las comunidades acatólicas se las considera, por obra del concilio, como "iglesias particulares" que se hallan en comunión, aunque de una manera imperfecta, con la Iglesia Católica. Esto lo ha condenado siempre la Iglesia, que enseña que un acatólico se puede salvar, a título individual, si se halla unido a ella por un deseo al menos implícito, pero no porque pertenezca a dichas comunidades heréticas y cismáticas, a las que jamás ha considerado, en manera alguna, instrumentos de salvación.

Aun suponiendo (pero no admitiendo) que la óptica conciliar sea la exacta, ¿por qué diablos se impide entonces que ingresen en el catolicismo los "hermanos separados" explícitamente? Se suele aducir el ejemplo del seminarista ortodoxo que le comunicó al Papa Juan su intención de convertirse al catolicismo; este se lo desaconsejo diciéndole que se podría salvar igual en su "iglesia", en espera de una futura comunión plena. ¿Cuantos son los hermanos separados a quienes se rechaza, o se desanima cuando menos, sobre todo en estas latitudes? Pero si fuera verdad, como no lo es, que los acatólicos pertenecen a "iglesias" que no están en comunión plena con la Iglesia Católica, ¿por qué impedirles a dichas almas que se abreven en la plenitud de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana?

Cunde hoy el temor de hacer proselitismo, incluso respecto de los acristianos. Mas ¿qué significa proselitismo? Si se entiende por proselitismo la conversión usando medios coercitivos, se trata de algo con lo que no comulgo, ciertamente, y que la Iglesia no ha aprobado nunca. Pero si, por el contrario, se trata de hacer conocer a Cristo y a su Iglesia única y de recibir en ella a todos los que lo pidan, entonces; bienvenido sea el proselitismo! Jesús dijo: «id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado» (Mt 28, 19-20); «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvara, mas el que no creyere se condenada» (Mc 16, 15-16). Nuestro Señor, pues, mandó a sus discípulos que evangelizaran a todos en la verdad, sin miedo; no creo que dijera: "Id y dialogad con todos, pero sin convertir a nadie". ¿Me equivoco?

Pío XI escribe lo siguiente: «Llegados a este punto, se impone aclarar y refutar una opinión falsa, de la que parece depender toda la cuestión presente y que constituye el origen de las múltiples actividades de los acatólicos, [y, hoy día, también de parte de las de la jerarquía católica actual; comentario personal mío] tendentes, como decíamos, a la unión de las iglesias cristianas. Los partidarios de esta iniciativa andan repitiendo de continuo, y casi hasta el infinito, las palabras de Cristo: ‘Que todos sean uno (...) se hará un solo rebaño y un solo pastor (...)’, pero pretender que expresan con ello un deseo y una plegaria de Jesucristo a los que aún no se ha dado cumplimiento [se trata de las mismas frases que emplean los textos conciliares y el Papa actual, Juan Pablo II; comentario personal mío]. Para estos tales, la unidad de gobierno y de fe, que es la nota distintiva de la única y verdadera Iglesia de Cristo, no se dio jamás en el pasado, por decirlo así, ni existe tampoco al presente; es posible desearla, si, y acaso también sea hacedero realizarla alguna vez mediante la voluntad común de los fieles, pero por ahora sigue siendo una vaga utopía; más aún: dicen que la Iglesia se divide en partes de suyo, es decir, que consta, por naturaleza, de muchas iglesias o comunidades particulares, y que estas, que todavía continúan separadas, difieren en algunos puntos doctrinales, aunque comulguen en otros, pero que, no obstante, todas tienen y pueden reivindicar los mismos derechos: en suma, que la Iglesia fue única, como mucho, desde la era apostólica hasta los primeros concilios ecuménicos. Así, pues, añaden, es menester deponer y superar toda controversia, así como aquellas antiquísimas divergencias que aún hoy mantienen dividido el nombre cristiano, y acunar, en cambio, otras doctrinas comunes y proponer asimismo una norma común de fe en cuya profesión predomine antes el sentirse hermanos que el saberse tales. Aseguran también, por último, que si se unen por un pacto universal las distintas comunidades o iglesias, podrán oponer una sólida y fructífera resistencia a los progresos de la impiedad [...] Resulta, pues, evidente, venerables hermanos, el motivo de que esta Sede Apostólica prohíba permanentemente a los fieles que participen en las reuniones de los acatólicos, como que el único modo posible de favorecer la unidad de los cristianos estriba en facilitar el retorno de los disidentes a la única y verdadera Iglesia de Cristo, de la cual un día se alejaron para su desdicha, a aquella sola verdadera Iglesia de Cristo, bien conocida de todos, que esta destinada, por voluntad de su fundador, a permanecer siempre tal cual El la instituyo para la salvación de todos» (Mortalium animos)

Esta encíclica es una de las muchas que reprueba por anticipado no sólo las palabras del ecumenismo actual, sino también y sobre todo sus hechos. Que no me vengan con el cuento de que la moderna doctrina sobre el ecumenismo no es mas que la consecuencia natural, o peor aun, la evolución de la enseñanza antigua. Sería negar la evidencia; sería un pecado contra el Espíritu Santo. ¿A quien debemos creer? ¿Hemos de fiarnos de los Papas del pasado o del Pontífice actualmente reinante? ¿Basta acaso con ser un Papa reinante para poder llevar a cabo cambios tan notables en la doctrina?

«No hay unidad de comunión [...] sin [...] unidad de fe»: así se expresa Leon XIII en la Satis cognitum. ¿Qué quiere decir que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica? ¿La Iglesia de Cristo es la Iglesia Católica o no? ¿Qué significa este embrollo léxico? ¿Es el medio que se acostumbra usar, con mes o menos desembozo, para decir algo y no decirlo, para conseguir el beneficio sin cargar con el gasto? Así, pues, no le faltaba razón al presentador vaticanista del programa religioso de la RAI que se emite los domingos por la mañana cuando afirmo que, según la preceptiva de la disciplina actual sobre el ecumenismo, el respeto a las demás iglesias debería vedar que se hablara de Iglesia en general al referirse a la Iglesia Católica... (!).

Por desgracia, el Papa Juan Pablo II aceptaba dichas ocurrencias, o, por mejor decir, parecía promoverlas. Presenció, entre otras cosas, bendiciones chaménicas en tierras de misión; permitió danzas religiosas precristianas durante las misas; ¡en Oceanía, una cristiana de origen canaca bailó con los pechos al aire ante Su Santidad! Aún se exige a los fieles, o al menos a los turistas extranjeros, en ciertas iglesias del sur de Europa, que entren en la iglesia vestidos con cierto decoro, mientras que en Oceanía se le permite a una mujer semidesnuda que baile ante el Pontífice (¡!). Se dirá que fue por razones culturales; para mí esto es hipocresía!

En Méjico, durante el rito de beatificación de los dos mártires indígenas oaxaqueños, Juan Bautista y Jacinto, se ejecuto una danza pagana de purificación.

L'Osservatore Romano tejió un panegírico de la ceremonia declarando que «se trataba de una danza ritual, de profundo sentimiento religioso, que se usaba en el antiguo imperio azteca [...] se ejecutó para homenajear a la Virgen de Guadalupe y a San Juan Diego». El diario de la Santa Sede confirmaba con estas palabras que se había efectuado un antiguo ritual acristiano. Por consiguiente, ¿qué tenía que ver con una ceremonia católica? Aparte el hecho de que el imperio azteca profesó una religión sanguinaria (lo cual es imposible de negar), ¿cómo se puede rendir tamaño homenaje a la Virgen y a Juan Diego, quien abandonó estos ritos paganos por Cristo? Es menester añadir también que los beatos susodichos fueron asesinados bárbaramente precisamente por haber denunciado a las autoridades de su tiempo a otros indígenas que practicaban, a escondidas, ritos paganos en la parroquia de San Francisco Cajones. Sospecho que los beatos en cuestión se estremecieron en sus tumbas, durante la ceremonia de beatificación, al ver que se celebraban aquellos mismos ritos paganos en la santa misa ¡qué tristeza!

Se honra en estos días la memoria de los santos protomártires franciscanos Berardo y compañía; ¡qué gran hipocresía la de celebrar a estos santos a los que hoy día se tacharía de integrismo y proselitismo! Cierto que los hipócritas se escudaran con la frase: "!Los tiempos han cambiado!". Por desdicha, también ha mudado nuestra doctrina, agrego yo.

Hace años, cuando aun vivía en Italia, un anciano sacerdote me confió sus criticas tocante a ciertas actitudes del Papa actual. Se sintió ofendido en su fe al ver por televisión el primer encuentro ecuménico de Asís, cuando Juan Pablo II permitió que se pusiera una estatua de Buda sobre el sagrario. No le di demasiada importancia al hecho por aquel entonces; creía que no era verdad: constituía un acto demasiado grave para que pudiera pensar que había sucedido en realidad. Desgraciadamente, tengo que excusarme con aquel sacerdote, ya difunto, porque tal hecho ocurrió en realidad y el Papa, ignoro el motivo, como mínimo se calló (y ya se sabe que quien calla otorga). Aquel fue un acto gravísimo, que en el pasado habría sido estigmatizado con una excomunión por las autoridades eclesiásticas. Dicho gesto insensato no fue otra cosa que querer poner a todas las religiones en el mismo plano, lo cual, la verdad sea dicha, no puedo aceptarlo. Parece que nos movemos lentamente, al menos en los hechos, hacia la negación de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Por ello creo más que nunca, creo firmemente, que fuera de Jesús «ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos» (Hechos 4, 12)

Respeto y amo fraternalmente, en el Señor, a la humanidad entera, y deseo para todos el conocimiento de la verdad, pero precisamente a causa de dicho amor nunca pondré a las demás fés en pie de igualdad con la revelación de Cristo. Aquellas, cuando no son autenticas invenciones o engaños, no pasan de ser expresiones de la búsqueda de lo absoluto, esto es, filosofías humanas: nada en comparación de la doctrina revelada por Nuestro Señor Jesucristo. Junto con la Iglesia, considero con un poco más de respeto a la religión hebrea porque fue la religión que preparo la venida de Cristo; está ahí para testimoniar la veracidad de nuestro credo, pero sólo en Cristo el hebraísmo se completa y, en consecuencia, se vuelve cristianismo; en caso contrario se reduce no más que a ser un recuerdo de antiguas prácticas, obsoletas hace mucho.

Estas palabras mías podrán parecer "integristas", a tenor de la óptica modernista de la sociedad occidental actual, que también algunos eclesiásticos han hecho suya, por desgracia; pero si creer en la verdad absoluta, es decir, en el propio Cristo, es signo de mentalidad integrista, entonces sí, soy un integrista, y plegue a Dios que lo siga siendo.

http://sisinono.blogia.com

0 comentarios