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SU SANTIDAD BENEDICTO XVI: ¿PROCESO DE REFORMA EN LA IGLESIA O FIDELIDAD CONSTANTE AL VATICANO II?

Pasados unos meses tras la elección de Su Santidad Benedicto XVI, algunos lectores nos empiezan a preguntar nuestra opinión sobre su Pontificado: ¿qué es lo que podemos esperar? ¿Podemos esperar algo distinto y mejor respecto a los Papas precedentes? ¿Un tiempo que permita reflexionar sobre el ecumenismo y el Concilio? ¿Tal vez el restablecimiento de la disciplina eclesiástica, la celebración sin trabas de la Santa Misa tridentina, Misa que nunca fue abrogada y que en la actualidad depende de un indulto cuya concesión a su vez viene dada o no según la forma de pensar de cada obispo?

Las declaraciones del Cardenal Ratzinger antes de su elección

a - La "meditación" del Viernes Santo

El Viernes Santo del presente año, durante la celebración del Via Crucis en el Coliseo de Roma, al llegar a la novena Estación, cuando el Papa reinante había entrado ya en agonía, el Cardenal Ratzinger sorprendió a todos leyendo una sorprendente "meditación" sobre la Pasión de Nuestro Señor y que parecía consagrada al pecado en la Iglesia. La novena Estación nos recuerda la tercera y última caída de Jesús en su camino hacia el Calvario. «¿Acaso no debemos también pensar en lo que Cristo debe sufrir dentro de su Iglesia? ¿No habrá que pensar en los abusos que se producen contra su Presencia en el Santísimo Sacramento o esos corazones vacíos y malvados que a menudo se atreven a recibirlo. ¡Cuántas veces nosotros, los sacerdotes, celebramos sin darnos siquiera cuenta de su Presencia! ¡Cuántas veces deformamos y tergiversamos su Palabra! ¡Cuánta falta de Fe hay en tantas teorías y palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia, incluso entre los que, en el sacerdocio, deberían estar entregados a Él completamente! ¡Cuánto orgullo, cuánta suficiencia! ¡Qué falta de respeto por el Sacramento de la Reconciliación (de la Penitencia) en el que Él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! Todo esto está presente en su Pasión. La traición de sus discípulos y la Comunión indigna de su Cuerpo y de su Sangre es sin duda alguna el mayor dolor del Redentor, el dolor que le atraviesa el Corazón. Sólo nos queda dirigirnos a Él, desde lo más profundo de nuestra alma, gritándole: Kyrie, eleison – Señor, sálvanos (San Mateo 8, 25). Señor, a menudo nos parece que tu Iglesia es una barca a punto de zozobrar, una barca que hace aguas por todas partes. E incluso advertimos en tu campo más cizaña que trigo. La túnica y el rostro de tu Iglesia, tan sucios, nos causan horror. Pero somos nosotros los que los ensuciamos» (Centro para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice / Via Crucis del Coliseo Romano – Viernes Santo, año 2005 – Librería Ediciones Vaticanas).

Esta notable "meditación" causó gran impresión y entusiasmó a los llamados "conservadores" de la jerarquía y de los fieles. Nos impresionó mucho a todos nosotros entre otras razones porque, una denuncia tan fuerte y concreta de los males que afligen actualmente a la jerarquía y a la Iglesia visible, jamás había sido pronunciada por Juan Pablo II. El Papa recientemente fallecido había denunciado de forma evidente, en distintas ocasiones, el secularismo del mundo actual, con su relativismo y su apostasía de la religión cristiana, pero siempre se había negado, como todos sabemos, a hablar de crisis en la Iglesia cuya situación general era descrita por él en términos muy optimistas. La "meditación" del Cardenal, pronunciada con los acentos de una invectiva que recuerda al "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!" de Nuestro Señor, ¿acaso era el anuncio de una obra moralizadora que el nuevo Pontífice debería emprender, comprometiéndose a limpiar la Santa Iglesia y haciendo desaparecer el relajamiento moral y doctrinal, tan extendido desde el Vaticano II entre la jerarquía y los fieles?

Eso es lo que parecía y lo que se esperaba. La "meditación" que terminaba recordando la traición de los discípulos durante la Pasión, auténtico símbolo del sufrimiento de Cristo en su propia Iglesia, cuando los clérigos son infieles a su misión, establecida por Él, se dirigía a todos. Hacía notar igualmente la indiferencia con la que se celebran tantas Misas, indiferencia con la que muchos se acercan a la Sagrada Comunión y a la Confesión; igualmente manifiesta la "falta de Fe" que se da en tantas perniciosas teorías que se enseñan sin peligro alguno por teólogos poco ortodoxos; daba a entender también la "suciedad" que enfanga actualmente a la Iglesia, se supone que a causa de los escándalos recientes de carácter sexual, aunque no solamente a causa de eso. ¿Tal vez Su Eminencia pensaba también en la vida que llevan esos clérigos que no saben dar marcha atrás ante las comodidades tan seductoras de la vida moderna, en las que cabría igualmente incluir la posibilidad de echarse novia o estar casado? Y en cuanto al orgullo, y todo lo que él conlleva de autosatisfacción y suficiencia, pecados que ofenden tanto a Nuestro Señor, ¿a quién se lo atribuía? Seguramente a los que muestran poca Fe y se complacen en el vacío de sus palabras, así como a los malos Pastores, que engañan o desvían a los fieles con falsas doctrinas.

b – La condena del relativismo

Tras la meditación del Viernes Santo pudimos oír, el 18 de abril, y dentro de la homilía pronunciada en el transcurso de la Misa Pro eligendo Romano Pontífice, celebrada por el Cardenal justo antes de la apertura del Cónclave, la repetición pormenorizada de la condena del "relativismo" moral, cultural y también teológico, actualmente dominante. En efecto el augusto Prelado comentó en los términos siguientes a San Pablo (Efesios 4, 14): «Entonces [cuando hayamos alcanzado la medida de la plenitud de Cristo] ya no seremos niños llevados y traídos por las olas y arrastrados de aquí para allá por el viento de cualquier doctrina» «¡Una descripción de lo más actual! Cuántas corrientes de doctrinas varias hemos conocido a lo largo de estos últimos decenios, cuántas corrientes ideológicas, cuántas formas de pensamiento... La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos a menudo ha sido agitada por estas olas, lanzada de un extremo a otro: del marxismo al liberalismo, haciendo del libertinaje una doctrina; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. etc. Cada día surgen nuevas sectas y se ve como toma forma lo que dice San Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que nos hace enredarnos en el error (ver Efesios 4, 14). Profesar una Fe clara, según el Credo de la Iglesia, es tildado a menudo como fundamentalismo, mientras que el relativismo, es decir el hecho de dejarse llevar ‘a todas partes por los vientos de cualquier doctrina’ aparece como el único comportamiento admisible en los actuales tiempos. Estamos en trance de constituir una dictadura del relativismo en la que nada se reconoce como definitivo, quedando como única pauta de conducta el yo y los deseos personales» (L’Osservatore Romano, 22 de abril de 2005, ed. española, pg. 3). Esta última frase fue comentada especialmente en toda la prensa (Ver Corriere della Sera del 19 de abril de 2005).

Esta condena, muy justa y detallada, aunque también repetida, pues ya había sido dada a conocer varias veces en el pasado (tal vez con términos más matizados) por el propio Cardenal (por ejemplo en la célebre Declaración Dominus Iesus) y por Juan Pablo II, provocó un largo debate en la prensa italiana entre pensadores de diferentes tendencias. De esta forma pudimos escuchar toda una serie de tópicos tratando de defender el "relativismo" del pensamiento contemporáneo. Este debate provocó también alguna puntualización del Cardenal Martini, que vamos a comentar por la originalidad que presenta, pero también porque es representativo, a nuestro parecer, del ambiente de nuestros días.

La réplica original del Cardenal Martini

En una homilía pronunciada en la Catedral de Milán el Cardenal anunció (esperamos que ante el asombro de los asistentes) la existencia de un "relativismo cristiano". El concepto da la impresión de expresar una evidente contradicción en los términos aunque sabemos que para los admiradores de la nueva teología el principio de identidad y de no-contradicción (fundamento de cualquier razonamiento auténtico) ha dejado de tener desde hace mucho tiempo significación alguna. ¿Qué significa pues relativismo cristiano? –se pregunta el periódico Corriere della Sera– y Martini lo explica: significa «interpretar todas las cosas que nos rodean ‘en relación’ con el momento en que la Historia será juzgada ante los ojos de todos». Es decir el momento en el que Dios actuará como Juez al final de los tiempos. El Pontífice tiene razón en lo que dice sobre el relativismo, afirma Martini sin citarlo: no es cierto que todas las verdades sean iguales, que una verdad vale lo mismo que otra, pero «sólo entonces, cuando venga el Señor, todos comprenderemos. En aquel momento tendrá lugar el Juicio sobre la Historia y en ese instante sabremos quién tenía razón. Entonces las obras de los hombres aparecerán en su justo valor y todo será aclarado, iluminado, pacificado» (Corriere della Sera, 9 de mayo de 2005).

Y aquí está el punto neurálgico dentro de esa explicación que el Cardenal Martini ha creído que debía hacer, como un verdadero deber, para aclarar cuanto antes las palabras de Ratzinger actualmente Papa: es cierto que todas las "verdades" no son iguales pero sólo al final de los tiempos, cuando venga el Juicio Universal, "sabremos quién llevaba razón". Y mientras tanto, ¿podemos saber, sí o no, "quién tiene razón" es decir, cuál es la verdad que debe prevalecer sobre las demás? Es evidente que para el Cardenal no lo sabemos pues en caso contrario no nos diría que hay que esperar hasta "el final de los tiempos" para zanjar la cuestión. Pero Su Eminencia se equivoca: al final de los tiempos sabremos quién se condenará y quién se salvará, se descubrirán las verdaderas intenciones de cada uno (y por lo tanto de aquellos que hayan engañado a los hombres pero no a Dios), mas en lo que respecta a la Verdad no sabremos otra cosa de lo que sabemos hoy, gracias a la Revelación que se cerró con la muerte del último Apóstol. Y gracias a ‘esta’ Revelación sabemos con certeza que no existe más que una sola religión verdadera (la religión católica, tal como ha sido guardada por el Magisterio de la Iglesia en su enseñanza de siempre hasta el Concilio Vaticano II excluido) así como una sola moral fundada sobre esta santa religión. Son precisamente los dogmas inmutables de la Revelación y las normas en ellos fundadas lo que constituye el juicio seguro que nos hará saber, al final de los tiempos, no "el que tenga razón", quién estará en lo cierto y quién no, sino la razón por la cual han llegado a la salvación los que se han salvado («Venid, benditos de mi Padre...» Mt 25, 34), y la razón por la que no han llegado a ella los que se han condenado («Alejaos de Mí, malditos, id al fuego eterno...» Mt 25, 41). Estos dogmas y normas de conducta constituyen hoy en día y desde siempre, para todos los creyentes, el juicio seguro para conocer si observan o no la Ley de

Dios en la vida de cada día.

Esta original puntualización del Cardenal Martini, que da la impresión de conducirnos objetivamente a la herejía (en sentido material), ya que pone en duda la capacidad efectiva de la Verdad Revelada para que tengamos (a través de la enseñanza de la Iglesia) un recto juicio en nuestro caminar por esta vida, lleva en sí una justificación del relativismo (condenado por el Papa), lo que también aparece en la consecuencia que saca de su afirmación. Hasta el momento del Juicio, ¿cómo debemos comportarnos? Es sencillo: «Todos nosotros tenemos una gran necesidad de aprender a vivir juntos en la diversidad; respetándonos, sin destruirnos mutuamente, sin encerrarnos en un gueto, sin despreciarnos. Sin pretender convertir a los demás de un día para otro, lo que a menudo crea unas barreras más infranqueables todavía. Pero sin limitarnos tampoco a tolerarnos. Tolerarse no basta» (Corriere della Sera, ibi.). La simple tolerancia debe ser reemplazada por una «fermentación recíproca». Esto quiere decir exactamente: el Sermón de la Montaña se debe (re)interpretar como un discurso que pone los cimientos de una "fermentación recíproca". ¿Con quién? Por supuesto que esta "fermentación" se debe comprender en un sentido ecuménico, y por lo tanto con los adeptos de otras religiones que no reconocen la naturaleza divina de Nuestro Señor. ¿Cómo pueden formar los cristianos una "levadura" en unión con los judíos, por ejemplo, que en el Talmud, es decir el texto con el que se forman los rabinos, dirigen a Nuestro Señor y a la Santísima Virgen horribles blasfemias de las que nunca han pedido perdón? ¡Qué misterio tan grande! Pero así es. Para el Cardenal lo importante es que no se intente convertir a nadie "de un día para otro". Y sin embargo es lo que se esforzaban por hacer los Apóstoles: San Pedro, gracias a una predicación seguida de un diálogo tenso y marcado por aquel "Huid de esta generación perversa", llegó a convertir en un solo día a tres mil judíos (Hechos 2, 40-41); San Pablo ponía en peligro frecuentemente su vida por predicar la Buena Nueva, tal como la había recibido de Nuestro Señor, y la predicaba a todos, sin mirar a quién tenía delante y sin perder un minuto de tiempo, pues nadie conoce el día ni la hora de su muerte. No hay que ‘intentar convertir’, ésta es la quintaesencia del discurso del Cardenal Martini, hay que ‘dialogar’ a favor de la paz, el progreso, la democracia, para llevar a cabo los valores del Siglo. ¿Pero acaso estos príncipes de la democracia se dan cuenta que el diálogo, tal como se concibe y se practica, constituye completamente una traba e incluso un impedimento para la conversión de las almas a Cristo? ¿Es el Cardenal Martini un sucesor de los Apóstoles o no? ¿Por qué no habla a los judíos como lo hacía San Pedro? ¿Por qué no se dirige a los fieles como lo hacía San Pablo en sus Epístolas?

Es típico del relativismo negar la existencia de una Verdad absoluta, absoluta porque ha sido revelada por Dios de una vez para siempre y que hay que guardar contra viento y marea. Negar la existencia de una sola Verdad lleva consigo, por supuesto, en lo que respecta al Catolicismo, el rechazo del imperativo moral de convertir las Naciones a Cristo, imperativo que para la Jerarquía católica ( I Corintios 9, 46) es un mandamiento y no solamente moral.

¿No debería nuestro nuevo Papa, para aplicar su condena del relativismo, condenar explícitamente el "relativismo cristiano", como es lógico, relativismo cristiano que profesa el sorprendente Cardenal Martini, y relativismo que la prensa presenta como una "respuesta a los neoconservadores" (Corriere della Sera, ibi.) es decir, a la posición adoptada por el propio Pontífice? En una homilía pronunciada el 10 de mayo de 2005 en el Seminario de Venegono, el Cardenal Martini dio la impresión de no querer aparecer en la escena pública como el personaje anti-Ratzinger. De hecho y de forma breve hace alusión al «mundo actual tan secularizado y relativista». Sin embargo no es menos cierto que las nociones pronunciadas en su primera homilía corresponden perfectamente a las de la "filosofía del diálogo" que actualmente impera en la Jerarquía católica, nociones que desde siempre parecen estar en la línea de su pensamiento y de su pastoral "ultraecuménicas".

Por supuesto que nadie pretende que el Papa lleve a cabo un acto así pocos meses después de su elección. Esta respuesta que desprende un "olor" de herejía no la hizo pública el Cardenal Martini más que el pasado 8 de mayo. De todas formas las buenas intenciones de Benedicto XVI respecto a la Iglesia se manifestarán, entre otras, por su capacidad para impedir que ciertos notables de peso en la nomenclatura vaticana sigan difundiendo impunemente sus falsas doctrinas. ¿No debería acaso condenar un día el Papa el "diálogo" en cuanto tal? Este diálogo emprendido por la Jerarquía católica en el transcurso de estos últimos cuarenta años, aparece realmente como la expresión de un concepto relativista de la Iglesia que no proclama ya, como en el pasado, la unicidad irreemplazable (extra Ecclesiam nulla salus) y el carácter exclusivamente sobrenatural de su misión salvífica, buscando por el contrario la convergencia con todas las demás religiones (que no son de Dios sino de los hombres y que odian a Cristo y a los cristianos), la consecución de objetivos humanos de tipo político y que no son solamente transitorios sino también falsos y engañosos.

La hostilidad de los medios de comunicación

Pero no nos desviemos y procedamos ordenadamente. Las intenciones de reforma contenidas en la meditación y en la homilía (reforma de costumbres y de ideas corruptas), el ataque firme y reiterado contra el espíritu relativista imperante en la cultura laica de nuestras sociedades, en una cierta teología y en la forma de vivir de muchos ciudadanos, todo esto debe haber suscitado alguna inquietud en el mundo de lo "políticamente correcto" que necesita, como si de pan se tratase, el ecumenismo profesado por la Jerarquía actual para que contribuya decisivamente al orden democrático establecido (la sociedad llamada "pluralista") así como a la construcción, proyectada hace mucho tiempo, de una sociedad democrática mundial.

¿Tenía valor el Cardenal Ratzinger para presentarse como candidato al Pontificado a título de reformador de las desviaciones presentes actualmente en la Iglesia y de ese enemigo implacable que es el laicismo? Justo tras la elección de Benedicto XVI se inició una campaña de difamación contra él, especialmente en medios poco fiables en su información, es decir las gacetillas o titulares sensacionalistas ingleses, los famosos "diarios basura". Antes, para hacer daño a alguien, bastaba con decir que era homosexual; hoy basta con la acusación de antisemitismo o, lo que es lo mismo, de nazismo. Las gacetillas o titulares ingleses emprendieron una campaña cuyo fin era demostrar un supuesto pasado nazi (lo que equivale a antisemita) del joven Ratzinger y esto debido a su alistamiento en la Hitlerjugend, la juventud hitleriana, organización del partido nazi. Se trataba de un alistamiento obligatorio al que debían someterse, sin opción alguna, todos los jóvenes alemanes. Ratzinger, aunque era seminarista, no fue una excepción a esta norma. Esto es todo. La acusación era tan poco consistente y ridícula que cayó por su propio peso. Al menos por ahora, nunca se sabe...

¿Se trataba acaso de un aviso? No creemos demasiado en las "conspiraciones" que siempre son difíciles de probar sino más bien pensamos en los reflejos condicionados de determinados medios, un sentir especial que encuentra en los medios de comunicación de hoy su campo ideal, ya que estos últimos se han opuesto siempre al Cardenal Ratzinger, descrito durante años como un ultraconservador, un reaccionario, un "fundamentalista", ya que en calidad de Prefecto del Santo Oficio calló la boca a algunos teólogos ultraprogresistas y se opuso siempre con éxito a los llamados "aperturistas", tales como los defensores del matrimonio de los sacerdotes, de la ordenación de mujeres, la aceptación de la homosexualidad, el uso del preservativo para combatir el SIDA, la administración de Sacramentos a los divorciados vueltos a casar, la unión libre... En resumen los medios de comunicación y en particular la prensa liberal anglosajona que no le perdona la Declaración Dominus Iesus ya que en ella se proclama la superioridad de la Iglesia Católica frente a los "hermanos separados" (sacrosanta verdad pero insuficiente para confirmar el dogma extra Ecclesiam nulla salus) y que además siempre han denigrado a Josepf Ratzinger precisamente por lo bueno que ha hecho, es decir, por haber defendido con Juan Pablo II la ética cristiana y la organización jerárquica (el celibato eclesiástico y la exclusión de las mujeres al sacerdocio) de los ataques del perverso relativismo, tan valorado por los actuales creadores de opinión, los mismos que claman contra los casos de abuso de menores en el clero y al mismo tiempo defienden los "derechos" de los homosexuales para formar parte, como tales y sin esconderse, en el estado eclesiástico.

En plena línea de continuidad con la enseñanza del Concilio y de Juan Pablo II

Es poco probable que Benedicto XVI se haya dejado impresionar por la hostilidad mediática de la que ha sido objeto y a la que en adelante debe habituarse. ¿Pero, cómo puede explicarse entonces que en la primera homilía pronunciada por el Pontífice, el pasado 20 de abril, homilía que da la impresión de contener en germen su programa de gobierno, y en la que proclama (como además se esperaba) una línea de continuidad entre su enseñanza y la de Juan Pablo II, no haya ningún rastro de sus anteriores intenciones para reformar los males que están presentes hoy en la Iglesia? Por el contrario la situación de la Iglesia se describe en esta homilía con el mismo optimismo utópico que el de Juan Pablo II cuya acción se alaba en términos entusiastas:

«Tengo siempre presente, de forma especial, el testimonio de Juan Pablo II. Este Papa nos ha dejado una Iglesia más emprendedora, más libre, más joven. Una Iglesia que según su enseñanza y su ejemplo, mira con serenidad el pasado y no tiene miedo al futuro. El Gran Jubileo ha sido la puerta por la que ha entrado en un nuevo milenio, llevando el Evangelio en sus manos, aplicado al mundo actual según la relectura autorizada del Vaticano II. Muy acertadamente el Papa ha afirmado que el Concilio es como una brújula para orientarse en el vasto océano del tercer milenio. Igualmente en su Testamento espiritual dejaba escrito lo siguiente: ‘Estoy convencido que todavía, durante mucho tiempo, las nuevas generaciones podrán beneficiarse de las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha aportado’. Yo también, al prepararme a este servicio que es el de Sucesor de Pedro, quiero afirmar sin titubeos la firme voluntad y el compromiso de seguir adelante aplicando el Concilio Vaticano II, siguiendo los pasos de mis predecesores y en fidelidad constante con la tradición bimilenaria de la Iglesia. Precisamente este año vamos a celebrar el XL aniversario de la clausura de la Asamblea conciliar (8 de diciembre de 1965). Transcurridos estos años los textos conciliares no han perdido nada de su actualidad; incluso sus enseñanzas son especialmente oportunas en cuanto a las nuevas instancias de la Iglesia y de la sociedad actual globalizada» (L’Osservatore Romano, 22 de abril de 2005, ed. española, pgs. 6-7).

En esta homilía la Iglesia no se muestra ya "sucia" y entristecida por la indiferencia, por las falsas doctrinas, por el orgullo y la vanagloria de muchos de sus miembros, demasiados, seglares y eclesiásticos. Ya no da la impresión de una barca que a menudo parece que va a hundirse, asaltada por las olas que la zarandean a derecha e izquierda. Ya no es ese campo en el que la cizaña (las malas doctrinas) crece por doquier. Por el contrario parece que de repente se ha curado de todos sus males pues el Pontífice la encuentra actualmente "más emprendedora, más libre, más joven", ensalzándola ahora como una Iglesia que goza de perfecta salud, dispuesta a afrontar los retos del tercer milenio gracias a la acción luminosa e infatigable de su predecesor. Benedicto XVI no hace alusión siquiera a las críticas que el Cardenal Ratzinger dirigió en otro tiempo contra la forma precipitada e inconsiderada en que se habían puesto en práctica muchas reformas conciliares, con los consiguientes efectos desastrosos, comenzando por la reforma litúrgica. ¿Cómo puede explicarse tal cambio de postura? Nosotros no pretendemos explicarlo: nos limitamos a dar fe, esperando que la acción de gobierno del Pontífice, así lo creemos, nos lo aclare definitivamente.

Hay que hacer notar que, teniendo en cuenta lo que hemos dicho hasta ahora, la homilía hace resaltar especialmente dos de las prioridades de la agenda de trabajo del Papa: 1º la aplicación del principio de la colegialidad (los progresistas acusaban a Juan Pablo II de no tenerlo en cuenta) tal y como se recoge en el Concilio, «pero en la diversidad de oficios y funciones del Pontífice Romano y de los obispos». Esta frase, esperamos, puede encerrar la firme oposición de Benedicto XVI a los intentos de instaurar un gobierno verdaderamente colegial en la Iglesia, entendiéndolo en un sentido ecuménico, una especie de neo-conciliarismo englobando incluso a los "hermanos separados" (lo que significa cristianos herejes y cismáticos por si acaso se hubiese olvidado); 2º la permanencia del ecumenismo en el mismo sentido que le dio su predecesor, lo cual fue reafirmado con un especial énfasis en la homilía de la primera Misa que celebró el pasado 24 de abril (L’Osservatore Romano, 29 de abril de 2005, ed. española, pgs. 6-7).

Los primeros actos importantes del Papa dan a entender esta orientación. Recordemos en especial:

- La autorización de incoar un proceso por vía rápida y nada habitual para beatificar al Papa Juan Pablo II, autorización que es respuesta a ese clamor emotivo, por no decir irracional, de proclamarle "Santo ya".

- El encuentro particularmente cordial con una delegación de la International Jewish Committee, una de las muchas organizaciones judías internacionales que, entre dos manifestaciones de estima por el Pontífice, ha planteado por enésima vez sus interrogantes sobre la beatificación de S.S. Pío XII y se ha opuesto a la de Léon Déhon, fundador de los Padres dehonianos, "acusado de antisemitismo" debido a una frase aislada sobre los judíos y rescatada, con toda intención, del olvido de los archivos (La Stampa, 10 de junio de 2005), paralizando así el proceso de beatificación que estaba llegando a su término.

- El nombramiento de su sucesor en la Congregación para la Doctrina de la Fe, personalidad que suscita a primera vista alguna perplejidad debido a su actitud respecto a ciertos temas progresistas.

Continuidad en la enseñanza y reforma de la Iglesia "conciliar"

No nos sorprende de ninguna manera que Benedicto XVI declare que quiere continuar siguiendo la línea de lo enseñado por el Concilio y por su predecesor, para quien el Concilio parecía representar el Alfa y Omega. Siempre ha sido un defensor del Vaticano II (incluso si no ha empleado los mismos términos encomiásticos de Juan Pablo II), Concilio que hay que redescubrir, ha dicho a menudo, en su significación auténtica, deformada por interpretaciones y aplicaciones unilaterales. Tampoco nos sorprende, dentro de este razonamiento, su convicción de permanecer en armonía con la "tradición bimilenaria de la Iglesia".

¿Acaso no es el Cardenal Ratzinger el que ha dicho que la definición (no dogmática) de la Iglesia que se lee en el nº 8 de Lumen Gentium equivale perfectamente (¿entonces por qué se cambió?) a su definición dogmática y tradicional? Durante diecinueve siglos la Iglesia se identificó con la única Iglesia de Cristo (extra Ecclesiam nulla salus, ya que sola la Iglesia Católica es la Iglesia de Cristo). Más tarde la Iglesia "conciliar", llamada del subsistit in (L.G. n. 8), afirmó que la Iglesia de Cristo subsiste tanto en la Iglesia Católica (de forma «plena») como en los supuestos y «numerosos elementos de santificación y de verdad» que se puedan encontrar fuera de la Iglesia Católica (extra Ecclesiam plurima salus, pero de forma «no plena»). ¿Pueden considerarse en verdad estas dos definiciones como equivalentes? ¿Realmente pueden expresar estos dos conceptos diferentes de la Iglesia Católica la misma noción de Iglesia, noción que por lo tanto habría permanecido intocable y fiel a la "tradición bimilenaria" a pesar del aggiornamento? Somos de los que, fieles al principio de identidad y de no contradicción, hemos considerado siempre el subsistit in como un absurdo manifiesto, opuesto a la lógica antes mismo de oponerse a la Fe.

En cuanto a la Misa del Novus Ordo, producto de la reforma litúrgica, querida e impuesta por el Vaticano II, ya no es la renovación incruenta del Sacrificio de Cristo en la Cruz, que nos obtiene la propiciación, es decir la misericordia por nuestros pecados, sino que se ha convertido (en una óptica protestante) en la celebración gozosa de la Resurrección de Cristo, celebración del banquete pascual por la comunidad de fieles bajo la presidencia del sacerdote, alegría y fiesta a las que son invitados también para que participen los discípulos de todas las sectas y religiones, no para convertirse sino porque por el misterio de la Encarnación habrían sido ya objetivamente rescatados. Y una vez más nos preguntamos, ¿dónde está la continuidad con la tradición bimilenaria?

El hecho es que, según nuestra humilde opinión, la fidelidad al magisterio surgido del Vaticano II y la fidelidad a la "tradición bimilenaria" de la Iglesia no expresan objetivamente la misma fidelidad. Sin ninguna duda Benedicto XVI actúa no sólo subjetiva sino también objetivamente según la Tradición de la Iglesia cuando defiende los principios de la moral cristiana y el celibato de los sacerdotes, cuando se opone a la ordenación de las mujeres, cuando apoya con todo el peso de su autoridad la lucha contra los horrores de la fecundación ‘asistida’, ¿pero no sería mucho más eficaz esta defensa de la moral cristiana si se reformasen ciertos puntos del Vaticano II? De una manera particular nos referimos a los que hacen mención del fin principal del matrimonio (procreación y educación de los hijos) incluyéndolo en el fin, antes secundario, de la ayuda y perfeccionamiento mutuo de los esposos (Gaudium et Spes, 48), los que aprueban una «educación sexual pública, positiva y prudente» (Gravissimum Educationis, 1), prudencia que nunca nadie ha podido llegar a poner en práctica de forma efectiva, así como los puntos que admiten diferentes formas de feminismo, siempre con prudencia, evidentemente (Gaudium et Spes, nn. 9, 29, 52 y 60; Apostolicam Actuositatem, n. 9), introduciendo de esta forma en la Iglesia el discurso progresista de los "derechos de la mujer", en nombre de los cuales sus partidarios exigen hoy el sacerdocio femenino.

¿En qué medida la defensa de la ética cristiana y de una correcta organización eclesiástica puede aportar la reforma de esos males que hoy por hoy, según testimonio propio del Cardenal Ratzinger, hacen sufrir a Cristo en su Iglesia? ¿Acaso esta reforma puede, a su vez, ser el motor de una nueva reflexión sobre el Vaticano II, que por cierto algo tiene que ver con estos males, incluso no siendo él la única causa?

Para responder a nuestros lectores diremos que éste es el deseo, por no decir la súplica, de los católicos que permanecen fieles a la Tradición de la Iglesia: que el Espíritu Santo ilumine de forma realmente extraordinaria a Su Santidad Benedicto XVI, otorgándole esa audacia necesaria para conceder una total libertad para la celebración de la Misa tridentina y la posibilidad de volver a abrir el debate sobre el Vaticano II, Concilio ecuménico y no dogmático.

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