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sisinono

Diciembre 2006

LA MISA “PROTESTANTIZADA” Y EL PRECEPTO DE GUARDAR LAS FIESTAS

RECIBIMOS Y RESPONDEMOS

«Rvdo. Sr. Director.:

Hace muchos años que leo su periódico con más que atención, como que constituye un precioso repaso, que se efectúa sin cesar, de teología dogmática y moral.

Es habitual en sì sì no no que se “impugne” el Novus Ordo Missae constantemente y con fuerza, pero se echa de ver, a mi juicio, que dicha impugnación está viciada de falta de motivación, pues yo diría que todo se queda en afirmaciones genéricas, sin que se aduzcan motivos precisos con claridad y distinción.

Se aconsejaba claramente, hace unos años, en la revista que usted dirige (no soy capaz de recordar ni el tiempo, ni el artículo, ni el articulista: sólo recuerdo el hecho), se aconsejaba, decía, media hora de meditación (o una hora), lecturas bíblicas u otros píos ejercicios en lugar de la asistencia a la santa misa dominical celebrada según el NOM porque... era ésta una misa completamente irregular. Les escribí en

una carta: ¡demuestren ustedes y declaren abiertamente que son inválidas todas las misas según el NOM y entonces su argumentación será de recibo! En caso contrario, nos hallamos ante un enorme “desfase”, porque nada puede compararse con una misa válida (y obligatoria, por añadidura), ni sustituirla. Argumentaba yo a la sazón: una cosa es una misa protestantizada o protestantizante (pongamos que, como mucho, tocante al estilo, los modos, las omisiones y las intenciones), y otra muy distinta una misa protestante, es decir, inválida, o, mejor dicho, una no-misa. Media un abismo entre ambas.

No recibí respuesta (no la exigía, pero la esperaba), ni se corrigió en ningún artículo posterior el error, la grandísima equivocación, en que habría incurrido quien hubiese seguido el consejo susomentado (sigue en pie la obligación de rectificarlo, porque podría haber personas que aún se atuvieran a él; mas no se encuentra enmienda alguna de éste en el quincenal que usted dirige, o, al menos, así me lo parece a mí).

Ahora bien, resulta que en un número reciente de sì sì no no encuentro un pasaje en que se habla de herejía en relación con la misa según el NOM, un texto en, que se tilda a ésta de herética. Me refiero al número de Si Si No No (15 de junio del 2006), pág. 2, primera columna (articulista: Lanterius). Leí el artículo en cuestión siete u ocho veces, incluso más, para hallar en las líneas, entre las comas, una sola palabra de demostración del error doctrinal (en las palabras o en los hechos) relativo a la misa nueva, porque en eso estriba la herejía (si hubiera alguna, sería menester especificarla con claridad meridiana, porque se trataría de algo grave en grado superlativo; y ojalá que dicha especificación se hiciera, en tal caso, con alguna palabra de más en vez que de menos...). El articulista, en cambio, abunda hasta la prolijidad, en su glosa al pasaje susocitado, en la misma opinión que expresa éste, si bien no con palabras que demuestren objetivamente la existencia del error de herejía. Todo se reduce a la anécdota que cuenta Monseñor Marini, sin pasar de ahí. En efecto, tesis: “el rito nuevo es herético”; prueba: en el rito viejo el celebrante se arrodillaba y adoraba la hostia antes de la ostensión de ésta a los fieles; luego se arrodillaba otra vez. Comentario mío: ¿todo el rito es una herejía porque omite una genuflexión? Me pregunto: ¿dónde está la herejía, el error doctrinal en las palabras o en los hechos?

El pasaje que sigue a la “prueba” a título de aclaración ulterior parece, perdóneme que se lo diga, puro delirio verbal: “es herético porque el celebrante, dado que se arrodilla sólo después de la ostensión, en realidad (?) pide el consentimiento a la comunidad antes (?) de proceder a la consagración”.

¡Qué no se dice o inventa! ¡Cómo se vuelven las cosas del revés! Me gustaría pensar en un lapsus mentis et calami. Añado que se trocó ni más ni menos que en desilusión el deseo que abrigaba de hallar un pensamiento preciso en sì sì no no sobre el NOM (un deseo que se había suscitado al empezar la lectura, pues me decía: - ¡Esta vez es la buena!).

Otra cosa más: no niego nada de lo bueno y válido que se dice en el mismo artículo; por poner nada más que un ejemplo: la ocurrencia feliz del “nuevo rito” para el Papa Ratzinger (sedentario comparado con su predecesor) (*). Son preciosas asimismo la reflexión y la cita sobre el intenso valor espiritual de la repetición de los gestos en la liturgia.

He escrito movido por un vivo sentimiento de fraternidad cristiana y sacerdotal. Espero que sirva de algo. Gracias por su atención. Un recuerdo fuerte y recíproco en la santa misa. Le saludo y deseo toda clase de bienes en la Trinidad toda».

Carta firmada por un sacerdote

Estimado hermano en el sacerdocio:

Precisemos, ante todo, que en el artículo en cuestión no salió de nuestra pluma la palabra “herejía” tocante al Novus Ordo Missae, sino de los labios de Monseñor Marini, o, por hablar con más exactitud, Monseñor Marini la puso en labios de su interlocutor “lefebvriano” junto con la argumentación delirante que usted señala con toda razón (pero que otra vez nos atribuye a nosotros por error).

Nuestro, en cambio, es el comentario al «bonito cuentecillo de Marini estilo Hemingway», un comentario en el cual reprobábamos la opinión del “lefebvriano” y dudábamos de que hubiese sido emitida alguna vez (al menos en los términos usados por Monseñor Marini): «evidentemente, Marini desea hacer pasar a todos esos ‘lefebvrianos’, como él los llama, por una masa de imbéciles perturbados, visto que hacen del problema de la reforma litúrgica nada más que una cuestión de genuflexiones...». Hemos de confesar que con usted se salió con la suya, al menos a juzgar por su carta.

En realidad, si el “lefebvriano” dijo algo sobre el asunto, no lo hizo de la manera “delirante” que le atribuía Marini. Los denominados “lefebvrianos”, quienes reposaban tranquilamente sobre el regazo de su santa madre, la Iglesia, hasta el pasado concilio, como se vieron en la necesidad de salvaguardar su fe, tuvieron que procurarse conocimientos especializados sobre las diferencias que oponen la doctrina católica a la luterana tocante a la santa misa.

Uno de los puntos principales es el siguiente: mientras que la Iglesia católica enseña que, en la misa, Nuestro Señor Jesucristo se hace realmente presente sobre el altar en virtud de las palabras pronunciadas por el sacerdote en el momento de la consagración, para los luteranos, en cambio, no son las palabras de la consagración, sino la fe de los presentes, lo que produce durante la “cena” cierta presencia espiritual de Cristo; de ahí la mudanza introducida por los ecumenistas en el nuevo rito “católico”.

En el rito romano tradicional, llamado impropiamente “misa de San Pío V”, el sacerdote se arrodilla de inmediato y adora a su Dios después de la primera consagración, consciente de tener entre sus manos, no ya el pan, sino el verdadero cuerpo de Cristo; se levanta a continuación, eleva la hostia consagrada y la presenta a la adoración de los fieles; por último, la adora de nuevo luego de haberla depositado sobre el corporal, que trae a la memoria la síndone y la realidad de aquel cuerpo divino, (el procedimiento se repite, mutatis mutandis, con la consagración del vino).

Todo eso cambia en la misa según el rito nuevo: como si nada hubiera cambiado en virtud de las palabras consagratorias, el sacerdote, sin el menor gesto de adoración, eleva la hostia de inmediato y la muestra a los presentes; luego la pone, no sobre el corporal, sino sobre la patena, y sólo entonces se arrodilla (hace lo mismo, mutatis mutandis, con el cáliz de la sangre de Cristo).

¿Qué dedujeron los protestantes de tamaña mudanza? Que la Iglesia católica le daba la razón a Lutero contra el concilio de Trento: es la fe de los presentes, no las palabras de la consagración, lo que hace a Cristo espiritualmente presente durante la cena; por eso el sacerdote presenta primero la hostia a los fieles en el nuevo rito, y sólo después arrodilla y adora. Ésta es la inferencia de los protestantes, quienes a causa de estos cambios y de otros no se hacen ya escrúpulo de usar el rito de Pablo VI en su “cena”, mientras que les horrorizaba la “misa papista”, es decir, el rito romano tradicional. Los católicos engañados y de buena fe, por el contrario, no comprendieron la gravedad de este cambio “ecuménico” (como tampoco la de los otros), o bien superaron su espanto diciéndose que, al fin y al cabo, la transubstanciación depende de las palabras consagratorias, no de los signos de adoración por mucho que se multipliquen o disminuyan éstos. Lo cual no empiece, sin embargo, para que se dé en el nuevo rito un deslizamiento objetivo hacia la doctrina luterana, así como un alejamiento igual, también objetivo, de la doctrina católica sobre la santa misa –como le hicieron notar enseguida a Pablo VI los cardenales Ottaviani y Bacci–, con lo que se expone a las nuevas generaciones católicas al peligro de “protestantización” de su mentalidad.

Estimado hermano en el sacerdocio, coteje ahora lo que acabamos de ilustrar con lo que Marini pone en la boca de su “lefebvriano”, y le resultará evidente la mira chancera y denigratoria del “cuentecillo” –anécdota que le refirió al periodista. También quedará persuadido de que quien “inventó” y “volvió del revés” las cosas o fue Monseñor Marini con artería, o el “lefebvriano” (que quizás se expresó chapuceramente, pero Marini habría debido ser perfectamente capaz de comprenderlo), o el entrevistador –¿por qué no? –, que quizás se dejó llevar del “estro” periodístico; pero, en cualquier caso, nosotros no somos responsables de nada.

La argumentación relativa al rito nuevo de la misa no debe versar sobre su validez o invalidez. También son válidas las misas de los ortodoxos cismáticos, pero no por ello está legitimado un católico para asistir a ellas. Válidas eran, asimismo, las misas celebradas por los curas “juramentados” durante la Revolución Francesa, mas los católicos, dicho sea en su abono, se abstenían de ellas y se limitaban a escuchar de cuando en cuando alguna misa de un cura “refractario”.

En realidad, como enseña igualmente el catecismo de San Pío X (nº 217), peca gravemente quien no oye misa los días de precepto «sin que medie un verdadero impedimento»; en caso contrario, «excusa de la obligación de oír misa cualquier motivo medianamente grave, como el que se da en caso de que la asistencia a misa nos produzca una incomodidad notable, o de que derive de ella, para nosotros u otras personas, un daño corporal o espiritual» (E. Jone, OFM Cap. -Compendio di teologia morale, n° 200). Así, pues, el verdadero problema no es si la misa celebrada según el rito nuevo es válida o inválida, sino si redunda o puede, redundar en daño espiritual de quien la oye (esta sola posibilidad basta).

Nos parece que la respuesta ya figura en su carta cuando usted habla de misa “protestantizada o protestantizante”. Y aun cuando usted no estuviera convencido de ello, eso mismo denunciaron enseguida a Pablo VI, con competencia y conocimiento de causa, los cardenales Ottaviani y Bacci: «El Novus Ordo Missae, considerados los elementos nuevos, susceptibles, con todo, de una valoración diversa, que se sobreentienden o están implicados en él, se aleja de manera impresionante, así en conjunto como en los detalles, de la teología católica de la santa misa tal como fue formulada por la sesión XXII del concilio tridentino, el cual, al fijar definitivamente los ‘cánones’ del rito, erigió una barrera infranqueable contra cualquier herejía que atacara la integridad del misterio» (carta de presentación del Breve examen crítico del Novus Ordo Missae).

Ahora bien, una misa “protestantizada” (en sí misma) y “protestantizante” (de la mentalidad de quien la oye) anula la obligación de oír misa los domingos y fiestas de guardar.

La Iglesia, en efecto, obliga a escuchar misa “según el rito católico” (Roberti, Dizionario di teologia morale, voz “santificación de las fiestas”); pero un rito “protestantizado” no puede llamarse tal. Además, un rito “protestantizante” pone al fiel en “peligro de sufrir un grave daño (...) moral”, que es una de las causas más fuertes que excusan de la obligación del precepto de oír misa los días festivos (ivi). Y al tratarse, por otra parte, de un peligro para nuestra fe y la de nuestros seres queridos, de los cuales somos responsables ante Dios, hemos de decir que quien tenga conciencia de este peligro, y en la medida en que la tenga, lejos de cumplir el precepto de la Iglesia, comete un pecado contra la fe.

Bien sabe usted que el creyente tiene, ante todo, la obligación de custodiar y cultivar la fe, porque ella constituye la raíz y el fundamento de su salvación eterna; de ahí que el mismo derecho natural le prohíba hacerla peligrar (cf. Enciclopedia Cattolica, voz “fe”). Sabe usted, asimismo, que es por eso por lo que la Iglesia ha vedado siempre a los católicos participar en las misas de los acatólicos, aunque sean válidas. Por ello, un católico que se halle en un país ortodoxo cismático y no pueda acudir a un lugar de culto católico, no sólo está exento de asistir a misa los días de precepto, sino que, además, si participara en la misa de los cismáticos (válida, repetimos), no dejaría de cometer un pecado contra la fe (y ello en virtud del derecho divino natural, lo que significa que lo cometería también aun cuando las leyes eclesiales hubiesen cambiado por motivos ecuménicos).

Usted escribe que nos lee más que atentamente desde hace años, y se lo agradecemos. Parece, no obstante, que se le pasó por alto cuanto escribimos sobre el nuevo rito de la misa, que aquí sólo en parte estamos repitiendo. Nosotros no nos contentamos en manera alguna con afirmaciones generales, sino que adujimos más de una vez los “motivos precisos”, que usted exige con toda razón, de nuestros juicios negativos. Lo prueban los numerosos artículos impresos sobre ese asunto a partir del primer año de nuestra publicación. Como no podemos resumirlos todos, nos limitaremos aquí a lo esencial, si bien tal cosa debería ya constarle claramente por cuanto referimos más arriba.

No reputamos por herético al nuevo rito, sino por gravemente ambiguo, favorecedor de la herejía. Tal rito, en efecto, se estudió con la cooperación discreta (bien que no demasiada) de algunos “expertos protestantes” para que pudiese ser acepto tanto a los católicos cuanto a los protestantes.

En 1965, Monseñor Bugnini, que dirigía los trabajos de la “reforma litúrgica” y gozaba por entonces de toda la confianza de Pablo VI, anunciaba el “deseo” que le animaba de «remover [del nuevo rito] cualquier piedra que pudiera constituir aunque sólo fuera la sombra de un tropiezo o de malestar» para los «hermanos separados» (L'Osservatore Romano, ed. italiana, 11 de marzo de 1965). ¿Y cuáles eran esas piedras de tropiezo y esos motivos de malestar para los “hermanos separados” sino los ritos y gestos que expresaban demasiado claramente las verdades católicas repudiadas por los protestantes y corroboradas por el concilio de Trento? (presencia real y sacerdocio ministerial, carácter sacrificial y propiciatorio de la santa misa, etc.); de ahí la confección de un rito ambiguo, susceptible de una doble interpretación, de un rito que vela las verdades católicas y que por ello puede ser interpretado por el católico a la manera católica, y por el luterano a la manera protestante (1).

Más arriba dimos un ejemplo a propósito de la omisión de la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la consagración. Podríamos poner otros. Aquí, sin embargo, nos interesa destacar que todos, modernistas y no modernistas, están de acuerdo sobre la “protestantización” de la misa.

Hemos citado ya a Bugnini (1965). L’Osservatore Romano del 13 de octubre de 1967 escribía: «La reforma litúrgica ha dado un paso notable hacia adelante en el campo ecuménico y se ha acercado a las formas litúrgicas de la iglesia luterana».

En 1969, los cardenales Ottaviani y Bacci, en su breve carta de presentación del Novus Ordo Missae, notificaron a Pablo VI el coste de la operación ecuménica sobre la misa: el alejamiento del nuevo rito, “de manera impresionante, de la teología católica de la santa misa” y la demolición de aquella “barrera infranqueable” que el concilio de Trento erigió “contra cualquier herejía que atacase la integridad del misterio” (en especial contra la herejía luterana).

Monseñor Lefebvre escribía al Santo Oficio el 26 de febrero de 1978, que el nuevo rito era «una síntesis católico-protestante» (Mons. Lefebvre e il Sant’Uffizio, ed. Volpe, p. 71), y protestaba que «queremos conservar la fe católica mediante la misa católica, no mediante una misa ecuménica, favens haeresim, favorecedora de la herejía , aunque sea válida y no herética» (Mons. Lefebvre, ibid., p. 72). El converso Julien Green definía el nuevo rito como «una imitación harto grosera de la función anglicana, que nos era familiar desde la infancia», y hablaba de misa «recortada, reducida a dimensiones protestantes» (Ce qu’il faut d’amour à 1'homme, ed. Plon, París, 1978).

Monseñor Klaus Gamber, que no era “tradicionalista”, sino sencillamente un experto en liturgia (director de las Ciencias Litúrgicas de Ratisbona y miembro honorario de la Pontificia Academia Litúrgica de Roma), denunció en 1979 la «destrucción» del antiguo rito romano, que se había custodiado sustancialmente intacto a lo largo de los siglos y que todos los Pontífices romanos habían recomendado a la Iglesia«se remonta al Apóstol Pedro» (La reforma de la liturgia romana, ed. Renovación, Madrid 1996, pág. 51 ss.) (2). universal porque

Omitiendo otros muchos testimonios llegamos, por último, al de Jean Guitton, filomodernista e íntimo de Pablo VI (es el autor de Paul VI secret). El 19 de diciembre de 1993 afirmó, en el debate Lumiére 101 de Radio-Courtoisie, que «la intención de Pablo VI respecto a la liturgia, respecto a la denominada vulgarización de la misa, era la de reformar la liturgia católica de suerte que coincidiese, sobre poco más o menos, con la liturgia protestante [...] con la cena protestante». Y más adelante: « [...] repito que Pablo VI hizo todo lo que estuvo en su mano para acercar la misa católica –más allá del concilio de Trento– a

la cena protestante». Guitton respondió lo siguiente a la protesta de un sacerdote: «La misa de Pablo VI se presenta ante todo como un banquete, ¿no es así? E insiste mucho en el aspecto de participación en un banquete, pero mucho menos en la noción de sacrificio, de sacrificio ritual [...] En otras palabras, Pablo VI albergaba la intención ecuménica de cancelar –o, al menos, de corregir o atenuar– lo que había de demasiado [¡sic!] ‘católico’, en sentido tradicional, en la misa, y acercar la misa católica –lo repito– a la misa calvinista» (Una Voce francesa, mayo-junio de 1994) (3). Así, pues, también para Jean Guitton el nuevo rito de la misa está “protestantizado”. La única diferencia estriba en que para los neomodernistas dicha protestantización es una conquista porque, al decir de L’Osservatore Romano del 13 de octubre de 1967, constituye “un notable paso adelante en el campo ecuménico”, mientras que para los católicos fieles, que tales son los denominados “tradicionalistas”, es una revolución litúrgica que plantea gravísimos problemas a la conciencia católica no sólo porque el rito nuevo es un rito protestantizado, sino también porque es, como resulta lógico, un rito “protestantizante” (lo cual es peor todavía). Con una misa «recortada, reducida a dimensiones protestantes –escribía Julien Green– [...] la realidad del sacrificio propiciatorio se está eclipsando discretamente de la conciencia de los católicos, sean sacerdotes o seglares [...] Los viejos curas, que lo llevan en la sangre si se me permite la expresión, no están en un tris de olvidarlo, por lo que celebran misas conformes con las intenciones de la Iglesia. Pero ¿qué decir de los curas jóvenes? ¿En qué creen?» (op. cit., pág. 143).

Estimado hermano en el sacerdocio, reflexione y considere honestamente si la “obligación de reparar” nos corre a nosotros o a quien sigue imponiendo y defendiendo un rito “ecuménico” capaz de demoler, andando el tiempo, la fe católica en la santa misa.

Hirpinus

Notas:

(1) “La nuova Messa é equivoca?”, sì sì no no, ed. italiana, año VI, n° 1, pág. 12.

(2) “Condición ‘única’ pero inaceptable / A propósito de una entrevista del cardenal Mayer”, sì sì no no, ed. española, enero 1992, pp. 1 ss.

(3) Véase sì sì no no, julio de 1994, pág. 5: Una testimonianza al di sopra di ogni sospetto / Jean Guitton e la Messa “protestantizzata”.

[N. del T.]:

(*) El autor de la carta hace referencia a uña entrevista que concedió Marini al diario on line Affari Italiani (20 de marzo del 2006) y en la que respondió lo siguiente a la pregunta «‘¿Qué piensa usted de los lefebvrianos?’: Que quede claro de una vez por todas: deben aceptar cuanto decidió el concilio Vaticano II; en caso contrario no será posible conciliación alguna. ¿Qué quiere esta gente? La mayoría de los fieles se adaptó; sin el nuevo rito, que no fue hijo de la curia sino una obra de aliento internacional, no habrían podido realizarse las celebraciones y los viajes al extranjero del papa Wojtyla. Entonces, ¿por qué no se adaptan? ¿Cuál es la diferencia?».

La redacción de sì sì no no contestó lo siguiente, entre otras cosas:

«Sin embargo, también sobre su competencia litúrgica [la de Marini] le asaltan a uno serias dudas, visto que como prueba de la bondad del rito nuevo no se le ocurre decir otra cosa sino que le permitió al papa Wojtyla recorrer el mundo... Con el respeto debido, esto no nos parece decisivo: si el papa Ratzinger fuese un poco más sedentario que su predecesor, ¿habría que crear también un rito ad hoc para él?».

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PALADINES DE UN “MITO HECHO PEDAZOS”: LOS NEOMODERNISTAS Y EL EVOLUCIONISMO

Un sacerdote nos escribe lo siguiente:

«Estimado Sr. Director:

Le envío una vez más unos recortes de periódico: en uno (Il Giornale, 4 de noviembre del 2005) el cardenal Poupard y un tal monseñor Gianfranco Basti aceptan el evolucionismo (con lo que, a mí parecer, se equivocan de medio a medio) amparándose en las palabras que pronunció Juan Pablo II en uno de sus discursos: «el evolucionismo es más que una hipótesis». Creo recordar que, en tal discurso, el difunto Papa hacía referencia asimismo a una declaración de Pío XII, aunque torcía con violencia su sentido.

Como usted mismo podrá leer, el artículo termina con estas palabras de monseñor Basti: «hace decenios que la propia Biología ha superado la tesis de la pura casualidad de tipo estocástico [?], que se abandonó por ser científicamente insostenible» (1).

Estimado Sr. Director: vamos de mal en peor: la apostasía silenciosa invade el mundo entero, a despecho de las ‘masas oceánicas’ que aplauden al Papa en la plaza de San Pedro. ¡Qué ilusión!

Suyo afmo.».

Carta firmada por un sacerdote

Pío XII y el evolucionismo

La frase de Juan Pablo II a que se refiere monseñor Basti figura en su el Mensaje a la Pontificia Academia de las Ciencias (L'Osservatore Romano, ed. italiana, 24 de octubre de 1996). Lo veremos con todo detalle.

Nos ocupamos de dicho Mensaje en sì sì no no del 15 de diciembre de 1996, pp. 3 y ss. Pusimos de relieve que el mensaje en cuestión simplificaba la enseñanza de Pío XII y le hacía decir, en punto al evolucionismo, lo que en realidad no había dicho jamás.

Simplificaba la doctrina de Pío XII porque éste, en la encíclica Humani Generis:

1) Condenaba sin reservas el evolucionismo ateo y materialista.

2) Negaba las pretensiones del evolucionismo teísta, pues no admitía que hubiera pruebas científicas de la evolución: el evolucionismo teísta pretendía y sigue pretendiendo “bautizar” la evolución (Parente-Piolanti-Garofalo, Dizionario di teologia dogmatica, Studium, voz “evoluzionismo”) por el hecho de admitir la creación directa del alma por parte de Dios y la intervención de Éste, directa o indirecta, en todo el proceso evolutivo; pero Pío XII aplazaba el juicio de la Iglesia sobre el evolucionismo para cuando la ciencia pudiera suministrar «resultados definitivos y seguros».

He aquí el texto de la Humani Generis relativo al evolucionismo teísta:

«Toca ahora hablar de aquellas cuestiones que, aunque pertenezcan a las ciencias positivas, están más o menos relacionadas con las verdades de la fe cristiana. No pocos piden insistentemente que la religión católica tenga en cuenta lo más posible tales ciencias; cosa ciertamente digna de alabanza cuando se trata de hechos realmente demostrados, pero que ha de recibirse con cautela cuando es más bien cuestión de ‘hipótesis’, aunque se funden éstas de algún modo en la ciencia humana, con las que se roza la doctrina contenida en las Sagradas Letras o en la tradición. Y si tales opiniones conjeturales se oponen directa o indirectamente a la doctrina revelada por Dios, entonces semejante postulado no puede ser admitido en modo alguno.

Por eso el magisterio de la Iglesia no prohíbe que, según el estado actual de las ciencias humanas y de la sagrada teología , se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, de la doctrina del ‘evolucionismo’, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y preexistente -pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios-; pero de manera que con la debida gravedad, moderación y templanza se sopesen y examinen las razones de una y otra opinión, es decir, de los que admiten y los que niegan la evolución, y con tal que todos estén dispuestos a obedecer al juicio de la Iglesia, a quien Cristo encomendó el cargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe». Y aquí Pío XII remite en una nota a su Alocución a la Academia de Ciencias, del 30 de noviembre de 1941 (AAS, vol. XXIII, 1941, p. 506), en la cual había dicho: «Las múltiples investigaciones tanto de la paleontología cuanto de la biología y la morfología sobre otros problemas relativos a los orígenes del hombre no han aportado hasta ahora nada positivamente claro y cierto. No queda, pues, sino dejar al por venir la respuesta a la pregunta de si un día la ciencia, esclarecida y guiada por la Revelación, podrá dar resultados seguros y definitivos sobre un asunto tan importante». Inmediatamente después, Pío XII deplora en la Humani Generis que «algunos, empero, con temerario atrevimiento, traspasan esta libertad de discusión [¡es todo lo que la encíclica concede!] al proceder como si el mismo origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuera cosa absolutamente cierta y demostrada por los indicios hasta ahora encontrados y por los razonamientos deducidos de ellos, y como si en las fuentes de la revelación divina nada hubiera que exigiese en esta materia la mayor moderación y cautela».

Esta última frase muestra a las claras que la reserva de juicio de Pío XII sobre el evolucionismo “teísta” era más negativa (non licet) que positiva.

La tergiversación

Se leía lo siguiente en el Mensaje de Juan Pablo II a la Pontificia Academia de las Ciencias:

«Mi predecesor Pío XII había afirmado ya en la encíclica Humani Generis (1950) que no había oposición [¡sic!] entre la evolución y la doctrina de la fe sobre el hombre y su vocación, con tal que no se perdiesen de vista algunos puntos firmes (cf. AAS 42, 1950, pp. 575-576.).

Habida cuenta del estado de las investigaciones científicas: en aquella época así como de las exigencias propias de la teología, la encíclica Humani Generis reputaba a la doctrina evolucionista por una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la doctrina opuesta».

Con esto se hacía decir a Pío XII lo que no había dicho. En efecto, todo el mundo puede comprobar que, contrariamente a lo que se lee en el Mensaje, Pío XII no dice en la Humani Generis de ninguna manera que la doctrina evolucionista sea “una hipótesis seria”,  sino que dice que constituye una hipótesis que aún hay que ponderar y juzgar “con la necesaria seriedad” (lo cual, salta a la vista, no es lo mismo); no dice que sea una hipótesis “digna de una investigación y de una reflexión profundas, al igual que la hipótesis opuesta”,  sino que, por el contrario, reprende a los evolucionistas teístas, quienes dan por demostrado “el origen del cuerpo humano de una materia viva y preexistente (...) como si en las fuentes de la revelación divina nada hubiera que exigiese en esta materia la mayor moderación y cautela”. Todo eso equivale a decir que “la hipótesis opuesta” es más conforme con las fuentes de la divina revelación que el evolucionismo teísta (2). De aquí la exigencia de ponderar “con la necesaria seriedad” la hipótesis evolucionista, que, aunque sea teísta, exige “dar de lado a las convicciones precedentes, que se basaban en las Escrituras, la doctrina de los Padres y la enseñanza habitual de la Iglesia” (E. Ruffini, Responsabilitá dei paleoantropologi cattolici, en L'Osservatore Romano del 3 de junio de 1950).

Un primer paso a favor del evolucionismo

Tergiversada de tal guisa la Humani Generis de Pío XII, el Mensaje de Juan Pablo II se permitía dar un paso adelante en favor del evolucionismo:

Hoy, cerca de medio siglo después de la publicación de la encíclica [de Pío XII], nuevos conocimientos [¿cuáles ?] inducen a no considerar ya la teoría de la evolución como una hipótesis». Y después de haber afirmado de manera absolutamente gratuita que esta “teoría” se había impuesto a causa «de la convergencia, no buscada ni provocada»,  de los resultados de los trabajos efectuados en diversos campos (¿de veras?; ¿pero no es, por lo común, una costumbre de los evolucionistas el plegar los hechos a su teoría, llegando incluso a cometer fraudes, una tentación a la que no se sustrajo ni siquiera el jesuita Teilhard de Chardin?) (3), se preguntaba: «¿Cuál es la importancia de semejante teoría? Encarar esta cuestión significa entrar en el campo de la epistemología. Una teoría es una elaboración metacientífica distinta de los resultados de la observación, pero afín a éstos. Gracias a ella un conjunto de datos y de hechos independientes entre sí pueden enlazarse e interpretarse en una explicación unitiva (4). La teoría demuestra su validez en la medida en que es susceptible de verificación; se la valora constantemente a nivel de los hechos; cuando no la demuestren ya los hechos, manifiesta sus límites y su inadecuación. Debe entonces ser repensada».

Este razonamiento no es de lo más claros, la verdad sea dicha, pero creemos haber comprendido que a la “teoría de la evolución” no hay que considerarla ya una hipótesis, sino nada menos que una “teoría”. Ahora bien, puesto que la teoría, como reconoce el mismo Mensaje, debe también verificarse “a nivel de los hechos”, igual que la hipótesis, y ser “repensada” si llega el caso, no nos parece que el evolucionismo haya ganado mucho con tal promoción. Lo único que se consigue con eso es animar a la prensa a publicar titulares como el siguiente: Fe y ciencia / Satisfacción por las palabras del Papa, que rehabilitan la teoría de Darwin - Con alma o sin ella, ¡gracias mono! (La Nazione, 25 de octubre 1996).

Otro paso adelante y otra tergiversación

Con base en esta fragilísima premisa, Giovanni Basti se consideró autorizado a dar otro paso hacia adelante.

Juan Pablo II -recuerda- definió el evolucionismo como “más que una hipótesis”; Ahora bien, «una hipótesis puede ser verdadera o falsa -explica Basti-, y decir que es más que una hipótesis significa que hay pruebas [¡sic!] a favor de la evolución que hacen tender hacia una teoría científica bastante consolidada». Así, al Mensaje de Juan Pablo II, que había tergiversado a la Humani Generis, se le tergiversa ahora en la interpretación de monseñor Basti, con lo que el evolucionismo se vuelve “una teoría científica bastante consolidada” en virtud de no se sabe qué “pruebas” (5).       

Recuperación desesperada de “un mito hecho pedazos”

Sólo que ni siquiera la palabra de un Papa es suficiente para crear ex nihilo pruebas científicas a favor de una hipótesis que ya hace tiempo naufragó contra el escollo de la fijeza de las especies: «La ausencia de eslabones entre especie y especie no es una excepción: es la regla universal. Cuanto más han ido los investigadores en busca de formas de transición de una especie a otra, tanto más desilusionados han quedado», tuvieron que admitir los 160 científicos evolucionistas de todo el mundo que se reunieron en Chicago en 1980 (tomado de la revista científica Newsweek, del 3 de noviembre de 1980) (6). Y, más recientemente, el Corriere della Sera publicó, el 25 de agosto de 1992, un reportaje hecho en Londres titulado Científicos en congreso: no descendemos del mono/ Desafío a Darwin sobre la evolución. Se trataba del congreso anual de aquella misma asociación británica para el progreso de la ciencia donde se expuso por vez primera la teoría de la evolución; el desafío era del científico inglés Richard Milton, autor de Los hechos de la vida: el mito del darwinismo hecho pedazos. El Corriere della Sera añadía: «Milton no está solo en su desafío: muchos otros científicos han puesto ya en duda la tesis de Darwin».

En medio de esta atmósfera de “después de Darwin” (por decirlo con el genetista giuseppe Sermonti y el paleontólogo Roberto Fondi) es donde los eclesiásticos “aquejados de teilhardosis” (Teilhard de Chardin -recordémoslo- fue un mitómano del evolucionismo) creen “abrir” la Iglesia al mundo recogiendo los trozos de un “mito hecho pedazos”. Con razón escribía Sermonti lo siguiente:

«Las tentaciones del modernismo son peligrosas. Se corre el riesgo de capitular ante la modernidad precisamente cuando ésta está pasando de moda; de hacerse darwiniano cuando Darwin va de capa caída, y de basar la ética en el origen simiesco del hombre cuando esto se halla ya desmentido» (Il Tempo, 10 de julio de 1987) (7).

Notas del traductor:

(1) Un proceso estocástico es un proceso debido al azar, casual, aleatorio. Es falso que la Biología no considere a la evolución un proceso estocástico, pues el darwinismo y el neodarwinismo no hacen derivar la evolución de ninguna ley natural, sino que la consideran un mero producto del azar.

(2) Es fácil probar que la hipótesis creacionista del cuerpo humano es más conforme con la revelación divina que el evolucionismo teísta:

«No cabe duda alguna respecto de la creación de la nada del alma humana. Pero ¿es posible alejarse del sentido obvio del Génesis tocante a la formación del cuerpo? Es evidente que la narración bíblica presenta antropomorfismos (Dios formando a Adán del polvo de la tierra); los mismos Padres lo advirtieron; no obstante, todos afirmaron la intervención directa, particular, de Dios hasta en la formación del cuerpo humano a partir de la materia inorgánica (Card. E. Ruffini, La teoria dell'evoluzione). En realidad, el antropomorfismo es una metáfora: expresa algo que se infiere de los términos empleados. Cuando la Biblia habla del brazo de Dios, p. ej., todos entienden que se refiere a su omnipotencia.

Aquí la idea que se expresa es la siguiente: Dios creó el cuerpo y el alma del hombre.

Creación de la nada. El hagiógrafo se sirve de la metáfora susodicha para poner de relieve el elemento doble que se halla presente en el hombre: el cuerpo que se deshace (“eres polvo -dirá Yavé- y en polvo te convertirás”) en el suelo “del que fuiste tomado” (Gen 3, 19), y el soplo divino que da la vida, soplo divino que vuelve a Dios, que perdura más allá de la tumba.

Si se excluye la intervención especial, directa, de Dios para la formación del cuerpo, el antropomorfismo no expresa nada. Las mismas observaciones valen para la formación particular, directa, del cuerpo de Eva a partir de algo tomado del costado de Adán. Fue por eso por lo que el concilio de Colonia (1860), que fue aprobado por la Santa Sede, condenó la opinión de los que abandonaban el cuerpo de Adán a la pura evolución natural hasta el punto adecuado para la infusión del alma.

Y la Comisión Bíblica, por su parte, sancionaba lo siguiente el 30 de junio de 1909 (Enchiridion Biblicum, n. 338): «no puede ponerse en duda el sentido histórico-literal de los tres primeros capítulos del Génesis cuando se trate de los hechos que tocan a los fundamentos de la religión cristiana, entre los cuales figuran la creación particular del hombre y la formación de la primera mujer a partir del primer hombre»,  con lo cual condenaba la evolución mitigada que había sido adoptada entretanto por algunos autores católicos (S. G. Mivart en 1871 , M. D. Leroy en 1891, Zahm en 1896).

[...] Desde el punto de vista científico, el evolucionismo sigue siendo una mera hipótesis de estudio e investigación (cf. Lecomte de Nouy; el prof. Cotronei, Trattato di Zoologia e Biologia (Roma, 1949), al paso que las modernas investigaciones sobre el hombre fósil condenan el esquema que los evolucionistas habían fijado (cf. S. Sergi, en Biasutti, Razze e popoli della terra, Turín, 1941, pp. 127 ss.): simio, sinántropo (en el pleistoceno inferior); Hombre de L. N. (en el pleistoceno medio); Homo sapiens (en el pleistoceno superior o más tarde, en conexión con las razas humanas actuales).

En efecto, restos de hombres, tipo Sapiens, anteriores al Neanderthal se hallaron en Swanscombe (Inglaterra), en Keilor (localidad de Melbourne, Australia), en Crimea, en Kanam y Olirgesailie (África Oriental), en Olmo y Quinzano (Italia), y recientemente (1947) en Fontéchevade (Francia); por no hablar del Homo sapiens de Piltdown en Inglaterra (1912), que probablemente sea, junto con Kanam, el hallazgo fósil humano más antiguo, con lo que se verifica así la hipótesis de una transformación regresiva en la especie humana» (E. Ruffini, L’Osservatore Romano, ed. italiana, 3 de junio de 1950).

El texto sagrado enseña claramente el monogenismo: toda la humanidad desciende de Adán y Eva por vía de generación: Gen 2, 7-30; 4, 20; la verdad revelada del pecado original se vincula a tal hecho (Gen 3; Rom 5, 12-21); lo recuerda expresamente la encíclica Humani Generis (M. Flick, en Gregorianum n.28, 1947 §§555-63; F. Ceuppens, en Angelicum n.24, 1947 §§20-32). El poligenismo es contrario a la fe (Enchiridion Biblicum, nº 617).

(3) Sobre la posible implicación de Teilhard de Chardin en el fraude de Piltdown, véase Guy van Esbroeck, Pleine lumiére sur l'imposture de Piltdown, París, Les Éditions du Cèdre, 1973, así como M. Bowden, Los Hombres-simios/ ¿Realidad o ficción?, Terrassa (Barcelona): Clie, 1984. En este último libro pueden verse pruebas sobre el escamoteo de fósiles del “hombre de Pekín” en el que, al parecer, estuvo implicado Teilhard de Chardin (10 esqueletos desaparecidos en 13 días misteriosamente) y sobre otros fraudes, científicos (uno de los más sonados fue, sin duda, el de Haeckel, que no vaciló en falsificar ilustraciones de embriones humanos para así “demostrar” una ley que se había sacado de la manga, según la cual “la ontogenia recapitula a la filogenia” (que se presentó durante mucho tiempo como una prueba de la evolución).

(4) Nótese lo absurdo de esta explicación: no existen teorías científicas, pues una teoría es algo metacientífico; más aún: toda teoría falsea la realidad, pues enlaza unos hechos y datos independientes entre sí; esto es: la teoría no descubre una relación o un lazo entre hechos o datos, pues no existe tal cosa (los hechos y los datos son independientes entre sí), sino que es la propia teoría la autora de tal relación o lazo, es la teoría la que vuelve interdependientes unas realidades perfectamente desvinculadas entre ellas. Dicho con otras palabras: las leyes de la naturaleza no existen, sino que son creadas por las teorías.

(5) Las pruebas en que se basa el evolucionismo son sólo indicios, o sea, no son pruebas en el sentido fuerte del vocablo, tal y como reconocen sus mismos partidarios; pero, al decir de éstos, la interpretación evolucionista y sólo ella es la que encaja con los hechos, con todos los hechos, por lo que lo científico es aceptarla.

A esto pueden hacerse dos objeciones:

a) No es cierto que el evolucionismo sea una interpretación que encaje con los hechos, pues las discontinuidades del registro fósil refutan la hipótesis evolucionista; en efecto, Darwin había predicho que el numero de formas de transición entre las especies era mucho mayor que el número de éstas, por lo que el registro fósil sería abundantísimo en restos de formas intermedias. Pero, por desgracia para la mitología evolucionista, los fósiles de formas intermedias siguen sin aparecer por ningún lado bastante más de un siglo después de que Darwin y Wallace formularan su hipótesis.

b) El evolucionismo supone que la vida apareció espontáneamente, fruto del azar, a partir de materia inerte, hace millones de años: «De acuerdo con nuestros conocimientos actuales, la vida comenzó hace unos 3.500 millones de años, cerca de mil millones de años después de la formación de la tierra [...] Comenzó en los océanos, cuando un conjunto de ingredientes atmosféricos se vio sometido a altas temperaturas y a los rayos, produciendo los precursores de los aminoácidos. Los aminoácidos, que son los elementos componentes de las proteínas, se acumularon en los océanos. En este ‘caldo orgánico’, combinaciones de aminoácidos y otros materiales orgánicos formaron moléculas complejas. El paso más importante de la evolución fue la formación de cierta molécula que podía autorreplicarse [...]

Una vez que el material podía replicarse, la vida estaba lista para comenzar su singladura» (Robert Plomin, J., C. DeFries y G. E. McClearn, Genética de la conducta, Madrid: Alianza Editorial, 1984, pp. 55-56).

Pero la generación espontánea de la vida no es de recibo en Biología después de los trabajos de Louis Pasteur, quien demostró experimentalmente que, por vía natural, la generación de la vida a partir de la materia inerte es imposible.

(6) A pesar de reconocer las discontinuidades presentes, los evolucionistas sostienen que dichas discontinuidades no prueban nada porque «[...] el registro de fósiles es muy incompleto y hemos de aceptar que numerosísimas especies y aun grupos enteros de organismos desaparecieron sin dejar rastro» (Diether Sperlich). Las razones que aducen en sostén de esta aseveración son las mismas que alegó Darwin en los capítulos VI y X de su obra El origen de las especies.

No obstante, el biólogo Douglas Dewar desarrolló en 1947 un método para medir el grado de representatividad del registro fósil. Gracias a dicho método pudo comprobarse que «el registro fósil, contrariamente a las afirmaciones de los evolucionistas, está lo suficientemente completo, y que si hubieran existido formas de transición, éstas deberían ya haberse hallado» (Santiago Escuain, “Las discontinuidades del registro fósil”. En Oree T. Gish y otros, Creación, Evolución y el registro fósil, Terrassa (Barcelona): Clie, 1988, pp. 91-99.

En conclusión, el registro fósil no sólo no brinda datos en sostén de la mitología evolucionista, sino que la refuta.

(7) La posición del evolucionismo teísta no es cómoda: por un lado, el evolucionismo que propugnan los teístas es contrario a las fuentes de la Revelación, y, por el otro, se opone asimismo al darwinismo, como que pugna con el materialismo metódico de éste y con su interpretación de la evolución en función del azar; se trata, pues, de una posición rechazada por las dos partes en conflicto, los creacionistas y los neodarwinistas.

Por último, interesa consignar que la teoría de la evolución no era una novedad cuando Darwin y Wallace la formularon, pues el primero que habló de una evolución biológica que lleva de los peces al hombre fue el filósofo griego Anaximandro, discípulo Tales de Mileto (nació en el 610 a. de C., según Hipólito, obispo de Roma).

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PROPAGANDA DEL PROTESTANTISMO BAJO EL “PATROCINIO” DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Recibimos y apostillamos:

«Estimados amigos de sì sì no no:

También yo, como otros muchos católicos, me hice lector de Famiglia Cristiana, a título provisional, para poder adquirir los tomitos de la Storia del Cristianesimo que se le adjuntan. Pero veo con gran desilusión que el volumen décimo, que se consagra por entero a las “iglesias de la Reforma”, está enteramente redactado en clave protestante, es decir, desde su punto de vista, como se infiere, por lo demás, de los nombres de los autores de los capítulos, que remito adjuntos. Famiglia Cristiana dispensa así a los protestantes el gran favor de propagar, en gran escala, la doctrina de los “hermanos separados”, con el riesgo consiguiente -fundado, por desgracia- de que, en estos tiempos de falso irenismo, muchos católicos legos en la materia (¡y son tantos!), fiándose de la fuente, se convenzan de que una “confesión” vale tanto como la otra...».

Carta firmada

APOSTILLA

A decir verdad, huelga echar un vistazo a los autores de los capítulos: basta una mirada al “trío” que compone la “dirección de la obra” (Angelo Scola, Bruno Forte y Andrea Riccardi), además de leer el nombre del encargado de la edición del volumen décimo, Elio Guerriero.

¿Acaso podía venir algo bueno de estos cultivadores y divulgadores de la “neoteología” (neomodernismo)? Lo peor, sin embargo, es que esta Storia del Cristianesimo se presenta bajo el “patrocinio del Proyecto Cultural de la CEI”, es decir, de la Conferencia Episcopal Italiana. ¡Pobres católicos, entre los dientes de lobos disfrazados de “pastores”!

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EL BELÉN QUE ESCANDALIZA Y EL “TEÓLOGO” QUE LO DEFIENDE

Un lector nos escribe lo siguiente:

«Estimados amigos de sì sì no no:

Como publicaron los periódicos del 25 de noviembre pasado [2005], los artesanos beleneros de la famosa calle San Gregorio Armeno, de Nápoles (la calle de los pastores), no contentos con haber ideado desde hace años figuritas de terracota que representan a políticos, actores y personajes ajenos al ámbito del belén cristiano, ahora han colocado en él una mujer desnuda. Pero lo peor es que los defiende el teólogo napolitano don Gennaro Matino, párroco, publicista y autor de varias obras “progresistas”, el cual, con una exégesis enteramente personal, cita hasta la conocida sentencia de Jesús: ‘En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios’ (Mt. 21, 31 ss.).

Agrego una apostilla que no carece de significado: Matino es el que relevó a Bruno Forte como colaborador del diario I1 Mattino cuando a Forte lo consagraron obispo».

Carta firmada

El Corriere del Mezzogiorno presenta a Matino como un «teólogo de cultura refinada» (25-XI-2005). Tan “refinada” que, a decir verdad, ni siquiera se la ve. En efecto, dice lo siguiente: «Sin la explicación de los artistas [o sea, los artesanos autores del belén] habríamos hablado de ofensa a la sacralidad del belén; mas las razones aducidas despejan toda sospecha». Pero, nos preguntamos, ¿qué es lo que vieron los fieles de las dos iglesias en que se expuso el belén (San Severo al Pendino, de Nápoles, y San Giacomo in Augusta, de Roma): el belén con las mujeres desnudas, los “afeminados”, etc., y, por consiguiente, la “ofensa a la sacralidad del belén”, o verán las “razones” y las “explicaciones” de los “artistas”? Unas explicaciones que, por lo demás, no valen un comino: “es más escandaloso” poner a políticos y cantantes en el belén –dicen (pero ¿desde cuando lo más grave exculpa a lo menos?) que un desnudo femenino, porque «estas escenas pertenecen a la realidad» (Corriere della Sera, 25 de noviembre del 2005). ¿Pues qué?, preguntamos, ¿acaso los políticos y los cantantes pertenecen a la irrealidad?

«Así pues, ¿van bien en el nuevo belén las mujeres en cueros, los afeminados y los camorristas?», insiste el periodista. Y Matino responde: «Me gustaría antes recordarme a mí mismo [un poco de humildad no le hace daño a nadie] que Jesús dijo que las prostitutas y los publicanos nos precederán en el reino de los cielos».

¡Más despacio! volvamos a colocar la frase de Jesús en su contexto, del cual la sacó Mattino.

Era la mañana del martes santo y Jesús estaba enseñando en el templo, del cual había echado a los vendedores. Sus enemigos cayeron sobre él: «¿Con qué poder haces tales cosas? ¿Quién te ha dado tal poder? Respondió Jesús y les dijo: Voy a haceros también yo una pregunta, y si me contestáis, os diré con qué poder hago tales cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde procedía? ¿Del cielo o de los hombres?». Los adversarios, desconcertados, guardaron silencio: «Ellos comenzaron a pensar entre sí: Si decimos que del cielo, nos dirá: ¿Pues por qué no habéis creído en él? Si decimos que de los hombres, tememos a la muchedumbre, pues todos tienen a Juan por profeta». Para salir del apuro contestaron: «No sabemos. Y Jesús les dijo a su vez: Pues tampoco os digo yo con qué poder hago estas cosas» (Mt. 21, 23-27).

Jesús no se sustrajo a la pregunta. Les había respondido cien veces sobre el asunto en cuestión, y a pique estuvo de morir lapidado por ello. Mas no hay peor sordo que el que no quiere oír: no quisieron aceptar su testimonio, igual que no aceptaron el de San Juan Bautista sobre Él. Jesús, entonces, les puso delante su doblez y culpabilidad con la breve parábola de los dos hijos, el mayor de los cuales le dijo «no quiero» a su padre cuando le mandó que fuera a trabajar a la viña, pero «después se arrepintió y fue»; el segundo, en cambio, le respondió: «Voy, señor; pero no fue». «¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?», les preguntó Jesús. «El primero», le contestaron sus enemigos, que aún no comprendían bien a dónde quería ir a parar. Y se lo explicó: «En verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros por el camino de la justicia, y no habéis creído en él [¡aquí está el busilis!], mientras que los publicanos y las meretrices creyeron en él. Pero vosotros, aun viendo esto, no os habéis al fin arrepentido, creyendo en él» (Mt. 21, 28-32).

Así, pues, los publicanos y las meretrices de que hablaba Jesús no eran ya ni publicanos ni meretrices, sino pecadores que trocaron su “no quiero” a Dios en “voy, señor”, como el primer hijo, al creer a Juan y hacer penitencia por sus pecados; y por esto, por ser pecadores arrepentidos y penitentes, no por el mero hecho de ser publicanos y meretrices (mejor dicho: no por el mero hecho de haberlo sido), es por lo que precedían a los fariseos, quienes aparentaban con hipocresía que le decían a Dios “voy, señor” cuando en realidad le habían respondido “no quiero” al rechazar, primero, el testimonio de Juan, que Dios había acreditado, y, luego, a Nuestro Señor Jesucristo, bien que el Padre había puesto su “sello” en Él con milagros que ningún otro hizo jamás. Y esta negativa que le habían dado a Dios los arrastró hasta el deicidio, que Jesús les profetizó, a sólo tres días de distancia de su ejecución, valiéndose de la parábola siguiente, la de los “viñadores homicidas” (Mt. 21, 33-46).

Se trata de textos evangélicos transparentes, que no necesitan exégesis (salvo para ser tergiversados), pero cuyo significado obvio parece haberse perdido en el mare magnum de la “cultura refinada” de Matino. Éste añade que quien se escandaliza del belén de marras muestra que no ha entendido «a dónde vino Cristo a encarnarse». ¡Oh, no! Vemos hoy demasiado mal en derredor nuestro así como en nosotros para que sea menester colocar en el belén a mujeres en cueros y pervertidos sexuales con objeto de que comprendamos «a dónde vino Cristo a encarnarse». Para lo único que sirve esta “novedad” es para escandalizar a la gente sencilla y a la instruida, que muestra tener, una vez más, más sentido común, humano y cristiano, que sus “pastores”

actuales. El belén tradicional se atiene al evangelio al poblar el paisaje de gente sencilla (no de pervertidos), y recuerda no “a dónde vino Cristo a encarnarse”, sino cuáles son las condiciones que se requieren para gozar de los frutos de su venida: volverse humilde y sencillo de corazón, justo como las “meretrices” y los “pecadores” que creyeron a Juan e hicieron penitencia. Pero ¿comprenden todavía estas verdades elementales del cristianismo los “neoteólogos”, que se las echan todos de poseedores de una “cultura refinada” y que quieren mandarnos a todos al paraíso a la fuerza: a los que quieren y a los que no, demonios inclusive?

Hirpinus

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