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UN LIBRO-ENTREVISTA DEL FRANCISCANO R. FALSINI

Ha aparecido recientemente en las librerías un libro-entrevista del padre Rinaldo Falsini (1). El franciscano cuenta en él los años de su formación, su “ingreso” en el movimiento litúrgico y la opinión que le merece el decreto conciliar relativo a la liturgia; añade multitud de expecta­tivas para el futuro. Se hallan en el libro una sarta de informaciones y reflexiones que será bueno tomar en consideración.

Parece particularmente oportuno detenerse en aquellos aspectos que ayudan, por un lado, a va­lorar el camino que ya ha recorrido la “reforma litúrgica”, y por el otro, a delinear los con­tornos de lo que “se cuece en el puchero” mientras se espera a que sea asimilado para ejecutarlo luego sin provocar demasiadas sacudidas, ni, por ende, reacciones nocivas para la estrategia progresista.

 

¿Continuidad o “viraje que hizo época”?

No bien se impuso desde “arriba” el nuevo rito de la misa cuando creó desorientación y descon­tento generales. El tan cacareado “pueblo de Dios” se encontró con que tenia que aceptar una re­forma que no había deseado nunca, digan lo que digan los liturgistas, quienes protestan lo hi­cieron todo por motivos “pastorales”, para liberar al oprimido pueblo cristiano de la tiranía del clericalismo y del rubricismo barroco; de ahí que los “reformadores” se hayan visto en la necesidad de fabricar un arsenal de razones en defensa de su postura contra las criticas de los denominados “tradicionalistas”. El tema central de estas apologías de la neomisa estriba en que, al decir de ellas, ninguna de las modificaciones aportadas al misal de San Pío V comportó rup­tura alguna con la misa tridentina, por lo cual la reforma no introdujo elementos contrarios a la lex credendi o dañinos de algún modo para ella (p. ej., se justifica la ampliación de la de­nominada liturgia de la palabra haciéndola pasar por un realce legitimo de un elemento ya pre­sente en el misal de San Pío V).

Sin embargo, los liturgistas más abiertamente progresistas dan pruebas de mayor coherencia. Reconocen que lo que nació con la reforma litúrgica fue algo nuevo, harto distinto de cuanto existía antes. Y lo afirman con competencia, porque saben perfectamente que la reforma que vio la luz en 1969 fue, en realidad, el fruto de un largo trabajo que se inició en la década de los veinte y maduró en el seno del llamado “movimiento litúrgico”; de ahí que Falsini pueda decir con razón: “Creo que muchos no han comprendido a fondo las líneas del concilio, su voluntad innovadora. No han comprendido que se trató realmente de un viraje que hizo época” (2). Veamos los considerandos de tamaña afirmación.

 

La orientación geocéntrica de la liturgia católica

En enero de 1945, en el primer número de la revista La Maison-Dieu, uno de los pioneros del movimiento litúrgico, el benedictino dom Lambert Beauduin, escribió un articulo programático que contenía ya todos los elementos necesarios para subvertir el sentido litúrgico católico; dicha subversión tomaba cuerpo con base en una eclesiologia errónea, pero, a pesar de ello, se granjeó al cabo de veinte años la aprobación de las autoridades eclesiásticas más altas.

En la perspectiva de los padres de la renovación litúrgica auténticamente católica, San Pío X y dom Prosper Guéranguer en particular, se yergue un elemento que delinea la fisonomía del culto católico: toda la acción litúrgica se orienta hacia la glorificación de Dios, hacia su adora­ción, y, por tanto, hacia el olvido de si. En consecuencia, la participación activa de los fie­les, que San Pío X fue el primero en invocar en el motu proprio “Entre las solicitudes” y que Pío XII invocó también en la Mediator Dei, se inserta sobre todo en esta dinámica del culto ca­tólico, toda orientada a Dios (una dinámica extática en cierto modo, en el sentido literal del vocablo = “salir de sí”). Se comprende así que, en la concepción católica de la misa, la finali­dad didáctica y parenética de la liturgia se subordine a dicho aspecto primario y que, cosa aún más importante, tome forma partiendo de la orientación susomentada. Las almas que se dejen plasmar por el espíritu litúrgico católico asumirán la actitud interior que Ntro. Señor caracterizó como la única acepta al Padre: la adoración en espíritu y verdad; penetrarán cada vez más y me­jor en la adoración permanente de la Iglesia a su esposo y orientarán a Dios toda su existencia, convirtiéndola en “un sacrificio que le es grato”.

Se viene a los ojos que esta concepción de la liturgia se enraíza en una eclesiologia eminen­temente vertical (como debe ser), es decir, en la perspectiva de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, donde lo más esencial para todo bautizado estriba en hallarse unido a la cabeza, Ntro. Sr. Jesucristo, y a la Stma. Trinidad en Él: sólo gracias a esta realidad profunda, cristo­céntrica y teocéntrica, es posible hablar también de la dimensión horizontal de la Iglesia (16).

 

La subversión del orden

Lo que se verificó con la reforma litúrgica fue, ante todo, la subversión del orden: se insistió tanto en la función didáctica de la liturgia, que se hizo de ella el fin primario. Basta echar un vistazo a la neomisa para darse cuenta de lo que decimos. No afirmamos que la dimensión vertical haya desaparecido de la misa nueva, sino que ha sido destronada por la pastoral, si se nos permite la expresión. Y cuando los fines se invierten, el resultado ya no es el mismo; de ahí que no sorprenda en absoluto que el franciscano Rinaldo Falsini, quien creció en la escuela teológico-litúrgica que condujo a la neomisa, llegue a afirmar cosas como la si­guiente: “Parecen estar todos escayolados durante la celebración; se carece a menudo de auténti­cas posibilidades expresivas, no hay ni un mínimo de espacio para ello (...). Los párrocos (...) han previsto en algunas iglesias un espacio para el conocimiento mutuo; a continuación, todo el mundo se reporta y se pasa al momento de la acción litúrgica. Pero todo eso se verifica en el mismo lugar, al cual no se le concibe como 'lugar sagrado', sino como 'domus ecclesiae'. Entrar en el 'lugar sagrado', en el 'lugar místico', no sirve para nada; antes bien, aliena” (17).

Antes de pensar que Falsini es un exagerado y que todo lo que dice no constituye sino un abuso de la verdadera reforma litúrgica, conviene hacer una pequeña reflexión de naturaleza filosófi­ca. Cuando un sujeto realiza una acción, no es posible que quiera dos fines primarios al mismo tiempo; uno de los dos tiende, por fuerza, a prevalecer sobre el otro y lo subordina. Demos un ejemplo concreto, muy actual por desgracia. La neoteología del Vaticano II condujo a la parifi­cación de los fines del matrimonio. No ya un fin primario (procreativo) y otro secundario (uni­tivo), sino dos fines primarios ambos, según se dice. Tamaño planteamiento, que es, a la vez, un absurdo moral y una violación del orden establecido por Dios, ha llevado a una consecuencia pre­visible: la desnaturalización del matrimonio y, por ende, su crisis. Algo parecido sucedió en la liturgia. La atribución de un peso excesivo a la finalidad didáctica, en desmedro de la teocéntrica, causó un desorden que arruinó la naturaleza misma de la liturgia. El resultado de dicho desorden no tiene ya nada que ver, ni puede tenerlo, con la concepción católica de la liturgia; lo que resulta de ello es una realidad distinta. Pero entonces, una vez legitimado dicho paso, ¿cuál será el límite de este proceso? Si se nos responde positivisticamente que el limite lo constituyen “las decisiones de la autoridad”, entonces es obligado decir que ésta fue precisa­mente la estrategia que usó dom Beauduin in illo tempore y que condujo a la reforma litúrgica: “Será menester proceder jerárquicamente: no tomar iniciativas prácticas que vayan más allá de cuanto al presente se halle legítimamente concedido, sino más bien preparar el futuro infundien­do amor y deseo hacia las riquezas contenidas en la antigua liturgia (...). Hemos de proceder metódicamente, poniendo en circulación trabajos populares, aunque serios. Hemos de subrayar también los aspectos morales y prácticos, como la comunión frecuente, el ayuno eucarístico, los horarios de la misa: la Iglesia no teme cambiar su disciplina en bien de sus hijos”. En resumidas cuentas: la estrategia en cuestión consistía en crear gradualmente una nueva mentalidad para constreñir luego a la autoridad a tomar nota del cambio de situación que tenía a la vista, es decir, para obligarla a aceptar los hechos consumados.

Así que para valorar correctamente la reforma litúrgica es necesario darse cuenta de que no miró principalmente a la introducción de cambios puntuales, sino a la mudanza del orden de los fines, es decir, a un cambio mucho más profundo y radical, de consecuencias incalculables; de ahí que sea menester adquirir una visión sintética de la reforma litúrgica para que se revele el sentido de cada modificación particular, un sentido que declararon en varias ocasiones, sin demasiada ambigüedad, los precursores y artífices de la reforma de marras.

 

Se halla una concepción acatólica de la Iglesia en las raíces del “arqueologismo”

La Iglesia no deja de permanecer pura y sin mácula en si misma, a lo largo de los siglos, mer­ced a la asistencia del Espíritu Santo; del mismo modo, los dogmas que custodia y la liturgia que celebra se transmiten fielmente, sin variaciones, pero con un desarrollo homogéneo. Corola­rio de esta verdad es que no pueden darse saltos o “virajes memorables” en el curso de los si­glos.

Habría sido impensable, por consiguiente, además de inaceptable, tanto para dom Guéranger como para San Pío X, el “dogma” de todo protagonista de la revolución litúrgica. Dicho “dogma” lo etiquetó Pío XII con el nombre de “arqueologismo”. Consiste en una auténtica “manía”, como lo afirma la Mediator Dei, en una locura según la cual es necesario remontarse a los tiempos de la Iglesia primitiva para redescubrir el sentido verdaderamente cristiano de la liturgia: todo lo que vino después no fue, según parece, más que un alejamiento del espíritu litúrgico de los orí­genes, por no decir una auténtica traición;                                                                               de ahí que no se trate simplemente de amor a los orígenes de la Iglesia o de mera erudición. El vicio del arqueologismo es, una vez más, de na­turaleza eclesiológica. Dicho vicio asegura, en resumidas cuentas, que la Iglesia perdió duran­te siglos el auténtico sentido litúrgico, para recuperarlo sólo hoy gracias, como es obvio, al trabajo de los “liturgistas”. Hay páginas emblemáticas al respecto en el texto de Falsini, con­sagradas precisamente a la narración de su descubrimiento de los Padres de la Iglesia y a la pseudoconstatación de la distancia y divergencia que se dan entre el modo en que éstos entienden la liturgia y la manera en que lo hace el concilio de Trento, p. ej.

A caso la mayoría no se de cuenta de ello, pero el alma de la reforma litúrgica, lo que da forma cabalmente a todas las modificaciones introducidas en la liturgia tradicional es ni más ni menos que esta visión torcida de la Iglesia; es la presunta necesidad de tener que atravesar fa­tigosamente los siglos para poder hallar la fuente cristalina del espíritu litúrgico, una fuente cegada o inficionada con el correr del tiempo (a despecho de la infalibilidad de la Iglesia).

A causa de la gangrena constituida por el nuevo rito de la misa y de un conocimiento más exac­to de la verdadera dinámica de la reforma litúrgica, varias personas admiten que la modalidad y las intenciones de la reforma pugnan objetivamente con los principios católicos; pero, añaden a continuación, una cosa son las intenciones y otra el resultado. Ahora bien, preguntamos noso­tros, si el alma de la reforma litúrgica está viciada, según se ha visto, ¿cómo es posible que el resultado de su aplicación no esté contaminado por dicho vicio? Si, por un absurdo, se le uniese a un cuerpo un alma distinta de aquella con la que estuvo siempre unido, se seguiría manteniendo, ciertamente, la semejanza del primer hombre, pero habría cambiado la identidad pro­funda del individuo, que la da el alma precisamente; conque no tendríamos ya la primera persona, sino otra, total y esencialmente distinta de aquélla. Y así sucedió con la reforma litúrgica: se quiso mantener una estructura semejante a la de la liturgia tradicional para evitar oposiciones e impugnaciones, pero insertando un “espíritu” distinto, el cual se aleja tanto del católico, que da miedo.

 

El trastorno de las proporciones

Se ha visto que la mudanza del orden de los fines produjo una realidad distinta. Se ha visto asimismo que se da el mismo efecto cuando lo que se hiere es el alma misma de la liturgia. El tercer elemento que debe tomarse en consideración para comprender exhaustivamente la reforma li­túrgica es el desbarajuste de las proporciones entre sus partes. Bueno será referir un ejemplo muy claro que aduce el propio Falsini: 'El concilio afirma la importancia de la palabra en la celebración (...). Se trata de la superación de la visión protestante, que lo desequilibra todo por el lado de la palabra absoluta, pero también de la concepción católica, dado que subraya la visión unitaria que debe unir palabra y liturgia” (18). ¿Qué afirma Falsini? Que las modifi­caciones introducidas en la parte didáctica de la misa, llamada “liturgia de la palabra”, cons­tituyen una “superación” de la “concepción católica” de la misa. En la práctica, lo que se tiene hoy es algo no católico respecto a cuanto había antes. En efecto, en todo hay una proporción, la cual tiene sus razones (de orden funcional, estético...); la monstruosidad es el trastorno de dicho equilibrio. ¿Quién consideraría normal a un hombre con tres cabezas en vez de una, con un solo ojo o con cuatro piernas? ¿Quién no repararía en la monstruosidad de un hombre que tuviese, p. ej., las orejas en el lugar de la boca?

Pues bien, ante el desbarajuste de las partes de la santa misa y de sus proporciones en el to­do, hay quien se obstina, pese a ello, en declarar legítimo el resultado obtenido. Falsini ve en esto bastante mejor que muchos otros: la ampliación de la parte didáctica, la reducción drástica del ofertorio, la eliminación de los ritos introductorios, etc., constituyen ni más ni menos que una “superación” de la concepción católica de la misa. Lo que se ha creado es algo diferente de lo que la Iglesia ha custodiado y entregado de generación en generación.

 

Perspectivas reformadoras para el futuro. Su enemigo: Ratzinger

Si nos ayudamos de las reflexiones realizadas, que esperamos hayan puesto en claro el vuelco estructural que se le ha dado a la liturgia católica, no deberían ya maravillarnos gran cosa las propuestas que hace Falsini: “(estoy) convencido de que en la renovación litúrgica se verificó un auténtico tránsito del Espíritu Santo. No estoy igual de convencido de que su acción haya terminado; antes al contrario, creo que acaba de empezar, pese tanto a la tentación natural de resistir a tal acción con un reflujo en dirección al pasado, como a la de vanificarla mediante una comprensión y ejecución superficiales del decreto conciliar (...). El viraje memorable acaba de empezar; ojala que Dios siga suscitando el mismo Espíritu para que prosiga su acción; espere­mos que no se tope con demasiados obstáculos” (19). Y uno de tales obstáculos es, para Falsini, nada menos que el Papa actualmente reinante: “el cardenal Ratzinger es contrario a una concep­ción 'activa' de la participación: acepta la constitución litúrgica, pero critica fuertemente la aplicación de la reforma; sólo piensa en el pasado; la restauración es para él como un enlucido, y la liturgia es algo histórico; para él, la participación es la interior, la adoración, no la externa” (20).

Así que Falsini, harto consciente del alcance real de la reforma litúrgica, abre el camino a algunas nuevas reformas, que acaso hoy puedan parecer algún tanto excesivas, pero que, con el tiempo, si no se invierte radicalmente el rumbo, entrarán en los hábitos litúrgicos (la historia lo enseña: basta pensar en el caso de la comunión en la mano). Entre los arietes de Falsini se halla la propuesta de reformar la celebración de la penitencia, “el único sacramento en plena crisis (¡ojala!): falta por completo la asamblea a la escucha de la palabra (?!), que, sin embargo, es el dato primario (¡también en la confesión!),por lo que no pasa de ser un hecho meramente jurídico; no tiene nada de celebrativo” (21). Otra “joya”: “el problema del ejercicio de los ministerios por parte de las mujeres es, en realidad, un pesudoproblema. Basta examinar este asunto de las ministrantes: aún hoy, lo que las mujeres hacen (¡y que no deberían hacer!)es tan sólo una concesión, no un derecho; no se verifica ningún reconocimiento de su papel. Por consiguiente, prevalece la visión machista de la Iglesia...”(22). Tampoco faltan propuestas pa­ra que el “presidente” -nosotros, los cristianos, lo denominamos “sacerdote”- no se ponga dema­siado en el centro de la atención y le robe espacio a la “ministerialidad” de los seglares; ni otras que preveen un momento de encuentro de la comunidad después de la celebración de la misa, posiblemente en el mismo lugar en el que se la ha celebrado...

A decir verdad, no son tales propuestas lo que da miedo. Lo que le deja a uno atónito y cogi­tabundo es, en cambio, la incomprensión, por parte de quien no debería tenerla, de los propósi­tos reales de la reforma litúrgica, una reforma que ha subvertido ya esencialmente el culto ca­tólico (y que por tal motivo resulta inaceptable) y que jura que no puede detenerse.

Lanterius

 

Notas:

(1) Riforma liturgica e Vaticano II: un testimone racconta. Rinaldo Falsini a colloquio con G. Monzio Compagnoni, (Reforma Litúrgica y Vaticano II: un Testigo Cuenta. Rinaldo Falsini Charla con G. Monzio Compagnoni). Milán: Ed. Ancora, 2005.

(2) Falsini, ibidem, pp. 74-75.

(3) Nos parece útil recordar, para ser completos, que no fue por casualidad por lo que Pío XII, para remediar la difusión de los errores, hizo que la encíclica Mystici Corporis, sobre la Iglesia, precediera a la Mediator Dei, relativa a la liturgia.

(4) Falsini, op. cit., p. 91.

(5) Falsini, ibid, p. 64. Las negritas son nuestras.

(6) Falsini, ibid., p. 19.

(7) Falsini, ibid., pp. 71-72. Falsini no le ahorra otra estocada a Ratzinger: “No puedo olvi­dar la doble declaración del cardenal Ratzinger en 1997 a propósito de la prohibición de Pablo VI sobre el uso del misal de Pío V -definida como un trágico error, porque este representa la auténtica tradición de la fe y de la liturgia de la Iglesia- y su juicio sobre el misal de Pablo VI, como un producto de erudición de especialistas y de competencia jurídica. Mi réplica fue de presunción y de incompetencia” (p. 102).

(8) Falsini, ibid., p. 72.

(9) Falsini, ibid., p. 73.

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