SANTIAGO, HIJO DE JOSÉ, HERMANO DE JESÚS
A PROPÓSITO DE UN RECIENTE DESCUBRIMIENTO ARQUEOLÓGICO...
El hecho
Un tal Bazzi, sacerdote de la diócesis de Fiesole, expone en Toscana Oggi del l/XII/2002, con el titulo Los hermanos de Jesús y la virginidad de María, sus “consideraciones” sobre el descubrimiento que se realizó en Jerusalén de una urna que porta la inscripción: Santiago, hijo de José, hermano de Jesús.
«Aún estamos a la espera -escribe- de que el paleógrafo francés André Lernaire haga público oficialmente el descubrimiento». Así pues, habría sido oportuno, cuando menos, esperar a dicha publicación oficial; pero Bazzi pensó que no debía esperar a ello para sembrar dudas sobre la virginidad perpetua de la santísima madre de Dios.
¿Qué “José”?
Comienza dando por averiguado que la inscripción Santiago, hijo de José, hermano de Jesús se refiere a Santiago el Menor, a quien los evangelios cuentan entre los «hermanos de Jesús» y que fue obispo de Jerusalén. En cambio, el autor del descubrimiento, André Lemaire, dice con más prudencia que es “muy probable” que la inscripción de marras haga referencia a dicho personaje. Pero no se olvide, nos permitimos añadir nosotros, que entre los “hermanos de Jesús” de que habla el evangelio hay uno también llamado José (v. Mt. 27, 56; Mt. 13, 55; Mc. 6, 3); de ahí que el Santiago mencionado en la urna podría haber tenido por padre a este “José, hermano de Jesús”, por lo que no habría pasado de ser un homónimo de su tío Santiago, tanto más cuanto que en los evangelios no se califica nunca a éste de “hijo de José”, sino de «hijo do Alfeo», como veremos.
Una “interpretación” herética
Bazzi escribe luego que, “en general”, se dan tres “interpretaciones” de la expresión “hermano de Jesús”, y pone en primer lugar la siguiente: « ‘Hermano’ ha de entenderse en su sentido propio, por lo que Santiago, en cuanto hijo tanto de José como de María [¡sic!], es hermano carnal de Jesús» (!).
Bazzi olvida que ésta no constituye una “explicación” cualquiera posible, con derecho de ciudadanía en el mundo católico, sino que constituye una herejía contra la cual levantaron la voz en el pasado los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos de los primeros siglos, y que fue condenada por el magisterio de la Iglesia, según veremos. A la vista de lo anterior, ¿hemos de pensar que para Bazzi, un sujeto ecuménicamente puesto al día, son equivalentes el dogma y la herejía?
“Testimonios evangélicos” que no figuran en los Evangelios, y una “tradición” que no est tal Bazzi añade: «Que [Santiago] sea ‘hijo de José’ [sic] pocos lo ponen en duda, habida cuenta de los testimonios evangélicos [sic] y de la confirmación brindada por el osario encontrado».
A decir verdad, ni a Santiago ni a los otros “hermanos de Jesús” se les llama nunca “hijos de José” en los evangelios, así como tampoco se les denomina “hijos de María” (v. F. Spadafora, Dizionario Biblico, voz Fratri di Gesú), antes bien, a Santiago en particular se le llama “hijo de Alfeo”, como recordamos y documentamos unas líneas más arriba. De ahí que no sepamos, entre otras cosas porque Bazzi no nos lo dice, cuáles son los “testimonios evangélicos” en que pretende fundarse; a menos que nos quiera vender por tales a los evangelios apócrifos, en especial el Protoevangelio de Santiago, respecto de cuyo autor supuesto, Santiago (no el Apóstol), hijo no menos supuesto de san José, se finge que fue habido por éste de un matrimonio anterior al suyo con la Virgen. No obstante, es sabido que «otro punto desagradable de los apócrifos [allende la aserción de que José se hallaba en la decrepitud al tiempo de su desposorio con María] lo constituyen las primeras nupcias y la subsiguiente viudez de José» (Enciclopedia Cattolica, voz Giuseppe). De hecho, ¿quién no ve «la inconveniencia y, por ende, la inadmisibilidad de un vínculo conyugal precedente, aunque se disolviera regularmente con la muerte de la primera esposa, de quien había sido preordenado por Dios a desposarse con la virgen de las vírgenes»? «Es inconcebible como un buen ordenamiento aquel en que el Señor, quien se había preparado una Madre tan perfecta, no hubiera preparado asimismo (...) al esposo de su madre» (P. C. Landucci, Maria Santissima nel Vangelo, págs. 255 y 110).
Bazzi, empero, parece no tener ojos para ver esta inconveniencia y expone como sigue su segunda “interpretación” del término “hermano”: «2. ‘Hermano’ ha de entenderse en el sentido de ‘hermanastro’, es decir, un hijo que José había tenido de un matrimonio precedente. La tradición oriental y muchos autores modernos [nos gustaría conocer un nombre al menos] entienden en este sentido los ‘hermanos y hermanas de Jesús’».
¿Quién diablos cometió la injusticia de suponer que a los modernos “novadores” los anima un “espíritu antitradicional”? He aquí a Bazzi apelando a la “tradición” (¡oriental, sí, pero tradición al fin y al cabo!). Lástima, sin embargo, que su “tradición oriental” no valga más que sus “testimonios evangélicos”, de que hablamos antes: «La narración de los apócrifos relativa a un matrimonio precedente de José gozó de amplio crédito en la tradición oriental, cuyos escritores acogieron de buen grado tal especie para solucionar con más facilidad la dificultad bíblica de los ‘hermanos del Señor’: éstos eran, al decir de ella, hijos de José, habidos de un matrimonio anterior. Dicha opinión convenció y se encuentra todavía en los libros litúrgicos orientales, especialmente los griegos. Los latinos, en cambio, salvo contadas excepciones (San Hilario, Gregorio de Tours, el Pseudo-Ambrosio), entendieron de común acuerdo la locución ‘hermanos del Señor’ en el sentido impropio de ‘primos’, conforme a la acreditada información proporcionada por Hegesipo (hacia el año 180 d. C., en Eusebio de Cesarea [PG 20, 380J]); de ahí que rechazaran en globo la narración legendaria de los apócrifos sobre el primer matrimonio de José» (Enciclopedia Cattolica, voz Giuseppe).
Desvalorización de la explicación tradicional Bazzi expone como sigue, en tercer y último lugar, la “interpretación” católica, afirmada por la tradición y defendida victoriosamente por los teólogos y exegetas dignos de este nombre:
«3. Desde Jerónimo en adelante, se entendió en Occidente la voz ‘hermano’ como ‘primo’ [...] Ejemplos en las Escrituras no faltan...».
¿”Desde Jerónimo en adelante”? Ya el historiador Hegesipo, que escribió cinco libros de memorias en Roma, hacia el 180, atestigua que dos “hermanos” de Jesús (Simón y Judas) eran primos de Nuestro Señor (v. Enc. Cat., cit., y F. Spadafora, Dizionario Biblico, cit.). Y su testimonio sigue siendo válido no porque -o mejor dicho- no sólo porque “no falten ejemplos en las Escrituras” sino, sencillamente, porque faltaba en la lengua hebrea o aramea del tiempo de Jesús, igual que ocurre hoy todavía en muchas lenguas y dialectos, el vocablo correspondiente a “primo” (así como los que corresponden a “sobrino” y a “cuñado”), y porque el griego de los evangelios, que es una lengua impregnada de semitismos, emplea la palabra griega “hermano” (adelfós) en el sentido que tiene la voz correlativa en hebreo y arameo: de ahí que san Agustín (In Ioann. 10, 2) escribiera que la Sagrada Escritura «tiene una lengua propia [habet linguam suam]; quien no conoce esta lengua se turba y dice: ‘¿De dónde vienen estos hermanos del Señor? ¿Es que acaso María siguió pariendo?’» (v. F. Spadafora: Attualitá Bibliche, Citta Nuova, ed. 1964, pág. 117). Angelo Penna, miembro de la Pontificia Comisión Bíblica (que no había perdido su seriedad a la sazón) y profesor de hebreo y griego bíblicos en la Pontificia Universidad de Letrán, escribía: «Mucho más sencilla es la dificultad que deriva de la expresión ‘hermanos de Jesús’. En todas las lenguas, pero especialmente en la que hablaba Jesús, la voz ‘hermano’ goza de una elasticidad notable; se usa para denotar al hermanastro, al primo y hasta a un pariente más lejano. La opinión más difundida desde la antigüedad los señala como ‘primos hermanos’» (Cento problemi biblici, ed. Pro Civitate, 1962). San Jerónimo, pues, no inicio “explicación” alguna, como pretende Bazzi, sino que le cupo el mérito no más de defender la explicación ya tradicional en la Iglesia contra Elvidio o Joviniano, herejes negadores de la perpetua virginidad de María santísima.
El “Evangelio según Bazzi”
Bazzi pasa a hilvanar “algunas reflexiones”, una vez presentadas sus tres “interpretaciones” como equivalentes sobre poco más o menos (la primera de las cuales es herética; la segunda, infundada e inconveniente; sólo la tercera es la tradicional y verdadera, pero Bazzi se las ingenia para restarle valor).
La primera reflexión nos asegura que «los datos del Nuevo Testamento y los demás testimonios antiguos [sic] no son claros tocante al sentido exacto del parentesco entre Santiago y Jesús. Honestamente [sic], hay que reconocer que la manera más lógica [¿?] de entender la expresión ‘hermano de Jesús’ es la de considerar a Santiago hijo de los mismos padres que Jesús [¡sic!]. Así pues, no sólo hijo de José, sino también de María. Éste es, en efecto, el sentido constante en los evangelios y en todo el Nuevo Testamento». ¡Increíble pero cierto!
Comencemos por “los datos del Nuevo Testamento”. De Santiago el Menor, “hermano de Jesús”, los evangelios nos dan el nombre de su padre, Alfeo, y de su madre, María, y precisan que se trataba de una “hermana” de la madre de Jesús, es decir, también aquí, de una cuñada o prima de ésta. San Mateo, en efecto, en el elenco de los Apóstoles (10, 3), llama a Santiago el Menor «Santiago, el de Alfeo», para distinguirlo de «Santiago, el de Zebedeo» (10, 2), que era Santiago el Mayor, hermano de Juan, ambos «hijos de Zebedeo» (Mc. 10, 35 y Mt. 20, 20). Lo mismo hacen el evangelio de san Marcos (3, 18), el de san Lucas (6, 15) y los Hechos de los Apóstoles (1, 13): «Santiago, hijo de Alfeo». Si, pues, los datos del Nuevo Testamento nos dicen que Santiago el Menor es hijo de Alfeo, no puede ser hijo de José al mismo tiempo.
El evangelio de san Marcos nos da también, más adelante (15, 40), el nombre de la madre de Santiago el Menor: en el Calvario, entre las «mujeres que le miraban desde lejos» (a diferencia de la madre de Jesús, quien estaba a los pies de la cruz), se hallaba «María la madre de Santiago el Menor y de José» (otro ‘hermano de Jesús’). A esta otra María se la llama más adelante, con mayor brevedad, «María la de José» (15, 47) y «María la de Santiago» (16, 1), distinguiéndola siempre claramente de María la madre de Jesús: «Nunca en el Nuevo Testamento se llama ‘hijo de María’ o ‘hijo de José’ a ninguno de estos ‘hermanos de Jesús’, mientras que cada vez que hallamos junto al nombre de María santísima el apelativo ‘madre’ le sigue siempre la neta especificación ‘de Jesús’» (F. Spadafora, loc. cit.). En consecuencia, cabalmente de Santiago el Menor nos brindan los evangelios los nombres de sus padres, que, salta a la vista, no son los de los “padres propios” de Jesús. De ahí que no se pueda de buena fe (a menos que no se hayan leído jamás los evangelios), o por mejor decir, de ahí que rebase el límite de toda deshonestidad e ilogicidad el escribir que, “honestamente, hay que reconocer que la manera más lógica de entender la expresión ‘hermano de Jesús’ es la de considerar a Santiago hijo de los mismos padres que Jesús” (¡precisamente eso mismo que los evangelios excluyen con toda claridad!), para agregar a continuación, a título de remache y de una manera absolutamente gratuita: “Éste es, en efecto, el sentido constante en los evangelios y en todo el Nuevo Testamento” (!).
Si pasamos luego a los “testimonios antiguos”, basta sólo con considerar el hecho de que, desde los primeros siglos, se reputaba la virginidad de María por verdad fundamental del cristianismo: tan es así que se la insertaba en la “regla de la fe”, obligatoria para todos los creyentes: Conceptus de Spiritu Sancto (...) natus ex Maria Virgine (Símbolo de los Apóstoles); sin que para ello constituyeran el menor obstáculo “los hermanos de Jesús”, nombrados por los evangelios y bien conocidos de la comunidad cristiana primitiva, como que algunos de ellos fueron jefes de ésta: señal de que para todos era indiscutible que no se trataba de hermanos en sentido propio. Con esto basta, sin que sea menester citar a los Padres de la Iglesia.
También los “testimonios antiguos”, pues, excluyen claramente que la expresión “hermano de Jesús” usada por los evangelios signifique, como pretende Bazzi, “hijo de los mismos padres que éste”.
El Magisterio, al desván
Nótese que, al menos oficialmente, Bazzi no es un protestante, sino un cura católico, para quien el magisterio de la Iglesia deberla ser “norma próxima” de verdad; pero, por el contrario, no apela jamás al magisterio de ésta, exactamente igual que un protestante, aunque a dicho magisterio y sólo a él le incumbe determinar el sentido verdadero de las Sagradas Escrituras.
Ahora bien, el concilio primero de Letrán (649) sentenció: «Si alguno no confiesa, de acuerdo con los santos Padres, propiamente y según verdad por madre de Dios a la santa y siempre Virgen María, como quiera que concibió en los últimos tiempos sin semen por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre, e incorruptiblemente lo engendró, permaneciendo ella, aun después del parto, en su virginidad indisoluble, sea condenado»; y el concilio tercero de Constantinopla (680) renovó, contra los monotelitas, la misma profesión de fe, ensalzando en María la «inmaculada virginidad imperecedera antes del parto, en el parto y después del parto» (Enciclopedia Mariana Theotocos, pág. 299). Mas Bazzi, como todos los modernistas, parece haber relegado al desván, amén de a los evangelios, también a su Denzinger.
Bombas de humo y “coletazo”
Con eso y todo, seríamos injustos si dijéramos que Bazzi hace caso omiso por entero del magisterio de la Iglesia, como si no existiese; pero no es así: lo que ocurre es que lo quiere en “evolución”, hasta el punto de que, sacando del “depósito de la fe cosas nuevas y cosas antiguas”, se llegue a sacar asimismo cosas en contradicción con las antiguas.
Con tal objeto, hace de todo para minimizar el alcance y el peso del magisterio ordinario y extraordinario de la Iglesia: «la virginidad de María in partu [sólo in partu] es tradicional y antigua. La afirmación de la virginidad perpetua de María es doctrina común desde el siglo VI en adelante [¿sólo desde el siglo VI hasta acá?], desde que el concilio II de Constantinopla la recibió [¡si la “recibió”, es que tal doctrina común ya existía!] en un canon [a decir verdad, la formuló varias veces en diferentes cánones: véase Denz. §§ 214, 218, 227]. Cuenta con los sufragios de la liturgia; la sostienen asimismo algunas declaraciones de los papas [¡por fin!: bienaventurados los últimos...]». Mas ¿qué importa todo eso? «Estas afirmaciones tienen un carácter global [¿?] -nos asegura Bazzi-, sin alzarse nunca a la categoría de declaraciones solemnes y detalladas [pero ¿es que no son “solemnes y detalladas” las dos declaraciones conciliares susomentadas?]». Y después de estas bombas de humo lanzadas contra el magisterio ordinario y extraordinario de la Iglesia, agrega Bazzi, con un “coletazo” final: «Es menester reconocer que a lo largo de la historia, sobre todo al principio y hoy, se han alzado voces contrarias a la virginidad perpetua [de María], contra las que no se han formulado acusaciones de herejía ni condenas directas».
No hagamos comentarios sobre el “hoy”, dado que en la actualidad se les otorga un “pase” a todas las herejías en el mundo católico (no sin razón definió san Pío X el modernismo como «cloaca de todas las herejías»); mas pasa de castaño oscuro asegurar que “sobre todo al principio (...) se alzaron voces contrarias a la virginidad perpetua [de María], contra las que no se formularon acusaciones de herejía”: «Concebido del Espíritu Santo (...) nacido de la Virgen María» constituye, desde el principio, el artículo fundamental de la fe católica, y como tal figura en el Símbolo de los Apóstoles, que constituye la expresión del magisterio infalible de la Iglesia desde el comienzo, por lo que es regula fidei para todos los cristianos desde siempre. No hace falta más para entender por qué los escritores eclesiásticos y los Padres de la Iglesia se interesaron, desde el principio, en sus diferentes tratados denominados -¡mire usted qué casualidad!- Adversus haereses (“Contra los herejes”), por las “voces contrarias a la virginidad perpetua [de María Santísima]” de ahí que San Epifanio pudiera resumir, a finales del siglo IV, la fe constante desde el “principio”: «¿Quién y
cuándo osó [¡sic!] nunca pronunciar el nombre de María sin añadirle, en caso necesario, el apelativo de ‘Virgen’?» (Adversus haereses 78, 6). Pero Bazzi nos dice que “en el principio”, igual que hoy, ¡no se formularon acusaciones de herejía ni condenas directas contra las voces contrarias a la virginidad perpetua de María!
¿Reír o llorar?
Así que no sabemos si reír o llorar cuando Bazzi habla del «gran redescubrimiento de María en el ámbito de la Iglesia desde el concilio Vaticano II». Su escrito basta por sí solo para probar de qué clase de “redescubrimiento” se trata: el redescubrimiento de todas las herejías antimarianas. Y, por si no bastase, aquí está la confesión del mismo Bazzi: «esta renovación mariana se ha hecho, a causa de su apertura ecuménica entre otras cosas, sin contradecir, aunque también sin exaltar [sic], este aspecto particular [la virginidad] de la tradición sobre María». Se trata del diabólico de Maria nunc satis (“¡Basta ya de María”), que resonó en el concilio “ecumenista” y que se perpetúa escandalosamente en el postconcilio.
No sólo es la “apertura ecuménica” la que sugiere que “no se exalte” (léase: que se deprima) la virginidad de María. También está el “hombre de hoy”, embargado por la pasión de la sensualidad, al cual es menester “abrirse”; por respeto a dicha pasión, se hace imperativo presentar «la fe en la virginidad perpetua de María en sentido positivo, evitando toda forma de desprecio del cuerpo y de la sensualidad». Poco importa que éste sea exactamente el argumento esgrimido por todos los herejes, desde los antiguos encratitas (siglo II) a los cátaros (más recientes), quienes sostenían (más púdicamente, todo hay que decirlo) que la virginidad de Nuestra Señora desvalorizaba el matrimonio (v. Enciclopedia Mariana Theotocos cit., pág. 272).
Está claro que para Bazzi, modernismo obliga, no son los tiempos los que deben adaptarse a la verdad revelada, sino que es ésta la que ha de corromperse para adaptarse a aquéllos.
Las mentiras de Satanás
Bazzi no ignora que «los amigos de Cristo no toleran oír que la Madre de Dios cesó de ser virgen» (San Basilio, Homilia in S. Christi generationem, § 5). Por eso larvatus prodit, avanza con cautela (aunque no demasiada). De ahí que titule su conclusión: La búsqueda de la verdad, como si la virginidad perpetua de la Virgen santísima fuera todavía una verdad que hubiera de buscarse, no un dogma que ha de aceptarse con fe humilde y firme. Se invita a los católicos «a no empantanarse en disputas anacrónicas [¡sic!], porque «los estudios y nuevas contribuciones de la arqueología, la historia y la exégesis están rediseñando el sentido global de nuestros orígenes [y, por ende, también el de nuestros dogmas] con nuevos riesgos [sic], pero también con una riqueza y amplitud prometedoras [sólo en la culpable ilusión de quien ha degradado la fe, fundada en la ciencia infalible de Dios, al rango de una “variable dependiente” de las falibilísimas ciencias humanas]. Cosas buenas [¿de veras?] y nuevas [éstas sí, pero no son buenas] esperan a quien, como centinela [traidor, más bien] sabe vigilar [y aquí el diablo dantesco diría: “¡No pensabas que fuese yo tan lógico!”; cf. Infierno XXVII, l23]». Y además: «la rigidez de ciertas reacciones y la caza de brujas que se desencadena inevitablemente en algunos ambientes cuando se tratan ciertos temas [¡sic!] [¡dogmas!] es una contaminación de la tradición, no la salvación de la verdad».
¡Menos mal que la Iglesia pensó desde el principio exactamente al revés! Léase a San Juan, el Apóstol de la caridad: «Si alguno viene a vosotros y no lleva esta doctrina, no lo recibáis en casa, ni lo saludéis siquiera» (2 Jn 10). Si la Iglesia hubiera hablado y razonado como hace Bazzi, no quedaría hoy piedra sobre piedra de la revelación divina. Pero el amor a Cristo, su esposo, y la caridad para con las almas, que se pierden sin la divina revelación, le impidió hacer suya la mentira de Satanás que hoy nos repite Bazzi (esperemos que sin saber lo que hace): «No es cierto que si tocarais este dogma (o cualquier otro), no seríais ya católicos; ¡al contrario, lo seréis más todavía, aún mejor!».
Irresponsabilidades más altas
Bazzi es docente de ciencias religiosas en el Instituto Superior de Florencia, además de sacerdote de la diócesis de Fiesole; Toscana oggi, por su parte, constituye el semanario interdiocesano de los obispos toscanos. ¿Es así como el obispo de Florencia, el de Fiesole y los demás obispos tutelan la fe católica en esa región? Cierto es que, en los tiempos que corren, poco han de temer de la autoridad eclesiástica humana. Mas ¿acaso es también poco lo que deben temer de la autoridad divina?
Marcus
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