UN VUELCO RADICAL EN LA DOCTRINA Y LA MORAL CATÓLICA EL MENSAJE DEL SIMPOSIO SOBRE DISCAPACITADOS MENTALES
Los hechos
En el simposio internacional sobre “Dignidad y derechos del discapacitado mental” llegó, a nombre de Juan Pablo 11, un “Mensaje” en el que puede leerse: “lo que más merece nuestra atención es la cura de las dimensiones afectivas y sexuales del discapacitado [también mental]. Se trata de un aspecto que a menudo se elimina o se afronta de manera superficial y minimizadora, o incluso de forma ideológica. La dimensión sexual, en cambio, es una de las dimensiones constitutivas de la persona, la cual, al haber sido creada a imagen de Dios Amor, se ve llamada originalmente a proceder al encuentro y a la comunión” (L’Osservatore Romano, 9 de enero de 2004).
El Papa - comenta el periódico Corriere della Sera, 9 de enero de 2004 - “no indica consecuencia práctica alguna [¿y cómo habría podido?], pero afirma con claridad un principio que podría tener muchas consecuencias”. Otros, de hecho, se han dado prisa en sacar estas consecuencias, aunque sólo sea en parte. Así, Elio Guerriero, cultor y difusor en Italia de la “nueva teología” de Urs von Balthasar y de su amiga “mística” Adrienne von Speyr (vid. si si no no del 15 de octubre de 1992, pág. 7) ha descrito el Mensaje como “nuevo y valiente “: “¡por fin rompe un tabú! Creo que habría que decir más, pero confieso que ya ha dicho más de lo que esperaba “. El subsecretario de Salud, Guidi, ha dicho luego que “el discurso del Papa constituye una descarga eléctrica para el mundo laico pero sobre todo para el mundo católico. El derecho a la sexualidad es la premisa para la integración total del discapacitado [también mental]. “
No conocemos qué participación real haya tenido Juan Pablo 11 en este Mensaje (considerando su estado de salud), pero está claro que no se trata de “una descarga eléctrica” ni para el mundo laico, que vive de absurdidades y de inmoralidad, ni para el mundo católico, que se abrió a las absurdidades y a la inmoralidad tras el Vaticano 11, sino de un vuelco radical de la doctrina y de la moral católica.
Un principio insostenible
Empecemos por el siguiente principio: “la dimensión sexual es una de las dimensiones constitutivas de la persona “. Si este principio fuera cierto, no lo sería entonces la doctrina evangélica que afirma la superioridad de la virginidad sobre el matrimonio y la doctrina católica sobre el objetivo primario del matrimonio y sobre el matrimonio en general.
Cuando Nuestro Señor Jesucristo explica que es mejor no casarse (Mt. 23, 30 y 19, 12), en absoluto exige renunciar a “una de las dimensiones constitutivas de la persona humana”; de no ser así, sacerdotes, religiosos y religiosas serían personas incompletas. Y de la misma forma, San Pablo no desea que todos se conviertan en personas a medias cuando escribe que querría que todos fuesen célibes como él (1° Cor. 7, 8), que quien no tiene esposa no debería buscar una (v. 27), que el padre que no le busca un marido a su hija “actúa bien” (v. 38) y que la viuda es “mucho más feliz” si no busca segundas nupcias (v. 24). Pero esto significa que quien renuncia al matrimonio no renuncia a nada que sea esencial para su propia perfección personal, sino que renuncia a algo que podría incluso obstaculizarla. Y lo que no es esencial para la perfección de la persona sino que, en el estado actual de naturaleza decaída, podría incluso ser un obstáculo para el perfeccionamiento personal, claramente no puede ser “una de las dimensiones constitutivas de la persona humana”.
Igualmente, Nuestro Señor Jesucristo, cuando nos dice que “en la resurrección, ni los hombres tomarán esposa ni las mujeres tomarán marido, sino que serán como los Ángeles de Dios en el Cielo” (Mt. 22, 30), para nada nos anuncia un recorte de nuestra “persona”, sino un perfeccionamiento mediante la cesación de una función transitoria cuyas tareas se limitan a la vida presente y caducan en ella. Ahora bien, lo que es transitorio no puede ser, claramente, “una de las dimensiones constitutivas de la persona humana “.
Una justificación absurda
La justificación que se da en el Mensaje para el principio es tan errónea como éste último: la dimensión sexual sería “una de las dimensiones constitutivas de la persona” porque ésta, “al haber sido creada a imagen de Dios Amor, se ve llamada originalmente a proceder al encuentro y a la comunión”.
Claro, el hombre, por naturaleza, es un “animal sociable” y por lo tanto necesita también la ayuda de otros hombres, ayuda que él da y recibe en el seno de la sociedad, pero la sociedad humana no se termina en la sociedad doméstica en la que nace, ni tampoco se termina necesariamente en la que podría formar. Además, necesita una sociedad civil y, sobre todo, aquella sociedad sobrenatural que es la Iglesia, la cual es la única que le permite alcanzar su último y supremo bien personal, o sea la unión con Dios. Decir que la sexualidad es una de las “dimensiones constitutivas de la persona humana” porque ésta se ve llamada “a proceder al encuentro y a la comunión” significa también reducir la sociedad humana a una de sus formas específicas (natural y básica, por supuesto, pero ni única ni suficiente por sí misma), una forma (la sociedad de los dos sexos) que, además, aunque sea necesaria para la sociedad, no lo es en absoluto para el perfeccionamiento de las personas.
Si esto no fuera así, si la sociedad de los dos sexos fuese necesaria para el perfeccionamiento personal, el matrimonio (el único en que es lícito el ejercicio del “derecho a la sexualidad”) sería, además que un derecho, un deber para todos. De hecho, lo que es necesario para el perfeccionamiento de la sociedad no obliga a todos, sino solo a unos cuantos, ya que la sociedad necesita diversas prestaciones. Por eso, ya que no todos están obligados a ser médicos, sino que es suficiente con que algunos lo sean, del mismo modo no todos están obligados a contraer matrimonio, pues la sociedad necesita también otras contribuciones, los cuales encuentran o podrían encontrar algún obstáculo en el matrimonio (vid. Santo Tomás S. Th. Suppl. q. 41). Además, la sexualidad es tan poco una dimensión constitutiva de la persona humana que “el derecho a la sexualidad” puede negarse incluso a quienes hayan sido demostrados “incapaces de contraer matrimonio por defecto mental o corporal” (Pío XII, Alocución al Tribunal de la Rota, 3 de octubre de 1941).
El escollo
La equivocación del principio afirmado en dicho “Mensaje” se manifiesta también en el hecho de que es no factible dentro de los límites de la moralidad.
Si la “dimensión sexual” fuese realmente “una de las dimensiones constitutivas de la persona humana”, incluso los discapacitados mentales tendrían el derecho de ejercitarla. ¿Pero cómo? En el matrimonio no, porque el matrimonio (incluso el natural), siendo esencialmente un contrato, exige, para su validez, que las dos personas sean idóneas para estipularlo. No queda otra cosa sino el concubinato o la fornicación, pero están prohibidas por la moral.
Y éste es el escollo alrededor del cual los “expertos vaticanos” presentes en el simposio se han empeñado en dar vueltas frente a unos periodistas despiadadamente lógicos. El Mensaje, de hecho, afirma que es posible (y, según dicen, “en algunas comunidades cristianas” esto ya se habría realizado) “reequilibrar afectivamente el sujeto con discapacidades mentales y llevarlo a conducir relaciones interpersonales, ricas, fecundas y satisfactorias “. Acerca de estas “relaciones interpersonales, ricas, fecundas y satisfactorias “, el Mensaje del Papa (o de quien hacía sus veces) “no da indicaciones concretas “ (Corriere della Sera, cit.), pero los “expertos vaticanos” no han podido evitar darlas, presionados por la prensa: “Por supuesto aquí el Papa no se refiere ni al matrimonio ni tampoco a relaciones sexuales fuera del matrimonio, que para la moral católica son siempre inaceptables. Con ‘relaciones satisfactorias’ - explican los expertos vaticanos que han participado al simposio - entendemos relaciones de amistad, que en el caso del sexo opuesto tienen también implicaciones sexuales, pero entendidas como algo que no llegará a una relación física. Cuando la Iglesia católica habla de ‘educación afectivo-sexual del discapacitado; la palabra ‘sexual’ tiene el mismo significado que tiene en la frase ‘educación afectivo-sexual de los futuros sacerdotes “. (Los cuales no sabemos si se sentirán halagados por tal comparación).
La utopía de los “castos amores sexuales”
Si los “expertos vaticanos” creían haberse librado, siguieron impertérritos con otra perniciosa utopía, la de los “castos amores sexuales” (mons. Pier Carlo Landucci). Utopía teológicamente errónea porque implica la negación del pecado original y de sus consecuencias, que todos experimentamos, por lo que “habiendo perdido la naturaleza su integridad por culpa de la caída original, y habiendo perdido la parte hegemónica del hombre su señoría, la labilidad frente al dominio del sexo se convierte en la condición misma del hombre”, con lo que, a la persona humana, “le toca preservar la señoría moral con una lucha perpetua. No está encadenada a la concupiscencia, como quería Lutero, sino a la lucha contra la concupiscencia” (R. Amerio Iota Unum p. 200 y p. 198).
Utopía incluso en el plano psicológico solamente, pues se mueve en el campo de la pura abstracción, sin nexo alguno con la realidad concreta, pretendiendo separar la afectividad sexual de la atracción física, que son, en cambio, dos componentes complementarias y (¡ellas sí!) constitutivas de la atracción entre los dos sexos. Por lo tanto, la satisfacción aun parcial de la primera encuentra, tarde o temprano, su culminación natural en la segunda. Utopía que, en el caso de los discapacitados mentales, alcanza su clímax, pretendiendo que personas ya lo bastante heridas en su parte hegemónica del hombre (intelecto y voluntad), expuestas a la ocasión, tengan la fuerza moral de vencer todo impulso contrario a la Ley divina; en breve, que tengan una “señoría” de la que ni siquiera el hombre normal es capaz sin huir de las ocasiones (todo ello, por supuesto, combinado con la oración).
Los “padres”, no los santos, de la “nueva teología”
Los expertos vaticanos han creído hacer más clara su oscura explicación recurriendo a la comparación con la “educación afectivo-sexual de los futuros sacerdotes” y de las personas consagradas en general, llamada también “integración afectiva”. ¡De mal en peor! ¿Quizás ignoran o demuestran ignorar sus tristes frutos? Es suficiente señalar algunos de los vergonzosos escándalos ya atribuidos a los “padres” (que no santos) de la “Nueva Teología”: las diversas “historias de amor”, descubiertas en estos días, de Teilhard de Chardin con Lucile Swan (encima protestante y divorciada; v. R Gazzettino 15-2-95 y si si no no 31.3.95), de Urs von Balthasar con la “mística” Adrienne von Speyr (v. Avvenire 15 de agosto de 1992, Il Popolo de Concordia Pordenone, 16 de agosto de 1992, y si si no no 15 de octubre de 1992, p: 7), de Karl Rahner S.J. con una señorita alemana, que ha podido publicar solamente sus propias cartas, ya que para las de “él” se había dado un “veto” (equivalente a una confirmación) de la Compañía (v. si si no no de 30 de noviembre de 1994, p. 7). Escándalos ocultados apresuradamente y caídos pronto en el olvido, pero que es bueno no olvidar, porque es cierto que “de la zarza no se sacan uvas”, y que de teólogos de pésima vida no se saca buena teología. Y que, queriendo “caminar sobre la cresta” del “casto amor sexual”, como se expresaban el jesuita Rahner y su “amiga”, inevitablemente se acaba en el abismo, pues es siempre cierto que - según palabras de Dios - “quien ama el peligro morirá en él” (Eccl. 3, 27). Sin embargo, Teilhard ha sentenciado que “sin lo femenino no es posible para el hombre acceder a la madurez y a la plenitud espiritual”, y los “teilhardianos” aun hoy nos repiten que “la relación hombre-mujer es el paradigma, la gran analogía para poder vivir e interpretar todas las relaciones (...J incluso con quien está por encima y es realmente el Otro” (mons. G. Ravasi Il Sole-24 Ore de 22 de septiembre de 1996).
Éstas, pues, son las aberraciones que no saben a Evangelio sino a pansexualismo freudiano, acreditadas hoy por el Mensaje y por la explicación ofrecida por los “expertos vaticanos”.
El vuelco doctrinal
El Mensaje comporta el vuelco de dos constantes enseñanzas de la Iglesia.
1) La Iglesia, basándose en la Sagrada Escritura y en la Tradición, ha enseñado siempre (y lo ha reafirmado solemnemente en el Concilio de Trento, D. 980) que la virginidad es superior al matrimonio (Pío XII: “el matrimonio es bueno y la virginidad es mejor”); en cambio, en el Mensaje, el matrimonio supera a la virginidad, ya que en ésta se vería mortificada “una de las dimensiones constitutivas” de la persona humana, a la que se negaría su vocación originaria (de aquí la necesidad de inventarse una especie de “integración afectiva” para aquellos “discapacitados” que serían los sacerdotes y las personas consagradas en general).
2) La Iglesia, basándose en la Sagrada Escritura y en la Tradición, así como en el derecho natural (o sea el que está inscrito en la naturaleza misma de las cosas), ha enseñado siempre que el enriquecimiento personal de los cónyuges está al servicio de la prole, objetivo primario del matrimonio; en el Mensaje, en cambio, en matrimonio está al servicio del enriquecimiento personal de los cónyuges, elevado por tanto a objetivo primario del matrimonio, ya que en el seno de éste la persona humana realizaría su llamada originaria “a proceder al encuentro y a la comunión”. Y “aquí se trata - repetiremos con Pío XII - de una grave inversión del orden de los valores y de los objetivos propuestos [en la sociedad de los dos sexos] por el mismo Creador” (Alocución a las parteras, 29 de octubre de 1951).
La condena
Estas desviaciones “personalistas” fueron, por lo tanto, condenadas en el momento de su nacimiento por Pío XII, con Decreto del Santo Oficio del 1 de abril de 1944 (D. 2295) y más tarde, sin cesar, por Encíclicas y Alocuciones.
Alguna cita:
• “oficio alto y noble [el de los cónyuges], que sin embargo no pertenece a la esencia de un ser humano completo, como si, al no darse en la práctica la natural tendencia generativa, se diera de alguna forma una disminución de la persona humana” (Alocución a las parteras, 29 de octubre de 1951).
• “La muy reciente encíclica ‘De sacra Virginitate’ de 25 de marzo de 1954 os ha manifestado, entre otras cosas, la postura de la Iglesia sobre los interminables debates de los hombres modernos... acerca de la importancia, o, como algunos quieren definirla, la indispensable necesidad del matrimonio para la persona humana (que sin él se quedaría, según ellos, como un discapacitado espiritual) (Di gran cuore, 14 de septiembre de 1956)
• “De hecho, a pesar de su renuncia hacia tal amor humano, las almas consagradas a la perfecta castidad no por ello empobrecen su personalidad humana propia, pues reciben de Dios mismo un apoyo espiritual inmensamente más eficaz que la “ayuda mutua” de los cónyuges. Consagrándose enteramente a Aquel que es su principio y que les comunica su vida divina, no se empobrecen, sino que se enriquecen [y no necesitan, pues, de ninguna “integración afectiva”]” (Sacra Virginitas 25 de marzo de 1954).
“El matrimonio como institución natural, en virtud de la voluntad del Creador no tiene como objetivo primario e íntimo el perfeccionamiento personal de los cónyuges, sino la procreación y la educación de la nueva vida [...] Incluso todo enriquecimiento personal, el mismo enriquecimiento intelectual y espiritual, e incluso todo lo más espiritual y profundo del amor conyugal como tal, ha sido puesto, por voluntad de la naturaleza y del Creador, al servicio de la descendencia” (Alocución a las parteras, cit.).
• “En el presente [.. j se pretende apoyar, con las palabras y los escritos (incluso por parte de algunos católicos), la necesaria autonomía, el objetivo propio y el valor propio de la sexualidad y de su puesta en práctica, independientemente del objetivo de la procreación de nuevas vidas [...J. Si a partir de este don recíproco de los cónyuges nace una vida nueva, ésta será un resultado que queda fuera o como mucho a las afueras de los “valores de la persona”; resultado que no se niega, pero que no se quiere que esté en el centro de las relaciones conyugales” (cit.). A partir de esta inversión de objetivos nació aquella “propaganda ni correcta ni conveniente” (que hoy ha alcanzado su punto más alto) de los denominados “métodos naturales” (de contracepción), cuyo uso, en cambio, cuando no esté justificado por “serios motivos”, constituye un “pecar contra el sentido mismo de la vida conyugal” (cit.). No hace falta comentar. ¡Concilie quien pueda el Mensaje, enviado a nombre de Juan Pablo II, con la enseñanza constante de la Iglesia, defendida y repetida, en vísperas del Vaticano II, por Pío XII!
Responsabilidades
Pío XII pudo prever en la crisis de las vocaciones sacerdotales y religiosas una de las más graves consecuencias de la exaltación del “valor de la sexualidad” y de la aseverada “indispensable necesidad del matrimonio para la persona humana, (que sin él quedaría como un discapacitado espiritual”:
“Exaltar más de la cuenta, como se hace hoy a menudo, la función generadora, incluso en la forma correcta y moral de la vida conyugal, es... no solamente un error y una aberración; ello conlleva también el peligro de una desviación intelectual y afectiva, dirigida a sofocar y a impedir buenos y elevados sentimientos, especialmente entre los jóvenes aún desprovistos de experiencias y desconocedores de los desengaños de la vida. Porque, al fin y al cabo, ¿qué hombre normal, sano en cuerpo y alma, querría pertenecer a los deficientes de carácter y de espíritu? (Alocución a las parteras, cit.)
En otra circunstancia, luego, Pío XII hizo un llamamiento a las responsabilidades que aquellos eclesiásticos y laicos asumían, personas que, contra el Magisterio de la Iglesia, seguían difundiendo la concepción “personalista” del matrimonio (y por tanto de la “dimensión sexual”), con estas graves palabras que ponemos como conclusión de nuestras reflexiones:
• “Hoy queremos... dirigirnos a aquellos quienes, sacerdotes o laicos, predicadores o escritores, ya no tienen palabras para aprobar o alabar la virginidad consagrada a Cristo; que desde hace años, a pesar de las advertencias de la Iglesia y en contraste con su pensamiento, le conceden al matrimonio una preferencia de principios sobre la virginidad; que llegan incluso a presentarlo como medio capaz de asegurar a la personalidad humana su desarrollo y su perfección natural. aquellos que hablen y escriban de esta forma, tengan conciencia de su responsabilidad frente a Dios y frente a la Iglesia” (Alocución a las Superioras religiosas de 15 de septiembre de 1952).
Hirpinus
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