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Marzo 2006

UNA MANIOBRA DE LA FACCIÓN NEOMODERNISTA CONTRA LA DOCTRINA TRADICIONAL DE LA IGLESIA EN MATERIA DE MORAL SEXUAL

1ª PARTE: LA CESIÓN DE UNA PARTE DE LA IGLESIA DOCENTE

1. LA CONTROVERTIDA DECLARACIÓN DEL SECRETARIO DE LA CEE (CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA)

El día 18 de enero del 2005, el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), monseñor Juan Antonio Martínez Camino, se entrevistó con la ministra española de Sanidad y Consumo, la Sra. Elena Salgado, para hablar sobre la mejor manera de hacer frente a la difusión de la pandemia del sida en España y el mundo. Después del encuentro con la ministra, el obispo Camino se reunió, avanzada la tarde, con la prensa española, y respondió a las preguntas de los periodistas. El portavoz de la CEE hizo, según parece (1), las declaraciones siguientes, aunque de una manera no oficial (no se trató de una auténtica conferencia de prensa, ni tampoco de una entrevista acompañada de declaraciones escritas):

a) «Los preservativos desempeñan un papel importante en una prevención integral y global del sida».

b) «La Iglesia católica está muy preocupada por este grave problema, que en España registra 125.000 portadores del virus».

c) La nueva posición de la Iglesia «la avalan propuestas científicas».
Il Manifesto, del 20 de enero del 2005, opinaba, a propósito de las declaraciones de Camino, que quizás se encuadraran éstas en un intento de la iglesia española por recuperar a los jóvenes para la fe, los cuales, al decir de algunos sondeos españoles, se estaban alejando en masa de la práctica religiosa. Es interesante el pasaje del artículo de Il Manifesto en que se describe, entre otras cosas, el “estilo” de las manifestaciones de Camino: «Sus palabras parecían inequívocas en un principio, aunque se acompañaban de cautelas vagas y medrosas, como si él mismo no estuviera seguro de lo que decía: ‘Los preservativos tienen su contexto en una prevención global e integral del sida’; y también: ‘la posición de la Iglesia coincide con la estrategia propuesta por la prestigiosa revista The Lancet: abstinencia, fidelidad y condones’».

Un editorial del diario español El País sintetizaba así todo el asunto: Camino dijo, según este periódico, que se había autorizado a los creyentes a usar el preservativo “en el contexto de una prevención global e integral del sida”. Poco después, el mismo periódico añadía: «De todos modos, en su declaración a la prensa, el precavido portavoz de la Conferencia Episcopal había dado a entender, de manera un manera un tanto anfibológica, que no se trataba de un cambio radical en la actitud de la Iglesia sobre el control de la natalidad por métodos artificiales, sino, más bien, de algo parecido a una licencia provisional y circunscrita, determinada por la gravísima emergencia que constituye la diseminación del sida en ciertas regiones del mundo, sobre todo en África. Y, citando un número reciente de la prestigiosa revista médica inglesa The Lancet [noviembre del 2004], añadió que la Iglesia coincidía con la estrategia propuesta por esta publicación para combatir el sida combinando el uso del preservativo con la abstinencia sexual y la fidelidad conyugal» (El País, 23/01/2005, publicado por La Stampa del 27 de enero del 2005).


Así que éste es, más o menos, el tenor y el contenido de las declaraciones de mons. Camino, siempre en el supuesto de que los diarios refirieran fielmente sus palabras.

Como se echa de ver fácilmente, y como demostraremos en lo que sigue, se trata de afirmaciones gravísimas en una materia moral harto delicada, que se oponen diametralmente al magisterio pontificio y a la Tradición de la Iglesia. Y quien realizó tales afirmaciones no era un cura cualquiera, o uno de tantos teólogos morales "progresistas", sino nada menos que el secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española; un hombre, pues, de dilatada experiencia, habituado a pesar las palabras, y consciente, sin duda, de las consecuencias explosivas que podría tener hasta el más ligero error de interpretación de ellas.


No se olvide que hace tiempo que la Iglesia católica sufre en España violentos ataques descristianizadores y anticlericales por parte del gobierno Zapatero (un estadista, recordémoslo de pasada, que parece provenir de una familia de tradición masónica muy marcada). La firmeza de la Iglesia en la defensa de la doctrina tradicional en materia de moral sexual es uno de los muchos puntos de colisión y de tensión, aunque no ciertamente el menos relevante, en cuanto que es uno de los que el gobierno puede explotar con más facilidad para atacar a la Iglesia; de ahí que lo que dijo, al parecer, mons. Camino, podría interpretarse como una especie de intento de tregua, o hasta de compromiso con el gobierno, a cambio de un aflojamiento de la campaña anticristiana de Zapatero (ésta es, sin embargo, una interpretación nuestra, y nada más).

La verdad es que todo estriba en comprender en qué medida los diarios pudieron distorsionar, si tal fue el caso, las palabras de Camino en un sentido que pudiera prestarse a lanzar la noticia sensacionalísima que estalló al día siguiente en los diarios del mundo entero. El asunto de la reprobación de Buttiglione por parte del europarlamento hizo comprender, hasta al menos despabilado, que ciertos grupos de presión se preparan para entrevistas y conferencias de prensa con expedientes diseñados científicamente para poner en apuros al entrevistado, y con preguntas-trampa ideadas para obtener afirmaciones que puedan distorsionarse fácilmente. Nadie puede abstenerse de pensar, mientras no se pruebe lo contrario, que también este desgraciado asunto de mons. Camino tuvo su prólogo secreto. Un elemento a favor de tal interpretación lo constituye la rapidez con que se hicieron eco de la noticia todos los diarios europeos en el curso de poquísimas horas, una velocidad superior, a la verdad, a la del normal proceso osmótico con que las noticias pasan de un país a otro.

Aun admitiendo que se tratara de una “trampa”, ¿quién dice, con todo, que mons. Camino no cayó en ella voluntariamente, que su gesto no fue imprudente y suicida sino en apariencia, que cuanto parece que dijo no gozaba de un aval informal, aunque calificado (de Roma, p. ej.)? El periodista anticlerical Mario Vargas Llosa propugna una interpretación de este tipo, en cuanto que sostiene la existencia de una confabulación: «¿Qué pasó exactamente? Ya se sabrá. Lo único que debe descartarse es una simple metida de pata de monseñor Martínez Camino, cura inteligente y astuto si los hay para resbalar de esa manera, y quien, sin duda, no ha sido más que un chivo emisario sacrificado en una operación de alto vuelo que falló [...] Tengo la convicción de que el condón y sus equivalentes acabarán por ganar la aquiescencia de la milenaria institución y profetizo que el desenlace de esta antigua guerra ocurrirá en un futuro más bien próximo. Veo en este confuso episodio sucedido en estos días en España el vislumbre anticipatorio de la gran revolución, en qu el vaticano bendecirá el condón como terminó, a regañadientes, por bendecir la democracia, la libertad, el mercado que antes anatematizaba en nombre de la fe» (El País, 23 de enero del 2005). En conclusión, se habría iniciado, al decir del escritor peruano, un “gran juego” cuyo baricentro estatégico no estaba en España, sino en Roma, en los palacios vaticanos. Si esta hipótesis tiene algún fundamento es cosa que aclarará el análisis que hagamos de los sucesos posteriores.

2. EL EXTRAÑO PROCESO DE DESMENTIDO/ CONFIRMACIÓN DE LAS DECLARACIONES DE CAMINO

2.1 El desmentido de la Conferencia Episcopal Española

Estalló el caso en la prensa internacional con gran énfasis y resonancia (2), y pasaron veinticuatro larguísimas horas antes de que llegara, con la declaración oficial de la oficina de Informaciones de la Conferencia Episcopal Española, que se difundió avanzada la tarde del 19 de enero del 2005, un signo de desmentido o rectificación por parte de una autoridad eclesial. Algunos diarios italianos hablaron, al referir dicho desmentido (aunque a título de meros rumores, sin aducir ningún elemento de comprobación), de un intenso intercambio de telefonadas “candentes” que, al decir de ellos, se habían cruzado entre el Vaticano y la Conferencia Episcopal Española para ver de manejar el difícil caso y llegar a una retractación.

El texto del desmentido, quizás demasiado largo y prolijo, explica que se habían malinterpretado las apreciaciones de mons. Camino, porque cuando hizo referencia al uso del preservativo sólo pretendía recalcar que éste era un aspecto de la denominada estrategia ABC (Abstinencia, Fidelidad, Preservativo, en inglés), así definida por la citada revista The Lancet. «Esta declaración [sobre el hecho de que el preservativo tiene su lugar en un plan integral de prevención del sida; n. de la r.] debe interpretarse según la mens de la doctrina católica, la cual sostiene que el uso del preservativo constituye una conducta sexual inmoral [...] De acuerdo con estos principios, no es posible aconsejar el uso del preservativo, por ser contrario a la moral de la persona. El único comportamiento que se puede aconsejar es, de acuerdo con la norma moral, el ejercicio responsable de la sexualidad. En conclusión, no es ciertamente verdad, a diferencia de cuanto afirmaron diversos órganos de información, que haya cambiado la doctrina de la Iglesia sobre el preservativo».

Nótese que el desmentido no lo hizo el propio mons. Camino (como habría sido lo lógico), que aquél llegó demasiado tarde, en realidad, y que no se comprometió de manera formal a ninguna autoridad vaticana (lo cual habría sido deseable si se piensa en la resonancia mundial que dio la prensa al presunto “viraje”). Las anomalías del desmentido inducen a pensar que Martínez Camino tenia las espaldas guardadas de algún modo, y que el suyo era un riesgo calculado cuidadosamente, fruto de un acuerdo con alguien en Roma, no sólo en Madrid. En efecto, el núcleo fuerte de sus declaraciones -la doctrina de la Iglesia no cambia, pero el condón puede utilizarse contra el sida en algunas situaciones excepcionales y particularmente graves-, el núcleo fuerte de sus declaraciones, decíamos, gozará de una confirmación sustancial en las declaraciones posteriores de importantes exponentes vaticanos.

2.2 Primera intervención de Roma: la declaración del cardenal Javier Lozano Barragán

Después del incidente español, muchos periódicos se apresuraron a recoger declaraciones de hombres de Iglesia sobre el asunto en discusión. La primera declaración realmente significativa (debido al rango de su autor) fue la del cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Salud.

El 20 de enero del 2005 (y, por tanto, al día siguiente al de la declaración de la CEE, que excluía cambios en la doctrina de la Iglesia), el cardenal Barragán concede a Marco Politi, periodista del diario La Repubblica (conocido por sus posiciones agresivamente anticristianas y anticlericales), una entrevista titulada: Castos y fieles, pero contra el cónyuge hay derecho a defenderse (3), en la que formula una serie de observaciones sobre el problema del sida y los contraceptivos que podemos sintetizar así:

a) La Iglesia no cambia ni cambiará nunca sus principios.

b) La posición de los obispos ibéricos es la misma que la de toda la Iglesia: no se acepta el uso de los profilácticos ni siquiera como solución al problema del sida.

c) La doctrina del santo Padre es global y se encamina a combatir el sida con cualquier medio para defender la vida, pero siempre en el ámbito de dos principios: guardar la castidad y no fornicar. Ha de subrayarse, en cualquier caso, que la vida se crea con las relaciones sexuales y en el seno del matrimonio.

d) El uso del condón para impedir la propagación del sida es inaceptable.

Sin embargo, Barragán responde lo siguiente a una pregunta del periodista, que le recuerda un llamamiento que hizo Jean Luc Montagner al Vaticano, en el 1993, para que la Iglesia admitiera el uso del condón contra el sida: «Conozco la situación en África, pero no podemos descender ahora a la casuística. Recuerdo, no obstante, que existe en la Iglesia la doctrina clásica según la cual se puede llegar incluso a matar al agresor para defender la propia vida; es decir: hacer todo lo posible para oponerse a la agresión. Cada uno podrá deducir, pues, cuál sería su conducta en determinados casos. La Iglesia no quiere matar a nadie: sólo pretende defender la vida». Llegados a este punto, el entrevistador pregunta: «Pongamos un ejemplo concreto. Una mujer sabe que su marido está enfermo de sida. ¿Tiene derecho o no a exigirle que use el profiláctico?». Barragán responde: «Pienso que está en su derecho; sí, es derecho de la mujer exigirle a su cónyuge que use el condón».
Si subrayamos antes que era poco creíble que mons. Camino hubiese cometido una imprudencia, así sin más, con mayor razón no podemos pensar que la respuesta de Barragán fuera una casualidad o algo improvisado. Estaba en curso un semiescándalo internacional; la opinión pública reclamaba claridad y los medios de comunicación de masas la habían inducido científicamente a esperar con seguridad un viraje de la Iglesia en sentido permisivo; Barragán leyó el desmentido de la CEE y seguro que tuvo tiempo de preparar la entrevista a La Repubblica y decidir bien y con frialdad qué sesgo dar a las respuestas (visto que era casi matemático que se le formularían preguntas “provocadoras”); de ahí que las afirmaciones del importante prelado resulten realmente desconcertantes, precisamente porque para ellas no vale ya en modo alguno la atenuante del error o de lo que se viene a los ojos ante todo, aun sin analizar detenidamente el asunto según las perspectivas teológico-morales, cosa que haremos en un segundo tiempo, es una estrategia bien delineada: intentar hacer creer a los fieles que las concesiones que los eclesiásticos se aprestaban a realizar no pugnaban con la doctrina perenne de la Iglesia. De esta finalidad ilógica e imposible (una especie de cuadratura teológica del círculo) deriva un pensamiento renqueante, por no decir esquizofrénico; en efecto, después de haber dicho (puntos a, b, c, d) que la Iglesia no cambia sus principios y que el condón sigue siendo inaceptable incluso para luchar contra el sida, Barragán se desmiente a sí propio al afirmar, dando un triple salto mortal teológico, que la exigencia del uso del condón es lícita para defenderse de la injusta agresión del virus del sida (!!!). Así que el cardenal no está de acuerdo ni siquiera consigo mismo, al menos a primera vista; podemos suponer que la confusión, una vez llegados aquí, subió de punto en la mente del clero y de los fieles en lugar de disiparse. Más adelante demostraremos la naturaleza sofística de cuanto aseveró el cardenal.

Una cosa es cierta después de esta entrevista del card. Barragán: que acaso no andaba descaminado quien había tomado la entrevista de Camino por lo contrario de una acción descuidada, es decir, por el comienzo de la ejecución de un plan bien maquinado. En efecto, ¡estamos ante la paradoja absoluta de una alta autoridad vaticana que desmiente de hecho el desmentido que la CEE había dado a las declaraciones de Camino!

2.3 Un pequeño intermedio: Rocco Buttiglione se pronuncia a favor de la tesis de Camino

Entre tanto, se supo por un artículo del Corriere della Sera que el profesor Rocco Buttiglione había declarado, el 19 de enero del 2005, que «La fidelidad es la primera respuesta al sida», y que había añadido lo siguiente: «Sin negar que quien no tiene un estilo de vida sano intente protegerse de algún modo». El diario de la calle Solferino comentaba: «Una postura que parece cercana a la del portavoz Martínez Camino antes de la rectificación».

Buttiglione, como exponente de una concepción ético-política propia del catolicismo liberal, se alinea con la opinión de Camino, pero, de hecho, también con la de Barragán. Y aquí no se puede dejar de recordar que Buttiglione no es un católico cualquiera comprometido en política, sino un conocido intérprete del pensamiento de Juan Pablo II, a quien consagró varios ensayos; un exponente destacado del dominio que hace referencia a Comunión y Liberación (cuyo referente en filosofía fue, por decirlo así, largo tiempo, a latere de don Giussani), y un profundo conocedor del magisterio pontificio sobre la moral matrimonial y sexual (otro tema al cual se deben diversas contribuciones suyas filosófico-teológicas). Así, pues, su declaración a favor, en sustancia, de cuanto había afirmado Camino es particularmente grave, como que proviene no del habitual católico ultraprogresista, más cercano a “Somos iglesia” que al Vaticano, sino de un hombre que goza de la suficiente familiaridad con la curia pontificia como para saber, con razonable certeza, hasta dónde puede llegar con sus afirmaciones. Se trataba de otra señal de que algo se habla movido muy arriba, de que algo había pasado: alguien había dado a entender que era posible levantar algún tanto, aunque con prudencia, la prohibición de la contracepción.

2.4 MONS. CAMINO RATIFICA SU POSICIÓN SIN PREOCUPARSE DEL DESMENTIDO DE LA CEE

La agencia APIC nos informaba en ese momento de que mons. Camino volvía a la carga, en España, el 20 de enero del 2005 (por tanto, el mismo día de las esquizofrénicas declaraciones de Barragán), ratificando su pensamiento y confirmando así que la prensa ibérica no lo había malinterpretado en absoluto el 18 de enero.
Mons. Camino aseveraba lo siguiente en el contexto de esta su segunda declaración:

a) Que «el preservativo debería usarse en personas que no son capaces de tener una relación estable y a sabiendas de que no procura una protección absoluta».
b) Que el preservativo constituye en ciertos casos un “mal menor”.
c) Que legitiman el recurso al preservativo como última opción los casos de:

1) quienes no quieren abstenerse de las relaciones;
2) quienes son incapaces de abstenerse;
3) quienes no pueden ser fieles a una relación sexual en el seno de una pareja-estable.

Esta nueva intervención de Camino parecía ser más atrevida y permisiva aún que la que originó toda la pendencia: comenzaba a articularse un cuadro estructurado de casos y contracasos, se verificaba ya un deslizamiento hacia el plano de las concesiones más diversas y las distinciones sutiles. Pero, sobre todo, Camino parecía hablar con una seguridad propia de sonámbulos, como si le constase que estaba en lo cierto y que gozaba del apoyo sustancial de altas autoridades (en la sombra a la sazón): no habría sido demasiado temerario pensar incluso que estuviera hablando en nombre y por cuenta de alguien, que su papel fuese precisamente el de vanguardia de una subversión mucho más vasta. En pocas palabras, Camino parecía obrar como agent provocateur de importantes sectores del Vaticano; Il Resto del Carlino, del 1 de febrero del 2005, se preguntaba si la “salida” de Camino no había sido «un medio de aquilatar las reacciones».

2.5 EL CARDENAL BARRAGÁN “CRITICA” LAS DECLARACIONES DE CAMINO

El cardenal Barragán, en una entrevista concedida a Il Corriere della Sera (21 de enero del 2005), declaraba, con referencia a las declaraciones hechas por mons. Camino el día anterior sobre los tres casos en que, según él, era lícito recurrir al condón, que dichos tres casos “son inaceptables”, esto es, que no legitiman el recurso al profiláctico.

«El cardenal mejicano [Barragán; n. de la r.] –leemos–, que se halla en servicio en Roma, respondió al ser interrogado sobre el comportamiento de un católico que no respeta la castidad y que usa el preservativo para preservar a sus parejas de todo riesgo: “Yo no quiero entrar en la, casuística”. “Sería menester conocer las circunstancias y las características de la persona antes de juzgar un comportamiento específico” [nótese que, al decir eso, el cardenal afirmaba que el preservativo no era ya inaceptable “en sí”, y que se trataba sólo de valorar en qué casos podía ser utilizado (!). Usarlo no era ya intrínsecamente malo, sino que podía ser un bien en relación con las circunstancias de la persona. Sólo se diferenciaba de la posición de Camino en unos sutiles distingos, pero, evidentemente, la novedad inficionaba también la mente del cardenal]. “Yo considero inaceptable la afirmación de principio”, prosiguió diciendo. Para él, en efecto, “la afirmación teórico-programática [favorable al preservativo; n. de la r.] es contraria a la doctrina”. Interrogado, por último, sobre el hecho de que el asunto del preservativo se discutiera públicamente, el cardenal contestó: “para mí la cosa está clara: el impulso a revisar la norma viene de la revolución sexual”: así que “no puede admitirse en modo alguno tocante al punto principal y determinante de la cuestión”. En efecto, para él “aceptar el preservativo significa aceptar una conducta sexual libertaria y libertina”» (agencia APIC 23/ 4; versión nuestra del francés).

Como puede advertirse, Barragán sigue con sus dobleces, o si se prefiere, con sus incertidumbres y oscuridades: por un lado, parece echárselas de severo censor de mons. Camino, demasiado abierto en sus concesiones; pero, por el otro, también él practica la apertura, aunque sin consagrar siquiera el menor espacio a una elaboración teológica por pequeña que sea. Sea de ello lo que fuere, el ojo atento no puede dejar de apreciar la gravedad de cuanto Barragán está admitiendo: por dos veces ha dicho ya, o dado a entender claramente, en resumidas cuentas, que el uso del condón es lícito en determinadas circunstancias.

Hay que destacar, al menos de pasada, la gran repercusión que tuvieron en esta materia las entrevistas concedidas a diarios laicistas, masónicos, de izquierdas, como La Repubblica e Il Corriere della Sera; por un lado, las entrevistas les permitieron a los obispos y cardenales implicados permanecer en el campo oficioso y no comprometerse con declaraciones formalmente relevantes; por el otro, comunicaron una vasta resonancia a sus palabras y consiguieron el efecto psicológico y cultural último que se habían propuesto eventualmente. En efecto, ningún órgano del Vaticano se pronunciará jamás sobre la materia, a lo largo de todo este desgraciado asunto, de una manera formal y doctrinalmente relevante. Más aún, no saldrá ningún artículo (o “entrevista”) sobre esta materia ni en L'Osservatore Romano ni en Avvenire, que nos parece habrían sido los órganos más apropiados.

No puede pensarse que todo eso fuera una casualidad. En efecto, dado que la resonancia que le dieron al asunto los periódicos y los órganos de información fue máxima y de ámbito mundial, extrañó que Roma no tomara posición de manera formal y autoritativa, sino que, por el contrario, se callara. Fue un silencio que no pudo dejar de interpretarse como asentimiento a cuanto estaba sucediendo; es decir, como la cesión más evidente tocante a la tradicional moral sexual y matrimonial de la Iglesia. Por lo demás, fueron los mismos periódicos los que comenzaron a notar (en algunos casos nos parece que con cierto estupor) que el Vaticano no había efectuado ninguna declaración oficial. Se tiene la sensación, al dar una ojeada a estas entrevistas y notas de agencia, de que las autoridades eclesiales estaban preparando suavemente a la opinión pública para un cambio de paradigma, de que estaban preparando, declaración tras declaración, desmentido tras desmentido, el terreno cultural adecuado para un memorable cambio colectivo de état d'esprit. Por lo demás, las favorecía, en esta su estrategia “aterciopelada” y desarrollada por entero en el ámbito de la oficiosidad, el hecho de que una gran parte del clero (puede que mayoritaria) estuviera en contra, más o menos explícitamente, del magisterio papal en materia sexual (o discrepara de él de algún modo), y también la circunstancia de que un grandísimo número de católicos (probablemente la mayoría, deberíamos decir también aquí), incluso de católicos practicantes, se condujera en el campo de la moral matrimonial como si la Iglesia estuviera equivocada o se hallara atrasada con relación a los tiempos. Por consiguiente, los pastores que osaban practicar aperturas en este campo podían estar seguros apriori de que recibirían más aplausos que reprimendas, de que la gran prensa los apoyaría, y de que se pondría en el índice más bien a quien osara evocar con demasiada fuerza el magisterio constante y la Tradición.

(1) Decimos “hizo, según parece”, en lugar de “hizo”, porque falta precisamente un texto oficial (y, por ende, seguro cuanto a su origen, contenido y significado) de lo que dijo Camino el 18 de enero; sólo poseemos la versión de sus palabras que facilitaron los periódicos españoles, la cual fue reproducida después por la prensa europea (en los días inmediatamente posteriores); de ahí la obligación de emplear expresiones cautelosas respecto a las declaraciones de Camino, porque el primer texto oficial es el de la CEE, difundido al día siguiente de la intervención de Camino, en el que se desmiente cuanto habían aseverado los periódicos.

(2) Avanzada ya la tarde del martes 18 de enero, los medios de comunicación referían la “gran noticia” tocante a un presunto “viraje” de la Iglesia católica en materia de contracepción, y lo hacían con su acostumbrada tosquedad interpretativa, porque no habría sido necesario ningún esfuerzo particular por parte de los periodistas para comprender que las declaraciones de Camino no tenían valor alguno, ni para la Iglesia universal, ni para la iglesia española; valían, a lo sumo, como opiniones teológicas personales, erróneas y escandalosas. Así que no sólo no se habla verificado ningún “viraje”, sino que ni siquiera habría podido darse tal cosa, habida cuenta del papel de Camino y del hecho de que no era él, evidentemente, el responsable de la enseñanza en materia moral de la Iglesia universal.

(3) El texto de la entrevista lo difundió asimismo la agencia de prensa APIC, el 20 de enero del 2005.

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HEMOS LEIDO PARA USTEDES

¡Oh, lo veo y lo comprendo harto claramente! La inmensa mayoría de los hombres de nuestros días te condena a muerte otra vez, y mucho más atrozmente que cuando fuiste condenado por el propio Pilato. Pilato, al menos, reconocía tu inocencia, mientras que el mundo de hoy te juzga verdaderamente culpable, puesto que tu ley se le opone diametralmente, por lo que ha jurado anonadarla, o, cuando menos, desnaturalizarla, cueste lo que cueste.

Contra ti, contra ti solo, se dirigen todas las conjuras de los malos; están resueltos a no darse reposo hasta que todos tus verdaderos adoradores sean sus aliados. (...)

Pero hay una herida oculta que te resulta más amarga todavía; un velo tupido me esconde el secreto de amor de tu corazón.

Mi corazón está desgarrado y te sigo por doquier para compartir tu pena; pero casi no oso hablarte de ella sino con mi llanto. Soy como un tierno infante que recibe, sin saber explicarlo, ciertas confidencias de su papá; si te pido explicaciones parece que, juzgándome demasiado débil para entenderlas, te contentas con mis lágrimas y con mostrarme la vehemencia de tu dolor.

Sí, lo entiendo; se trata de tus sacerdotes, mil veces más queridos para tu corazón que lo es la esposa más amada para su marido. Nada consuela a un amor herido, ni puede resolverse a castigar; y, sin embargo, ninguna compensación puede resarcirlo. (...)

¡Oh dignidad real de los sacerdotes! ¡Vuestra sola presencia aplastaría al ejército de los filisteos si tuvieseis la fe que merece de vuestra parte el “Rey de Reyes”!

Considerad, pues, lo que sois, lo que son los impíos, lo que son los cristianos, lo que es la Iglesia y lo que es la sociedad, lo que todos vamos a llegar a ser si Jesucristo no se revela.

Reconoced vuestra injusticia para con el Salvador, de quien lo habéis recibido todo, al cual nada le habéis dado, de quien todo podéis esperarlo, al cual no pedís casi nada.

Cesad, cesad de apoyaros en criaturas mortales, de esperar en los hombres, sean quienes fueren y cualesquiera que fueren sus recursos, para esperar sólo en Dios, que salvó al mundo y es el único que puede salvarlo aún. Apresuraos a llamar a la puerta del tabernáculo para decirle a Jesús que se levante y haga justicia a su Iglesia.

Sacerdotes, no retraséis más la liberación del pueblo de Dios, el consuelo de la Iglesia, la salvación del pueblo, con cifrar vuestra esperanza en los recursos de la política de los hombres; no obliguéis más al Señor, que no puede resistiros, a retrasar la gran intervención de su misericordiosa justicia.

¿De qué sirve repetirle siempre: “Señor, danos buenos magistrados, diputados honestos y ministros concienzudos”?

Decid, decid más bien: “Señor, ven tú mismo en nuestra ayuda. Tú solo eres el Salvador; no hay otro sino tú”.

Con la cruz, con lo que había de más vil en el universo, abatiste una vez a todos los poderes de la tierra y del infierno juntos. ¿Acaso te sirve hoy un instrumento mejor? Danos sólo una señal, y toda la tierra temblará; los impíos obstinados morderán el polvo, y los hijos de Dios se alegrarán. ¿Hasta cuándo, Gran Rey, soportarás que los enemigos de tu santo nombre insulten la piedad de tus fieles adoradores y exclamen con insolencia: “¿Dónde está, pues, su Dios?”.

Paolina Maria Jaricot

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EL ISLAM, ¿“AZOTE” DE DIOS?

Recibimos y respondemos

«Estimado Sr. Director:

Ahora que se ha aclarado definitivamente que los atentados que conmocionaron Londres hace tiempo fueron obra de neófitos islámicos, hijos de inmigrantes perfectamente integrados ya con los ingleses, resta por resolver el problema de cómo podemos defendernos en Italia de ataques análogos, que pueden provenir, en cualquier momento, de cualquier frecuentador de las mezquitas presentes en nuestras ciudades.

Así pues, no podemos hacer otra cosa que lamentarnos con retraso e inútilmente por haber dado vía libre, gracias a los ambiguos actos conciliares, al lema publicitario de los “tres monoteísmos” y de la “sociedad multiétnica y multirracial”.

Los árabes -directamente o por medio de personas interpuestas- se apresuraron a aprovechar la ocasión que se les brindaba, desde 1967 ya, de conquistar el occidente cristiano mediante la emigración, subvencionando con petrodólares las campañas abortistas de la década de los 70 y organizando una emigración salvaje de “desesperados”, mahometanos todos a machamartillo. ¿Y qué hizo nuestra jerarquía? Suprimió del concordato la “confesionalidad del Estado” y dio luz verde a la construcción de la mezquita de Roma.

La única esperanza que nos resta ahora es que Italia no se encuentre entre aquellas naciones que han de “perder la fe”, según se prevé en la profecía de Fátima, y que se propague aún más el rezo del Santo Rosario entre las familias y las iglesias».


Carta firmada

Estimado amigo:

Il Giornale del 23 de mayo del 2004 publicó la entrevista que le hizo Stefano Lorenzetto al obispo Cesare Mazzolari, misionero comboniano en el Sudán, en una zona que no estaba a la sazón completamente subyugada por el islam, lo que le permitía todavía cierta libertad de acción y de palabra (no sabemos si éste sigue siendo el caso en la actualidad).

La franqueza y el coraje de este obispo “de frontera” son admirables. Más aún lo son su clarividencia y la conciencia que posee de que no tendríamos tanto que temer de los agarenos si no fuéramos tan malos cristianos. Mucho nos tememos, por el contrario, que el Islam es el “azote” de Dios, como lo fueron a su tiempo los asirios para con el pueblo elegido. Dios terminará por quebrar la “vara”, igual que entonces, pero sólo después de haberla usado para corregir a sus hijos rebeldes.

Un mundo ciego y sordo

«Se está acercando el momento del martirio -dice el obispo-. Espero que el Señor nos dé la gracia de arrostrar esta efusión de sangre. Hace falta una purificación. A muchos cristianos los matarán por su fe, pero de la sangre de los mártires nacerá una nueva cristiandad [...] O bien Dios nos mandará a una persona carismática, capaz de abrir un camino nuevo, o bien permitirá un castigo, una prueba adecuada que nos restituya el juicio. Vivimos en un mundo ciego y sordo. Necesitamos un sacudión tremendo.

D. ¿Convierte usted a muchos musulmanes?

R. Ni por pienso. Acercarse a un islamita significaría condenarlo a muerte. Además, quien se convierte espontáneamente se ve luego forzado a huir; pero se le alcanza y castiga incluso a miles de kilómetros de distancia.

D. ¿Y hay católicos que abracen el islam?

R. Sí, por desgracia. Al menos tres millones se trasladaron al norte empujados por el hambre y tuvieron que pronunciar la shahada, la profesión pública de fe (islámica) (1), para obtener un trabajo. A los conversos se les marca con un hierro candente. Los marcan en una ijada, como a las vacas lecheras, para distinguirlos de los infieles.

D. ¿El Dios cristiano es el Alá de los musulmanes?

R. ¡Nooo! ¿Dónde ponemos en él a la Trinidad? Tampoco Cristo es el mayor de los profetas, ciertamente (para ellos, igual que Cristo no es Dios).

Una acogida propia de calzonazos

D. ¿Exagera quien habla de choque de civilizaciones a propósito del Islam y Occidente?

R. ¡No! Estamos sólo al principio. La Iglesia y [...] apenas está entreviendo ahora el desafío del islamismo [...] de ahí no se sale pensando que nosotros tenemos razón y ellos no. Nos jactamos de una tradición cristiana que no vivimos en los hechos. El moro tiene una constancia en la práctica, en el proselitismo, superior a la nuestra. Ya el mero hecho de enseñarte a decir sukran, gracias, es para él un ejercicio de apostolado, porque el árabe es la lengua del Alcorán.

D. No obstante, muchos de los hermanos de hábito de usted les conceden oratorios a los moros en Italia para que los destinen a mezquitas.

R. Serán ellos quienes nos conviertan a nosotros, no al revés. Sea cual fuere su lugar de asiento, tarde o temprano se vuelve la fuerza política hegemónica. Los italianos le dispensan una acogida propia de calzonazos. Pronto caerán en la cuenta de que los mahometanos han abusado de esta bondad al hacer llegar un número de personas diez veces superior al que se les había concedido. Son mucho más taimados que nosotros. A mí me echan abajo las escuelas y ustedes les abren las puertas de par en par. Si alguien es un ladrón, no le des una habitación dentro de tu apartamento.

Palabras y... hechos

D. ¿Rige la sharia (la ley islámica) en Sudán en toda su integridad?

R. El gobierno fundamentalista sostiene que la aplicará sólo a los islamitas. No se sabe qué le sucedería a un imputado cristiano, visto que no existe el derecho a la defensa jurídica.

D. Roberto Hamza Piccardo, secretario de la Unión de las Comunidades Islámicas de Italia, me dijo que las flagelaciones son simbólicas en Sudán, porque “el fustigador mantiene el Corán bajo el brazo para suavizar los golpes del zurriago”.

R. Conozco a ese señor. Si usted se para a escucharlo, le cuenta otras mil mentiras por el estilo.

D. Me dijo Piccardo que algunas prescripciones de la sharia que se aplican en Sudán, como la amputación de la mano, constituyen “diablurías muy poco frecuentes de jerifaltes locales que vejan a la gentecilla de agua y lana”.

D. No es verdad. Es el Estado el que más aplica la ley coránica, el que
corta manos y pies incluso a los musulmanes, y quien arresta sin pruebas.

D. Me dijo también que el líder Hassen El Turabi, “jurista insigne”, se opone a la aplicación de la pena capital a los apóstatas, es decir, a los mahometanos que se pasan a los infieles, en contra de lo que prescribe el Alcorán.

R. El Turabi es la persona más marrullera del mundo. Es inteligentísimo, es abogado, habla el inglés mejor que los ingleses y el francés mejor que los franceses. Tiene una lengua bífida. Nos llevará siempre al huerto. Le pongo un ejemplo concreto. Se afirma, en la versión en lengua inglesa de la constitución sudanesa, que la religión del Estado es el Islam y que a los demás cultos se les tolera; en la versión en lengua árabe, en cambio, no hay ni rastro de dicha garantía.
D. Pero en noviembre del año pasado, el Turabi fue a felicitar a Gabriel Zubeir Wako, arzobispo de Jartum, primer cardenal sudanés, recién empurpurado a la sazón. Usted mismo lleva 23 años en Sudán y nadie le ha tocado nunca ni un solo cabello.

R. Deberían mirarse también los cabellos que se han vuelto blancos. El castigo mayor que el árabe sabe infligir es la opresión, el sentido de falsedad. Si puede engañarte, lo hace de mil amores. Se jacta de su capacidad para enredarte; llamarlo embustero es hacerle un cumplido. A alguien como Bush el Turabi lo traería del cabestro dónde y cuándo quisiera, por no decir algo peor. Yo prefiero recibir un bofetón a que se mofen de mí y me engañen. Los moros te infunden miedo, te mantienen en un estado permanente de inseguridad.

D. ¿Existe la esclavitud en Sudán?

R. Ellos juran que no. Fueron a decirlo incluso a Ginebra. Sin embargo, mis misiones están llenas de ex esclavos. Rescaté personalmente a 150 en la década de los noventa, pagando por ellos menos de lo que cuesta un perro de raza: 50 dólares por las mujeres, 100 por los varones. Luego dejé de hacerlo porque me di cuenta de que podía convertirse en un circulo vicioso. Los usan como pastores o bien los mandan a servir a las familias árabes acaudaladas de Jartum. Los obligan a frecuentar las escuelas coránicas.

D. ¿Tiene miedo?

R. No haría el trabajo que hago si lo tuviese. Con el miedo no se sobrevive. Cuando me doy cuenta de que uno de mis sacerdotes tiene miedo lo aparto de la misión. Es una enfermedad contagiosa. Le pido a Dios que se me lleve el día en que me vuelva medroso.

D. ¿Volverá a Italia alguna vez?

R. Mi patria es Sudán. Prometí a mis fieles que no los abandonaría ni aun después de muerto. Saben ya dónde deben enterrarme.

D ¿Hay algo que mis lectores y yo podamos hacer por usted, padre?

R. Rezar mucho».

Nota del traductor:

(1) La profesión pública de fe islámica consiste en levantar la mano derecha, ante testigos, manteniendo el puño cerrado pero con el indice extendido, y pronunciar la siguiente fórmula en árabe clásico: «No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta».

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LA “APERTURA AL MUNDO”

“Si yo no fuera católico y quisiera encontrar cuál fuese hoy, en el mundo, la Iglesia verdadera, iría en busca de la única iglesia que no estuviese de acuerdo con éste; en otras palabras: iría en busca de la iglesia odiada por el mundo. En efecto, si Cristo está hoy en alguna iglesia en el mundo, debe de ser odiado todavía en ella como lo era cuando vivía sobre la tierra. Según esto, si quieres hallar a Cristo hoy, encuentra a la iglesia que no esté de acuerdo con el mundo; busca a esa iglesia a la que acusan de no estar a la altura de los tiempos, igual que acusaban a Ntro. Señor de ser un ignorante y de no haber estudiado jamás; busca a esa iglesia a la que los hombres escarnecen por su inferioridad social, así como escarnecían a Ntro. señor porque venía de Nazaret; busca a esa iglesia a la que acusan de tener demonio, como se acusaba a Ntro. Señor de estar poseído por Belcebú, príncipe de los demonios; busca a esa Iglesia a la que los fanáticos quieren destruir en nombre de Dios, del mismo modo que crucificaron a Cristo pensando que así servían a Dios; busca a esa iglesia que el mundo rechaza porque se proclama infalible, como Pilato rechazó a cristo porque decía que era la Verdad; busca a esa iglesia que el mundo se niega a recibir, igual que los hombres se negaron a acoger a Ntro. Señor”.

Esto lo escribió mons. Fulton Shen en el lejano 1957. Pero ya hacía tiempo que topos y termitas (modernistas y luego neomodernistas) estaban manos a la obra para “abrir” a la Iglesia al mundo, para ponerla de acuerdo con el mundo, ilusionados con la perspectiva de hacerse aceptar y amar por éste; pero Jesús Ntro. Señor nos advirtió de que el mundo “no puede recibir” al Espíritu de Verdad, “porque no lo ve ni lo conoce” (Jn 4, 17): el mundo, que vive bajo el dominio del demonio, sólo conoce al espíritu de la mentira. En efecto, ¿qué es el mundo? El mundo “es la masa de los hombres que viven apartados de Dios: “masa concebida en el pecado”, “instalada” deliberadamente en el mal y, por ende, extraña o incluso hostil al Salvador y a su mensaje (...). Para el mundo no existe nada fuera de lo sensible. Lo invisible le es tan ajeno como la luz al ciego de nacimiento. No tiene noción alguna de lo que jamás pudo ver; de ahí la incomprensión, el rencor, incluso la aversión contra los que ven...” (Jean Deries, S. J., Les Evanqiles, vol. III).

En cambio, los modernistas primero y los neomodernistas después dieron oídos a las acusaciones del mundo, que decía que no podía aceptar a la Iglesia única y verdadera, la de Cristo, porque no marchaba con los tiempos, y dieron en reformar, según el “espíritu de los tiempos”, hasta su doctrina, esa doctrina de la que Jesús dijo: “no es mía, sino de Aquel que me envió”. Así, pues, la doctrina de Cristo no pertenece al tiempo, sino a la eternidad, y, como tal, no sabe de edad ni de envejecimiento; las ideas del mundo pasan de moda, pero la Verdad subsiste por siempre y es luz para todas las generaciones, desde la primera generación cristiana hasta la última, aunque con una sola condición: que el hombre consienta en aceptarla; al obrar así se abre a Cristo y se cierra al mundo.
sì sì no no

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OTRO TESTIMONIO MÁS SOBRE EL PADRE PÍO Y EL CONCILIO

Recibimos y publicamos

Respetable redacción de Si Si No No:

Gracias por su revista, una de las poquísimas voces verídicas en el caos del postconcilio.

El padre Pío habló de esta manera al inicio del concilio: “Ahora comienza la torre de Babel”, y luego: “Éste es un concilio que desconcilia”; y mandó decirle a Pablo VI, por conducto de mons. Del Ton (el latinista del Vaticano), que “se apresurara a clausurarlo; cuanto más tiempo pasa, peor es”.

A cuatro obispos sudamericanos que habían ido a San Giovanni Rotondo durante el concilio -los obispos italianos lo tenían prohibido-, el padre Pío les dijo: “dejad en paz a la Virgen y poned en práctica los diez mandamientos”. Era el periodo del concilio en que se dijeron cosas enormes sobre la Virgen.

Carta firmada

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¡SURSUM CORDA!

SAN ANTONIO ABAD Y LA CRISIS ARRIANA

Un sacerdote, desanimado, responde a nuestro artículo “Los Puntos Irrenunciables para una Curación de la Iglesia” (15 de septiembre del 2005, pp. 1 ss.) que la Iglesia es “ya incurable”. No es así. La fe nos asegura que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, y la historia nos confirma que a toda aparente victoria del enemigo le siguió siempre un renacimiento triunfal de la santa Iglesia de Dios. La fe y los santos nos aseguran también que nada de eso ocurre sin un permiso especial de la providencia divina, como lo atestigua el siguiente fragmento de “La Vida de Antonio”, escrita por san Atanasio.

“Una vez, mientras san Antonio estaba sentado, absorto en el trabajo, lo sorprendió una visión, y, gimiendo, pasó largo tiempo en dicha contemplación. Al cabo de una hora, vuelto hacia los presentes, gimió y se puso a rezar entre temblores; permaneció así largo rato, hincado de rodillas. Luego el viejo se levantó y rompió a llorar. Los presentes temblaban y, llenos de temor, deseaban que les contara algo. Lo apuraron tanto, que se vio forzado a hablar. Gimiendo mucho, les dijo: “Es mejor morir antes de que sucedan las cosas que he visto”. Los otros siguieron suplicándole, por lo que añadió, entre lágrimas: “La Iglesia está a punto de sufrir la ira de Dios; y de ser entregada a hombres semejantes a los brutos. He visto la mesa del Señor: en torno a ella había muchos que coceaban a las personas que se hallaban dentro con unas coces propias de bestias salvajes. He aquí por qué habéis oído mis gemidos. Escuché una voz que decía: -Contaminarán mi altar”.

Estas cosas vio el viejo. Dos años después se verificó la irrupción de los arrianos y el saqueo de las iglesias. Llegaron aquéllos hasta el extremo de arrebatar por la fuerza los utensilios sagrados y entregárselos a los paganos para que se los llevasen; además, obligaban a éstos a abandonar los puestos de trabajo para participar en sus reuniones, y así hacían lo que querían sobre los altares. Entonces todos comprendimos que las coces de los mulos que había presagiado Antonio representaban aquellas cosas que ahora los arrianos hacen como bestias.

Cuando tuvo esta visión, Antonio consoló a los presentes y les dijo: “Hijos, no os desaniméis. Así como el Señor está ahora airado, así y por igual manera proveerá luego a la curación. La Iglesia recobrará presto su belleza y resplandecerá como de costumbre; veréis volver a los perseguidos y a la impiedad encerrarse en su guarida, y la fe cristiana será proclamada por todas partes en plena libertad. Con todo, preocupaos de no dejaros contaminar por los arrianos: la suya no es la enseñanza de los Apóstoles, sino la de los demonios y su padre, el diablo; es una enseñanza infecunda, absurda, de una mente no recta, semejante a la irracionalidad de los mulos'“.

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LA IGLESIA NO PUEDE PACTAR CON UN MUNDO QUE RECHAZA A CRISTO (PíO IX)

A quienes nos invitan a tenderle la mano, por el bien de la religión, a la civilización actual -escribe Pío IX-, les preguntamos si los hechos son tales como para inducir al Vicario de Cristo en la tierra, constituido por Ntro. Señor para defender la pureza de su doctrina celestial y apacentar sus corderos y ovejas confirmándolos en ella, les preguntamos, decíamos, si los hechos son tales que puedan inducir al Papa, sin gravísimo cargo para su conciencia ni grandísimo escándalo de todos, a trabar alianza con la civilización actual, por obra de la cual acaecen tan grandes males, nunca bastante deplorados, y se promulgan tan horribles opiniones, errores y principios falsos, que se oponen diametralmente a la religión católica y a su doctrina (...). Dicha civilización moderna, mientras favorece cualquier culto acatólico (...), mientras concede subvenciones a las personas y a las instituciones acatólicas (...) se vale de toda clase de medidas y procedimientos para disminuir la eficacia saludable de la Iglesia (...), concede libertad absoluta a cualquier escrito y discurso que combata a la Iglesia y a quienes le son francamente afectos (...), anima, nutre y fomenta la licencia...

¿Podría el Romano Pontífice tenderle la mano alguna vez a semejante civilización y trabar pactos y una sincera alianza con ella? Restitúyanse sus nombres a las cosas, y esta Santa Sede será coherente consigo misma, ya que fue siempre patrona y nodriza de la civilización verdadera .

Pero si se quiere designar con el nombre de civilización un sistema fabricado adrede para debilitar y acaso destruir también a la Iglesia de Cristo, a buen seguro que nunca la Santa Sede ni el Romano Pontífice podrán conciliarse jamás con tamaña libertad.

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AL AÑO DE LA DEFUNCIÓN DE JUAN PABLO II

LAS RAZONES DE NUESTRO SILENCIO
Un lector nos escribe:

“Estimados amigos:

(...) No conocí el periodo preconciliar, pero vivo con malestar la pérdida del sentido de lo sagrado, el mal gusto, etc., que hoy se propagan subrepticiamente en la Iglesia. Mi formación es jurídica, por lo que carezco de la preparación teológica que se requiere para valorar los documentos del concilio, del magisterio actual, etc. Sea como fuere, creo que la Iglesia debería cultivar más el sentido de lo sagrado, y también el de lo bello, en lugar de mortificarlos como se hace hoy.
 

Vengo ahora al motivo de este escrito. Me turbó mucho la posición de silencio total que asumió el quincenal de ustedes con ocasión de la muerte de Juan Pablo II. ¡¡¡Se había muerto el Papa!!! ¿Es que son ustedes sedevacantistas?

Podrían haber tomado ustedes motivo de la muerte de Juan Pablo II para efectuar una interpretación crítica de su pontificado y distanciarse del tono laudatorio y en sentido único de muchos comentadores (televisivos sobre todo).
 

Juan Pablo II fue de seguro una gran personalidad, bien que contradictoria. Seguramente fue un hombre de Dios, y a su modo un místico también, aunque precisamente a causa de su actitud las misas papales se caracterizaron demasiado a menudo -sobre todo las celebradas en el curso de sus viajes- por un ambiente propio de un estadio. ¿Qué decir, en efecto, de la exasperación del aplauso, que Juan Pablo II favoreció, sin duda; de aquella multitud de concelebrantes con sombreritos colorados; de las monjas con bolsito y zapatillas de tenis, etc.? Todo esto me horrorizó con frecuencia.
Así que era obligada una crítica (pero hecha con caridad). ¡Por eso encuentro injustificable el silencio ante su muerte!

¡Saludos cordiales y buen trabajo!”.

Carta firmada


La crisis actual no se limita a la pérdida del sentido de lo sagrado y de lo bello (ésta no es más que su consecuencia), sino que atañe a la fe ante todo. No es menester una gran preparación teológica para advertirlo; basta la fe viva y vivida, amén del conocimiento de las verdades fundamentales que todo cristiano tiene el deber de conocer. De hecho, el católico que conozca lo suficiente el misterio de la Sma. Trinidad y rece con fe a las tres personas divinas no puede dejar de preguntarse cómo diablos es posible que nosotros los cristianos, quienes profesamos la unidad de la naturaleza y la trinidad de las personas en Dios, tengamos, como pretende el lema propagandístico ecuménico, “el mismo Dios” que los judíos y los moros, los cuales rechazan la Sma. Trinidad. Y el católico que, por lo menos, rece con fe los domingos “Creo (...) en la Iglesia una, santa”, no puede dejar de preguntarse de dónde salió la pluralidad de “iglesias” de que se habla después del concilio, y por qué demonios la Iglesia no es ya santa, sino “pecadora”, de arte que se siente la obligación de pedir perdón de sus delitos por todas partes. Más aún: el catecismo de san Pío X, que resume la fe constante de la Iglesia, pregunta en el nº 124: “¿Quién está fuera de la comunión de los santos?”. Respuesta: “Está fuera de la comunión de los santos quien está fuera de la Iglesia, o sea, los condenados, los infieles, los judíos, los herejes, los apóstatas, los cismáticos y los excomulgados”. El católico que recuerde eso o vuelva a leerlo no puede dejar de preguntarse por qué milagro a todas estas categorías, que estaban “fuera de la Iglesia” hasta el concilio, se las considera hoy en comunión con ella, bien que no “plena” (sin excluir a los precitos, visto que se nos dice que el infierno está vacío). Podríamos seguir documentando por largo tiempo la oposición que se da entre la doctrina católica y lo que hoy se nos vende por tal.

La dolorosa realidad (no nos referimos a nuestro suscriptor, sino que hablamos en general) es que el concilio y la crisis subsiguiente sorprendieron a los cristianos no sólo en un estado de fe muerta (¿cuántos católicos se cuidaban de vivir en estado de gracia?), sino, además en un estado de deplorable ignorancia religiosa (¿cuántos sabían, al menos en teoría, qué es el estado de gracia y por qué es lo más precioso que el hombre puede poseer en esta tierra?).

“Mas de una vez -escribía mons. Olgiati en su precioso Sillabario del Cristianesimo (Silabario del Cristianismo, 1956)-, en reuniones juveniles, donde me hallaba ante jóvenes que frecuentaban la comunión y eran dignos de elogio en grado sumo por el coraje y la audaz franqueza que mostraban al profesar la fe, incluso en público, probé a preguntar: -¿Qué es la “gracia”? O bien: -¿En qué consiste “el orden sobrenatural” y en qué difiere del natural?

Las respuestas que obtuve nunca dejaron de convencerme de que la ignorancia de los principios del cristianismo es enorme hasta entre los mejores cristianos practicantes.

Y también vosotros, los que leéis esto, si debieseis explicar lo que entendéis por “gracia”.. ; pero basta ya: no sé que resultado daría vuestro examen.

(...) Por lo demás, no se lo digáis a nadie: respondeos sólo a vosotros mismos en el secreto de vuestra conciencia:

¿Es verdad o no que no se os daría una higa por que las personas de la Sma. Trinidad fueran una sola en lugar de tres, o fueran dos, o cinco? Mejor dicho- ¿es verdad o no que si Dios no hubiese revelado este misterio, os habríais quedado tan panchos, sin que vuestra vida religiosa experimentara modificación alguna?

¿Y qué significa todo eso sino una ignorancia absoluta del catecismo? ¿No os parece que vuestra ignorancia religiosa debe de ser mucho más honda que un abismo si el primero de los misterios principales de la fe os deja tan olímpicamente indiferentes?

Muchos protestan porque mientras que en los primeros siglos, en las escuelas del catecumenado, instruirse en el cristianismo sicnificaba convertirse y los cristianos de entonces contribuían a cambiar la fe del mundo, o sea, a instaurar una nueva civilización, los cristianos de hoy, en cambio, amenazan con andar a reculones y volver a la civilización pagana. Nada más injustificado que tales protestas: los cristianos de entonces conocían el cristianismo; los de hoy ni siquuiera lo estudian, persuadidos como están de conocerlo por ciencia infusa”.

Podemos comprender ahora por qué el modernismo, cuya esencia estriba, como el protestantismo, en la negación del orden sobrenatural (naturalismo), engañó y arrastró consigo a tantos católicos valiéndose de su ignorancia religiosa culpable (pues tal es la ignorancia religiosa de un católico). Debemos añadir que el deber de conocer las verdades de fe es tanto mayor cuanto más instruido se halla uno en el campo profano, porque la falta de equilibrio entre la cultura profana y la religiosa es ocasión de crisis y de peligrosas desorientaciones, tanto más cuanto que la escuela “laicista” o “aconfesional” es una fragua óptima de enemigos de la fe, o cuando menos de escépticos.

Bien es verdad que no es el conocimiento religioso el que salva: lo que salva es la práctica de las virtudes cristianas; pero ésta no se da sin conocer las verdades religiosas.

Esto supuesto, vengamos ahora al motivo de nuestro silencio al morir Juan Pablo II.

Pensamos que nuestro lector nos escribió antes de recibir el número de julio pasado, en cuya página 7 le explicábamos a otro suscriptor los motivos cristianos que nos habían aconsejado el silencio con ocasión de la muerte del Papa Wojtyla. Añadimos aquí que el sedevacantismo no se cuenta entre dichos motivos.

No somos sedevacantistas; más aún, demostramos en varias ocasiones la ilogicidad y la esterilidad de dicha posición (cf. Si Si No No, 31 de octubre del 2003).

Ilogicidad porque constituye una postura que se funda en el siguiente silogismo:

1) El Papa siempre es infalible
2) Este Papa se equivoca
3) Luego no es Papa

No obstante, la premisa primera es falsa, porque la Iglesia no ha enseñado jamás que “el Papa siempre es infalible”, sino que enseñó y enseña que el Papa es infalible cuando, pronunciándose en materia de fe y de moral, habla ex cathedra, es decir, empeñando en el grado sumo su autoridad magisterial (y también cuando se limita a transmitir la enseñanza constante y universal de la Iglesia, en la cual está en juego la infalibilidad de toda ésta). La Civiltá Cattolica puntualizaba lo siguiente en el número del 4 de marzo del 1902:

“Pero ¿es que cae todo bajo esta enseñanza infalible? Aquí está el quid de la cuestión, que muchos desdeñan alegremente (y de ese desdén provienen luego los escándalos susomentados) [y hoy el escándalo de los sedevacantistas ante la crisis abierta por el concilio].

Una cosa puede estar fuera de la esfera de la infalibilidad del magisterio eclesiástico de dos maneras, o sea, por dos razones: o porque está fuera del objeto de la infalibilidad prometida a la Iglesia, o porque está fuera del sujeto al que se prometió la infalibilidad.

Son objeto de la infalibilidad todas las verdades que atañen a la fe y las costumbres, o que tienen una conexión necesaria con éstas. El sujeto de la infalibilidad es doble: el Papa, incluso sólo, y la Iglesia junto con su cabeza cuando ejercen la autoridad docente en su grado supremo. Este último punto ha de recordarse bien para no llamarse a engaño, pues que rara vez la Iglesia o el Papa pretenden usar en el grado máximo su poder en el ejercicio de la potestad docente, sino que pueden muy bien, y suelen hacerlo así de ordinario, exhortar, aconsejar, permitir, mandar, sin que quieran propiamente definir nada ex cathedra con sentencia irreformable” (las negritas del texto corresponden a las cursivas del original).

También hoy está aquí “el quid de la cuestión, que muchos desdeñan alegremente”, metiéndose por ello en atolladeros peligrosos.
La de los sedevacantistas es asimismo una postura estéril porque los compromete en polémicas inútiles con los católicos fieles a la Iglesia de siempre sólo porque no comparten su opinión.

Constituye, por último, una postura imprudente y peligrosa, porque los enreda en una serie de cuestiones insolubles y porque, peor aún, es posible que los conduzca a un cisma irreparable.

Así se pierden los sedevacantistas en oscuros atolladeros, aunque tienen delante, para superar el escándalo de la hora presente, la senda segura que le muestran el sensus fidei y la doctrina católica. Ésta nos dice que al Papa no le incumbe el cometido de “inventar” una nueva religión, sino el de “transmitir” el depósito de la fe y explicarlo “fielmente” (Vaticano I); de ahí que cuando un Papa rompa con la Tradición al proponer o imponer opiniones y utopías personales opuestas al depósito de la fe (como el ecumenismo), no obre como Papa y no tenga derecho alguno, con respecto a tales asuntos, a la obediencia de los fieles, a quienes, por el contrario, les corre el deber de resistirle por fidelidad a Cristo Ntro. Señor y a su Iglesia.

Conque no fue el sedevacantismo el que nos sugirió el silencio con ocasión de la muerte de Juan Pablo II. Bien es verdad que había muerto un Papa (no el Papa), pero un Papa que había puesto a prueba nuestra fe durante años, a veces duramente (piénsese en Asís con el Buda sobre el tabernáculo; en el beso que dio al Alcorán; en las libaciones en honor de los antepasados que realizó en los bosques de Togo, y en el signo de Shiva con que se hizo signar su frente de vicario de Cristo). ¿Qué habríamos podido decir nosotros de su pontificado? Hablar mal habría sido una repetición inoportuna amén de inútil; hablar bien habría sido mentir y desmentir la “lectura crítica” que durante años nos creímos obligados a hacer. Optamos por el silencio, y ése fue el modo de alejarnos del “tono laudatorio” no sólo de muchos comentadores televisivos, sino, además, del de publicaciones tocante a las cuales no logramos comprender por qué diablos se batieron durante años en defensa de la sagrada Tradición si el pontificado de Wojtyla había sido realmente cual ellas lo describían en sus conmemoraciones fúnebres. Una de tales publicaciones llegó a definir a Juan Pablo II como “defensor de la fe” (¡sic!) y a calificar de “fecundo” su magisterio. ¿Acaso la muerte de un Papa nos autoriza a mentir y a tachar de un plumazo años de resistencia legítima y obligada?

Juan Pablo II “fue de seguro una gran personalidad”, escribe nuestro lector. Lo dudamos mucho (y no somos los únicos). Pero la cuestión es otra: no se es Papa para exhibir la propia personalidad, sino para “confirmar en la fe” a los hijos de la Iglesia y para trabajar en la propagación del reino de Cristo entre quienes siguen fuera de ella; de ahí que Juan Pablo II no habría sido de fijo un gran Papa ni aunque hubiese sido “una gran personalidad”, como que arrojó la perplejidad, el indiferentismo y hasta el escándalo entre los hijos de la Iglesia, y eximió a los que están fuera de ésta del deber de entrar en ella o de volver a su seno. Y a buen seguro que tampoco fue “un hombre de Dios”, por los mismos motivos recién expuestos, pues con dicha expresión se denota a un administrador fiel de la doctrina y de los misterios de Cristo (v. II Tim 3, 17; 1 Cor 4, 1).

Cuanto a lo de “místico”, recordemos que existen un misticismo verdadero y otro falso, y que el primero exige, ante todo, la fe íntegra y pura: un místico “a su manera” es un falso místico o, cuando menos, un no-místico.

Como es evidente, la ruptura de nuestro silencio se acompañó asimismo, inevitablemente, de la obligada “lectura crítica”, sin que por ello faltáramos a la caridad ni para con el difunto (a quien, repetimos, dejamos al juicio de Dios por lo que toca a las intenciones que tenía y su responsabilidad efectiva), ni tampoco para con nuestros hermanos, como que, por el contrario, habría constituido una gravísima falta de caridad no haber gritado “¡al lobo!” mientras las ovejas de Cristo corrían peligro de ser devoradas una a una por esa impostura, por esa falsa caridad que es el ecumenismo.

Esperamos que nuestro suscriptor no lleve a mal que le sepa a hiel algo de lo que hemos dicho: la hiel no está en nuestro corazón; pero estamos convencidos de que, cuando está en juego la fe, raíz y fundamento de nuestra salvación personal, la amarga verdad debe preferirse a las más dulces mentiras.

Hirpinus

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